Eugenio Cajés
Nacido en Madrid en 1574, y fallecido en Madrid el 15 de diciembre de 1634. Su padre fue el pintor italiano Patricio Cajés, que había recalado en Madrid requerido para la ejecución de las obras del monasterio de El Escorial. Se supone una estancia suya en Roma, hacia 1595, para asistir al surgimiento del primer naturalismo caravaggiesco. De Italia debió traer Cajés la afición a las composiciones de batallas de Tempesta.
Los documentos manifiestan su amistad con el pintor Juan Pantoja de la Cruz. En 1601 y 1604 suscribe sendos contratos junto con su padre, aunque desde 1602 también aparece en contrataciones en solitario. En 1604 pinta por encargo regio las copias de El rapto de Ganimedes y La fábula de Leda de Antonio Correggio, obras conservadas en el Museo del Prado. En 1608 trabaja en la decoración del palacio de El Pardo y en 1612 es nombrado pintor del rey. En 1628 es nombrado ujier de cámara.
Su figura fue ensalzada por literatos, como Lope de Vega, de quien el artista fue amigo personal. Entre sus obras más destacables se encuentran las decoraciones al fresco del Sagrario de la catedral de Toledo en 1615, junto a Vicente Carducho, con quién volvió a encontrarse en la realización del retablo mayor del monasterio de Guadalupe (Cáceres), en 1618, y en el retablo de la iglesia de Algete (Madrid) en 1619. Participó en la decoración del Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro, para la que se le encargó la Recuperación de San Juan de Puerto Rico, obra que quedaría inacabada a su muerte, y que sería rematada por sus discípulos Antonio Puga y Luis Fernández.
A su muerte fue enterrado en la madrileña iglesia del monasterio de San Felipe el Real, cuyo retablo había realizado en 1605. Junto a los ecos arcaizantes, en su estilo destaca la morbidez de las formas, quizá alimentada por su labor como copista de Correggio, que le distingue de la rudeza dibujística del resto de sus contemporáneos, perpetuándose esta característica en la obra de su discípulo Antonio de Lanchares. Destacable es su preocupación por los efectos lumínicos, que contribuyen a crear esa sensación mórbida e intimista, como en el caso de Virgen con el Niño y ángeles (Prado), que le ubican en el aprendizaje claroscurista, en sintonía con el panorama internacional de su época y con la producción de Juan Bautista Maíno.
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