Numancia


Numancia por Alejo Vera 

    El asedio de Numancia hay que encuadrarlo en las Guerra Celtíberas que tuvieron lugar en España entre el 154 a.C. y el 133 a.C. que concluyeron con la ciudad. El conflicto entre Numancia y el Imperio Romano, comenzó cuando la población de Segeda (El Poyo de Mara, Zaragoza), decidió construir una nueva muralla de unos 8 km. Esto fue considerado por los romanos como un desafío, al no respetar el tratado de paz al que había llegado con Graco. Enterado el Senado Romano envió a Hispania a Fulvio Nobilior, con un ejército de unos de 30.000 hombres, con el propósito de cambiar los planes a los seguedenses, quienes, al conocer la amenaza sin haber terminado de fortificar su ciudad, huyeron a refugiarse a Numancia. De esta manera, Numancia se vio involucrada en la guerra, a pesar de haberse mantenido al margen en las guerras celtíberas hasta entonces.

    Varios generales romanos fracasaron en el intento de la toma de Numancia. Por aquí pasaron:

Nobilior, el cual, tras controlar Ocilis en la zona del Jalón, se dirigió a Numancia, instalando su campamento en El Guijar de Almazán. El jefe celtíbero Caros, el 23 de agosto del 153 a.C., al mando de los arévacos y seguedenses atacó, por sorpresa, a los romanos consiguiendo una gran victoria. Las bajas entre los romanos se cifran en 6.000, mientras que por el lado celtíbero también fueron numerosas, incluida la del propio Caros. Desde entonces, los romanos consagraron el 23 de agosto a Vulcano, declarándole nefasto. Desde entonces, ningún general romano libró batalla en ese día. Nobilior, persiguiendo a los numantinos, llegó a La Atalaya de Rinieblas, a 24 estadios de Numancia, y descansó esperando la llegada de refuerzos. Los celtíberos nombraron a Ambon y Leucón, como jefes en sustitución de Caros. Los refuerzos a Nobilior, tardaron un mes, por parte de su aliado Masinisa, rey de Numidia. Los númidas eran unos soldados de gran prestigio, llegaron unos trescientos soldados y diez elefantes. El ejército romano de desplegó para la batalla en campo abierto. Nobilior dispuso en orden de combate a sus tropas, escondiendo a los elefantes en la retaguardia; los cuales, tras ser herido uno de estos con una gran piedra, se enfureció de tal modo que, comenzó a atropellar a cuantos encontraba, a los bramidos de éste, enfurecidos los demás elefantes, atropellaron, mataron y desbarataron a los romanos. Los numantinos salieron de las murallas y persiguieron a los romanos que desordenadamente huían. Mataron a un gran número y incluso de se apoderaron de varios elefantes. Nobilior pasó el terrible invierno del 153 a.C. - 152 a.C. en su campamento de la Atalaya de Renieblas, donde muchos soldados murieron de frío.


Claudio Marcelo, sucedió a Nobilior. Gran negociador, controló la zona del Jalón Ocilis. Exigiendo como garantía, 30 rehenes y 30 talentos de plata. Después de someter por la fuerza a Nertobriga (Calatorao, Zaragoza) consiguió que el resto de ciudades celtíberas se sometieran al acuerdo de paz, en condiciones similares al tratado de Graco. El Senado romano no aceptó el tratado de paz propuesto por Marcelo a los arévacos y recibió la orden de reanudar la guerra. El general se dirigió a Numancia. Afortunadamente, antes de iniciarse la batalla, el jefe de los numantinos, Litenon, llegó a un acuerdo con Marcelo y todos los celtíberos tuvieron que pagar una indemnización de 600 talentos de plata. Este tratado fue ratificado por el Senado romano, y duró desde el 151 al 143 a.C. 

Cecilio Metelo, pero se produjeron, nuevamente, levantamientos contra los romanos. Estas guerras son conocidas como Guerra Numantina. En el año 143 a.C. llegó, para reprimirlas, Cecilio Metelo, que empleó la vieja táctica de dejar aislada la Celtiberia Ulterior, por medio del control del territorio de los pueblos del Jalón y del Duero medio, impidiendo los suministros a los celtíberos, quienes se hicieron fuertes en las ciudades de Termancia y Numancia.

Pompeyo, el año 142 a.C., fue nombrado para conseguir controlar al pueblo arévaco. Con un importante ejército, de dirigió desde el Jalón hasta Numancia. Pero fue derrotado por los numantinos y posteriormente por los termestinos. En un segundo intento pretendió cercarla mediante una zanja que uniera los ríos Merdancho y Duero para de esta forma impedir la salida. Pero los ataques numantinos impidieron la consecución del ansiado cerco a la ciudad. Los romanos aceptaron un tratado de paz a propuesta de los numantinos a través de su jefe Megara. 

Popilio Lenas, con el pretexto de la llegada de un nuevo general, Pompeyo negó su juramento, y se remitió el asunto al Senado de Roma. Mientras los emisarios discutían en Roma el tratado de paz, la guerra con Numancia sufrió un paréntesis de unos meses. El Senado dio la razón a Pompeyo y se rompió la paz, dando la orden a Popilio Lenas que reanudase la guerra. Fue la tercera vez que un general romano faltaba a su palabra y la segunda que el Senado recusaba un tratado.

Numancia por Ramón Alsina 

Hostilio Mancino, este general ocasionó al ejercito romano, en el 137 a.C., uno de los mayores ultrajes de su historia. Tras sucesivas derrotas ante Numancia, Mancino se retiró, pero en su huida fue emboscado por numantinos en un desfiladero, sufriendo una fuerte derrota. El general, a pesar de disponer de 20.000 soldados frente a 4.000 numantinos, tomó la decisión de rendirse y salvar la vida. Los numantinos, respetaron la vida del enemigo y aceptaron nuevamente negociar la paz y permitieron la salida del ejército romano. Mancino fue llamado a Roma para explicar su capitulación. Nuevamente el Senado romano no consideró válido el tratado firmado, y decidió entregar el general rendido a los numantinos. 

Furio Filo, en 136 a.C., el general Furio Filo fue designado para entregar a Mancino a los numantinos. Mancio, vestido con una simple túnica con las manos atadas, fue dejado ante las murallas de Numancia. Los numantinos se negaron a aceptarlo y fue devuelto al campamento y enviado a Roma. 

Calpurnio Pison y M. Emilio Lépido, en el 135 a.C., estos dos generales evitaron los confrontamiento con el pueblo arévaco y se dedicaron exclusivamente a combatir a los vacceos, dejando pendiente el sometimiento de Numancia.

Los Escipiones. En Roma no se entendía que unos vulgares celtíberos estuvieran desafiando al poder de Roma. Las legiones romanas no estaban acostumbradas a tantas derrotas. Con la caída de Numancia, quedaría Hispania completamente bajo el poder de Roma. No podemos olvidar que, en aquella época, nuestro territorio era una fuente abundante de ingresos. Los romanos se proveían de inmensas cantidades de oro, plata y sal, sin olvidar los ingresos debidos a las producciones agrícolas. Por lo tanto, la conquista de Hispania, suponía no solamente una cuestión de orgullo, sino también un inmenso negocio que contribuía a llenar las sedientas arcas de la República Romana. Todo ello obligaba a someter rápidamente a Numancia, por lo que el Senado Romano decidió enviar a un general de prestigio. Fue designado P. Cornelio Escipión (Africanus minor), que encabezaba el grupo muy belicista y había alcanzado el más alto prestigio con la destrucción de Cartago. Fue nombrarlo cónsul en enero del 134 sin haber transcurrido todavía 10 años desde su anterior nombramiento. Los Escipiones fue una de las familias más influyentes de Roma. Ocuparon cargos de senadores, cónsules, pretores, etc. Varios miembros de esta ilustre familia lucharon y murieron en Hispania.

Cneo Cornelio Escipión, en 218 a.C. desembarcó en la Península durante la 2ª Guerra Púnica. Una de sus más importantes victorias la consiguió contra el general cartaginés Hannón en Cesse (Tarragona). Esta derrota supuso la captura del caudillo ilergete Indíbil y la toma para Roma del puerto de la ciudad de Tarraco. Este puerto, durante muchos años, fue la base de operaciones más importante para las legiones romanas. 

Publio Cornelio Escipión, llego a Ampurias en 216 a.C. Junto con las tropas de Cneo, tenían como objetivo cortar las líneas de suministro de Aníbal. Tuvieron problemas cuando cruzaron el Guadalquivir y se internaron en el territorio controlado por los cartagineses. En 212 a.C., los dos escipiones murieron en combate contra los cartagineses hispanos. Cneo murió en Ilurci y Publio en Castulum. La situación imperial en la península estaba siendo dramáticamente cuestionada en el Senado, como consecuencia de las derrotas frente a los ejércitos cartagineses en Hispania. 

    Publio Cornelio Escipión, el Africano, era hijo de Publio Escipión, muerto en Castulum, llego a Hispania en el 211 con la edad de 25 años. Se le fijó como objetivo, avanzar sobre las posiciones de los cartagineses. En 209 a.C. tomó Cartago Nova (Cartagena) y en 206 a.C. expulsó a los púnicos de Hispania en la batalla de Ilipas. En el 202 a.C. derrotó a Aníbal en la batalla de Zama (a 160 km al sur de Cartago). El ejército cartaginés fue aniquilado y Escipión recibió el sobrenombre de El Africano. Murió el mismo año que Aníbal, 183 a.C., curiosidades de la historia.

Publio Cornelio Escipión Emiliano, el Africano menor o Numantino, era nieto adoptivo de Publio Cornelio El Africano. Nació en 185 a.C., hijo de Lucio Emilio Paulo, general vencedor de los macedonios en la batalla de Pidan, donde inició su carrera militar junto a su padre como oficial de su estado mayor. Escipión Emiliano, derrotó a Cartago después de un cerco. Este militar romano, después de conquistar Cartago, ordenó fuera incendiada, después derruida, sus cimientos destruidos y finalmente toda ella sembrada de sal. Este es el general que tenía como misión destruir a los irreductibles numantinos y libraría a Roma de tan molesto enemigo. Escipión Emiliano fue nombrado cónsul a los 51 años y enviado a Hispania Citerior para terminar, costara lo que costara, con la resistencia numantina. Emiliano había tenido oportunidad de conocer nuestro temperamento, la climatología y la geografía de la Península Ibérica cuando en 151 a.C. combatió contra los vacceos y arévacos. En dicha ocasión, junto al cónsul Lúculo, sufrió una dolorosa derrota ante los bravos guerreros celtíberos y entendió sus tácticas y su forma de clavarse al terreno para defenderse de las terribles y demoledoras legiones romanas. Pero esta vez no iba a fracasar, reunió una guardia personal de 4.000 efectivos, todos ellos muy motivados, convencidos que junto a él, encontrarían la gloria del triunfo o la muerte honrosa. También se unieron, formando parte de su estado mayor, aliados y soldados enviados por reyes de Asia, como Atalo III de Pérgamo, Antioco VII de Siria y Micipsa de Numidia. A estos 4.000 hombres, les esperaban en Hispania los restos de las legiones de los años anteriores. 

    Scipión Emiliano eligió a sus hombres de confianza: su hermano Fabio Máximo Emiliano y al hijo de éste, Fabio Buteo. Fabio Máximo fue nombrado legado por su larga experiencia militar en Hispania donde había combatido a los lusitanos. A Fabio Buteo, le nombró cuestor, con la misión de organizar y conducir al ejército hasta la Península Ibérica. Se encargaría también de la logística e intendencia de toda la operación. Escipión Emiliano salió hacia Hispania en enero de 134 a.C., adelantándose a la llegada del grueso de las fuerzas. Conocía el estado de indisciplina de las legiones desplegadas en la Península y pretendía corregirlo antes de la llegada del resto de sus fuerzas. Debía convertir a los harapientos y sucios soldados en legionarios y ganarse su voluntad. El cambio era imprescindible si quería lograr el objetivo asignado por el senado. Hizo teñir de negro su capa en señal de luto por el lamentable estado de sus tropas. Los legionarios esperaban verlo algún día vestido de púrpura. Después de tres meses de duro trabajo, consiguió el nivel exigido de disciplina en sus tropas y Escipión decidió pasar a la segunda etapa de su plan.

    Cinco meses después de su llegada a Hispania, Emiliano considera que ya están sus legiones suficientemente recuperadas y decide iniciar la marcha hacia Numancia. Contaba con 50.000 hombres de los cuales 3.500 soldados llegaron con él desde Roma. Quería llegar a Numancia con las tropas en buenas condiciones de combate, no tenía intención de plantar batalla contra los celtíberos a lo largo del recorrido; iba a rehuir el combate. Para lo cual decidió un camino largo pero más seguro, su objetivo era el asedio y cerco de Numancia. Pretendía someter a los numantinos, no por la gloria del combate, sino por agotamiento, hambre, sed y que las enfermedades hicieran el trabajo de sus legionarios. De esta forma evitaría el cuerpo a cuerpo de las emboscadas y la lucha de guerrillas en la que los hispanos eran invencibles. Pero, los habitantes de estas tierras, estaban acostumbrados a los asedios y sabían cómo combatirlos. 

    Las columnas romanas se encaminaron hacia el río Ebro entrando en la comarca de Urgel, llegando a la ciudad de Ilerda (Lérida) cuna de los heroicos Indíbil y Mandonio. Allí descansaron unos días y continuaron, dando un largo rodeo, hasta Celsa (Velilla del Ebro, Zaragoza), país de los vaceos. Con este recorrido, trataba de impedir suministros desde Palantia y las ciudades aliadas de los numantinos. Desde Celsa siguieron hasta Balsio en dirección a Palantia territorio peligroso, allí tuvieron lugar varias batallas. Finalmente, los palantinos fueron desarmados y saqueados. De Palantia partieron en dirección sur, hacia la ciudad de Cauca, atravesaron el Duero, que en esta época traía escasa agua, su escasa calidad obligó a los romanos a abastecerse de agua mediante pozos. Debido al calor y la sed de las tropas, Escipión decidió caminar durante la noche, aunque murieron muchos hombres y ganado por la sed y la mala calidad del agua. 

    Cerca de Cauca, las tropas de Escipión fueron atacadas por un considerable número de celtíberos. Escipión ordenó rehuir el combate. Continuaron caminando de Cauca recorriendo la orilla del Duero. Al llegar, exigió la entrega de rehenes para garantizar la neutralidad de la ciudad. Escipión a tenía vía libre hasta Numancia. Cerca de Numancia, llegaron tropas númidas africanas apoyadas por 12 enormes elefantes, enviadas por Micipsa, aliado de Escipión en la toma de Cartago. En septiembre, llegaron a las inmediaciones de Numancia, habían empleado tres meses, desde el Cerro Canal. La ciudad no aparentaba nada especial, cualquier otro general hubiera ordenado tomar la ciudad al asalto. Pero anteriormente fracasaron en el intento de la toma de Numancia, Nobilior, Pompeyo y Popilio y las razones no podían explicarse por los muros que la rodeaban. La causa de los fracasos había que encontrarla dentro de la ciudad y no en sus murallas, los numantinos eran hombres y mujeres dispuestos a morir por su libertad.


    Comienza el Cerco a Numancia, el Africano Menor estableció su cuartel general en Renieblas campamento levantado por orden de Nobilior. Escipión, mientras desarrollaba su plan de definitivo, ordenó rehuir cualquier provocación y en caso de ataque arévaco, sus tropas debían retirarse y reagruparse en lugar seguro. Las primeras decisiones fueron ordenar construir dos campamentos próximos a la ciudad; uno situado al norte y el otro al sur de Numancia. Máximo, el hermano de Escipión tomó el mando de Peña Redonda y Escipión se hizo cargo de Castillejos. Desde estas dos posiciones se dirigió la construcción del cerco para el bloqueo de la ciudad. El cerco (circumvallatio) se consiguió mediante siete campamentos localizados en los cerros que rodean Numancia. Los campamentos se unieron por medio de un vallado de un doble muro de madera de 3 m de alto, con un diámetro de unos 10 Km y con 200 torres de vigilancia equidistantes e integradas a lo largo del recorrido del muro. El vallado iba precedido de un foso profundo y una empalizada. El paso del Duero fue controlado por medio de un complejo sistema defensivo formado por rastrillo colgado de las torres adyacentes. 

    Durante la construcción de la empalizada, los romanos soportaron gran número de ataques lanzados por los arévacos desde las murallas de la ciudad. Unos solados se dedicaban a cortar madera y construcción del cerco, mientras que otros les protegían. En caso de ataque, desde lo alto de las torres, los vigilantes levantaban bandera roja durante el día o encendían hoguera durante la noche. Durante la construcción del cerco, la empalizada fue protegida permanentemente mediante grupos de caballería númida y romana. 

    El ejército romano estaba compuesto por 60.000 soldados; incluyendo 10.000 reclutados entre los pueblos aliados de los romanos al sur de la Meseta. A este ejército se iban enfrentar 4.000 guerreros arévacos apoyados por otros 4.000 familiares leales; eran pocos, pero eso sí, muy motivados y dispuestos a clavarse al terreno hasta el final. 

    Especial atención tuvo la zona del Duero. El control del paso el río era complicado y ofrecía una fácil posibilidad a los arévacos de romper el cerco. Durante la noche los guerreros arévacos solían romper frecuentemente el cerco cruzado el río a nado o incluso en barca. Desde las posiciones de las Dehesillas y Alto Real, se construyeron mediante vigas puntiagudas y chuzos posiciones defensivas en el interior del río para impedir cruzarlo a nado desde el lado de las murallas de la ciudad. El paso de las tropas romanas se aseguró mediante puentes. Para albergar a las tropas romanas, además de los campamentos de Castillejos y Peña Redonda, se construyeron los de Alto Real, Travesada, Valeborrón, Rasa, Molino y Dehesillas. Se construyeron unas trescientas torres alrededor de la ciudad, situando en cada una de ellas una catapulta con un alcance de unos 200 m; suficientes para llegar a las murallas. Desde estas torres resultaba sencillo descubrir cualquier escaramuza o intento de rotura del cerco para hostigar o tratar de conseguir comida. Los numantinos, supieron que con este cerco iba finalizaría definitivamente su resistencia al poder del Imperio Romano. Como la intención de Escipión iba a ser rendir la ciudad por hambre y enfermedad, ordenó tajantemente la de repeler los ataques y no perseguir al enemigo. Los soldados romanos, no debían matar a los atacantes; un numantino vivo a diferencia de uno muerto, necesitaría agua y comida. Los días de resistencia dependían del número de numantinos vivos al otro lado de la muralla de la ciudad. 

Entendieron los arévacos, que estaban condenados a morir de hambre sino hacían algo. Habría que cruzar las líneas y lograr salir al exterior. Los valientes soldados numantinos se sentían fuertes y decidieron actuar. Al amanecer, 2.000 numantinos saltaron el muro y atacaron a los romanos. Los vigías desde las torres encendieron hogueras y tocaron las trompetas para avisar a las fuerzas que todavía dormían en los cuarteles adyacentes. Rápidamente acudió Escipión y su hermano contraatacó cargando con la caballería romana. Los hispanos, siendo muy inferiores en número se vieron obligados a retroceder a sus posiciones tras haber causado gran número de bajas entre las líneas enemigas. Los numantinos habían aprendido que, aunque inicialmente habían conseguido romper el cerco, los romanos reaccionaron rápidamente y lograron neutralizar el golpe de mano. El proyecto había fracasado, el cerco romano había funcionado y Escipión estaba contento, su iniciativa debía terminar con este desafío del imperio de las águilas doradas. El cerco era muy robusto y los soldados romanos respondían con decisión a sus órdenes. 

    Tras el fallido intento, el consejo numantino se volvió a reunir para decidir otra opción. Retógenes tomó la palabra y expuso su propuesta. Propuso salir de la ciudad con otros cinco numantinos para pedir ayuda a los aliados más cercanos a la ciudad. El plan era atacar a las tropas romanas desde la retaguardia, a la vez que los numantinos saldrían desde la ciudad para cargar también contra las fuerzas romanas. El consejo aprobó la propuesta y los seis valientes se dispusieron para ejecutar el arriesgado plan. El comando inició la acción mandado por Retógenes. Salieron de la ciudad y sin dificultad atravesaron el primer vallado después de degollar a los soldados de la guardia que se encontraban adormilados y protegidos del intenso frío. Retógenes y el resto, con los caballos, cruzaron el foso a través de un puente construido para la ocasión y se dirigieron al segundo muro del cerco. Con algo más de dificultad terminaron con la resistencia de los romanos que custodiaban la zona de paso entre las torres de vigía. Los caballos tenían las pezuñas cubiertas de paja para evitar ruidos al paso por el puente y las cabezas las tenían cubiertas para impedir que se asustaran. A pesar de las medidas, algunos legionarios acudieron al ruido ocasionado por los caballos y sólo encontraron a unos 20 legionarios degollados. Los arévacos huyeron a caballo en busca de aliados amigos mientras que la caballería romana inició la persecución. Enseguida se produjo una sensación de alegría en la ciudad sitiada y los numantinos volvían a ver con cierto optimismo su futuro. Los seis jinetes después de horas de persecución lograron zafarse de las tropas romanas y se adentraron en terreno aliado para pedir ayuda para liberar Numancia del acoso romano. 

    Retógenes y su grupo se presentaron en varios pueblos arévacos, implorando ayuda por razones de lazos de sangre, pero fueron expulsados de ellos por miedo a las represalias de Escipión; pero los seis numantinos siguieron buscando ayuda, no podían volver a su ciudad con las manos vacías. En el pueblo de Lutia (actual Cantalucía) a unos 45 km de Numancia consiguieron algún resultado positivo, 400 jóvenes se comprometieron con los numantinos, que quedaron en volver a recoger a los voluntarios después de terminar el recorrido por el territorio aliado. Pero varios ancianos, temerosos de las represalias romanas, se presentaron ante Escipión y denunciaron lo acontecido en Lutia. Al amanecer las tropas romanas cercaron el pueblo y tomaron la plaza. Escipión ordenó congregar en la plaza a todos los hombres del pueblo, separar a los 400 voluntarios y, ante la mirada horrorizada de los vecinos, les cortaron las manos como si fueran ladrones. La noticia se difundió rápidamente por las comarcas cercanas, cundiendo el pánico ante las posibles acciones de castigo de Escipión si se atendía a las peticiones de los numantinos. Los numantinos, ante la imposibilidad de reclutar a un solo soldado, decidieron retornar a su ciudad y asumir su final junto a su pueblo y sus familias. Retógenes informó al consejo de ancianos que sus hermanos arévacos, con la excepción de Lutia, se habían negado a prestarles ayuda. 

    En ese momento, la situación de la ciudad era crítica. Los graneros estaban completamente vacíos y apenas quedaban gatos y ratas para ser comidos. La falta de higiene y de alimento provocó la aparición de epidemias. Algunos del consejo de gobierno de la ciudad confiaban en Escipión, creyendo que les ofrecería una paz honrosa por la valentía mostrada ante el enemigo. Se reunión el Consejo y acordaron enviar emisarios a negociar con Escipión una salida digna para Numancia. Avaro junto con cuatro acompañantes se dirigieron al campamento de Escipión, fueron acompañados a su tienda y presentaron su petición. Escipión fue claro y contundente. Roma sólo iba a aceptar una rendición incondicional del pueblo arévaco, teniendo que entregar los numantinos sus armas. Apenas les dejó contestar a sus exigencias y ordenó a la guardia que les condujera fuera del su campamento. Los emisarios volvieron a la ciudad e informaron al Consejo del fracaso. Los numantinos no entendieron lo que había ocurrido y terminaron desconfiando de la versión de Avaro. Al grito de traidores, los numantinos atacaron a los emisarios y los descuartizaron. 

    La desesperación llegó cuando los arévacos llegaron a comerse la carne de los muertos. Los numantinos decidieron hacer una carga suicida, prefirieron morir luchando. El Consejo reunión en la Plaza Mayor a todos los hombres en condiciones físicas para el combate, para informarles que se dispusieran para la realización de ataque heroico contra el enemigo, que sin dudad les iba a llevar al sacrificio final. Todos se dispusieron con sus armas para la acción heroica. Se abrieron las puertas de la ciudad y cargaron en masa en la zona situada entre Merdancho y la Laguna, que era el sector controlado por Fabio Máximo. Las torres adyacentes dieron la alarma y la caballería romana junto con la infantería se desplazaron rápidamente para reforzar el sector atacado. Los numantinos fuero recibidos por una nube de flechas númidas disparadas desde las torres de vigilancia. Cuando se aproximaban a la línea de los romanos, recibieron la mortal descarga de las temibles pilum, que acabaron con la resistencia de la primera línea arévaca. El revés fue tremendo y tuvieron que retroceder y volver a la ciudad. 

    El intento había fracasado. Todo estaba llegando a si fin. Los numantinos desesperados y viéndose derrotados, iniciaron el sacrificio de la ciudad. Quemaron toda la ciudad y lucharon entre ellos mismos con espadas para matarse los unos a los otros. Al vencido se le cortaba la cabeza y se lanzaba su cuerpo a las hogueras. Todo aquello que pudiera servir a los romanos o a la gloria de Escipión fue arrojado a las hogueras numantinas. Ante la posibilidad de acabar siendo esclavos de los romanos, los numantinos prefirieron acabar con sus mujeres e hijos, terminar con la vida de sus seres queridos antes que entregarles a los romanos. Era verano y la pestilencia se apoderó de la ciudad. Los legionarios al entrar en la ciudad contemplaron un espectáculo dantesco. Toda la ciudad estaba en llamas. Fue una locura de sangre y fuego. 

    Sin embargo, no todos los numantinos perecieron en el trágico y heroico final; unos pocos supervivientes aceptaron la derrota y entregaron la ciudad a los romanos. Escipión no pudo saquear la ciudad, no existía nada que pudiera apropiarse cono botín de guerra, armas, joyas, pieles, etc. Volvió a Roma lleno de fama, pero vacío de tesoro. Tuvo que pagar con sus propios recursos los 7 denarios de recibió cada soldado romano. Entro en Roma acompañado de sus generales y legionarios. La población salió a saludarlo y a celebrar el triunfo. 

    Numancia había caído por hambre y enfermedad, pero la resistencia peninsular continuó todavía más de un siglo. Desde la llegada de los romanos, tardarían más de dos siglos en doblegar y someter a toda la Península. 

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