La Guerra Hispano Cubana
Voluntarios catalanes |
Los años que duró la regencia de doña María Cristina estuvieron plagados por conflictos internacionales: las tribus cabileñas de Marruecos se sublevaron; un anarquista italiano se llevó por delante a Cánovas. Sagasta, el otro componente del bipartidismo, nos abandonó para siempre; y por último la escuadra norteamericana, siguiendo los deseos de expansión de su gobierno, echó de casi todas nuestras colonias.
España era para entonces un imperio decadente tras cuatro siglos de extenuante lucha en todas las latitudes, y las corrientes evolucionistas consideraban que había naciones pujantes y otras moribundas. El lúcido general Polavieja había apuntado hacia soluciones ante la que se avecinaba y el almirante Cervera tampoco erraría en sus negros pronósticos. Pero eran voces en un desierto de sordos.
Estados Unidos, la joven nación americana, desde sus principios en el siglo XVIII, no había dejado de crecer. Su voracidad era ilimitada. Su facilidad para volatilizar indios y mexicanos en su andadura hacia el oeste era más que notoria y podría considerarse en los límites del genocidio. Cuando concluyó su actual realización geográfica, se preguntaron si podrían galopar a través de los mares, como en efecto así sucedió. En un primer lugar le echó el ojo a la vecina Cuba, una perla que tenía a unos ciento veinte kilómetros de la sureña Florida. Hasta en cuatro ocasiones, partiendo de una primera oferta de doscientos treinta millones de dólares, que llegaron a trescientos en última instancia, intentaría comprarla a España. Desde la península se satirizaban en los diarios las aspiraciones norteamericanas.
Pero los norteamericanos, como tantas otras veces ocurriría, sacaron s relucir sus malos modos. La táctica cambió. Siguiendo la doctrina Monroe (América para los americanos), se financió el movimiento independentista cubano que, con esta ayuda, fue creciendo en sus actividades contra las tropas españolas. En esas estaba la situación cuando, en visita de cortesía, y con el pretexto de evacuar a sus conciudadanos en la isla, fondeó el crucero Maine en el puerto de La Habana. Ríos de tinta han corrido sobre los hechos acontecidos y que, sin embargo, ha sido una forma de actuar muy repetida en los conflictos que ha enfrentado Norteamérica con otros países; la agresión prefabricada de un tercero para justificar la intervención propia en defensa de la libertad y los derechos humanos. Esto fue lo que se ensayó en Cuba. Parece ser que, el intenso calor y la humedad imperante pudieron crear un cortocircuito en la santabárbara y esta, recalentada por la combustión espontánea de uno de los depósitos de carbón que alimentaban las calderas del navío, creó una enorme deflagración accidental. Más de doscientos sesenta marinos y oficiales pasaron a mejor vida.
Rápida y convenientemente, se recalentó a la predispuesta opinión pública a través de la prensa amarilla, liderada por el memorable magnate William Randolf Hearst que, tenía intereses con terratenientes insulares. Todo indica que el gobierno norteamericano tenía información reservada que ocultó a la opinión pública para poder favorecer una intervención militar sin más dilaciones. Las acusaciones prosiguieron, y España decidió romper relaciones diplomáticas con Washington cuando desde la Casa Blanca se puso fecha a la salida de los españoles de la isla. Finalmente, el 25 de abril, Estados Unidos declaró la guerra a España. Justo siete días después, el fuego tronó en torno a Filipinas, también reclamada a España. Ese 1 de mayo de 1898 España perdió casi cuatrocientos soldados. Los buques norteamericanos arrasaron.
El USS Maine en ·visita de cortesía" |
Algo similar ocurriría en Cuba, cuando la armada española abandonaba Santiago, los buques norteamericanos los abatieron, era el 3 de junio. En total, murieron 323 españoles. Por el lado norteamericano, las bajas fueron minúsculas: 1 muerto. En tierra las pérdidas norteamericanas fueron mayores: unas 250 víctimas, más 600 españoles y 100 cubanos. La rendición tuvo lugar el 16 de julio, pero los norteamericanos impidieron a los guerrilleros cubanos acceder a la capital para evitar posibles represalias. Se había consumado lo que muchos suponían: Querían Cuba. Ya la tenían.
A las perdidas militares había que añadir las económicas. Años antes el ministro de Marina, almirante Montojo, en un caso de incompetencia manifiesta, publicaría en La Gaceta los planos del submarino de Isaac Peral. Al acto de la botadura en Cádiz, fueron invitados lo más granado de las delegaciones militares europeas en un alarde contra natura de lo que debería de ser un secreto de estado sin paliativos. Respecto a este submarino torpedero (el primero de la historia con esta peculiar característica táctica) el almirante Dewey, el triunfador ante Cervera diría en sus memorias: “Si España hubiese tenido allí un solo submarino torpedero como el inventado por el señor Peral, reconozco que yo no habría podido mantener el bloqueo de Santiago ni veinticuatro horas”. ¡Qué país el nuestro!
La guerra de Cuba se llevaría las vidas de más de 55.000 españoles, en una guerra que se podía haber evitado perfectamente. Por el tratado de Paris de 1898, España “cedería” Puerto Rico, Guam y Filipinas a Estados Unidos, mientras concedía la independencia a Cuba. La necesidad de mitigar aquel revés económico, nos obligarían a vender a Alemania, las islas Palaos, Carolinas y Marianas. Cuba se convertiría en el gran garito de la mafia italoamericana. Donde antes no se ponía el sol, solo quedaban los vestigios y la historia de un gran imperio.
Un siglo después el gobierno de EEUU asumiría públicamente que la llamada "Voladura del Maine" había sido un accidente. Un poco tarde.
Ramón Martín
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