La Orden del Temple: Estructura de la Orden


Hasta 1128 la Orden del Temple no tenía ninguna estructura territorial, ni prácticamente otras posesiones que la antigua mezquita de al-Aqsa en la explanada que Balduino II les concedió sobre el solar donde había estado el Templo de Salomón en Jerusalén. Pero a partir del viaje a Europa que entre 1128 y 1130 realizaron Hugo de Payns y algunos de los templarios pioneros, las donaciones aumentaron a tal ritmo que se constituyeron encomiendas por toda la cristiandad. A lo largo del siglo XII el Temple tuvo que ir adaptando su estructura al proceso de rápido crecimiento, teniendo en cuenta además los cambios de ubicación de su sede central en Tierra Santa.

La estructura del Temple partía de una casa central desde la cual se dirigía toda la Orden. Esta casa estuvo en tres lugares entre 1120 y 1311:

-JERUSALÉN (1120-1187); En la Ciudad Santa se fundó la Orden en 1120 y allí radicó la sede hasta la pérdida de Jerusalén en 1187. El edificio que se utilizó fue la mezquita de al-Aqsa, a la que se le aña dieron varias construcciones que fueron derribadas por Saladino.

-ACRE (1191-1291): Esta ciudad fue reconquistada por los cristianos en el transcurso de la Tercera Cruzada. Los templarios edificaron un enorme y sólido edificio, denominado precisamente «el Temple», donde depositaron su tesoro. Esta ciudad fue la sede de los maestres hasta su conquista por los musulmanes en 1291.

-CHIPRE (1291-1311): Perdida Acre, la sede central se trasladó a la isla de Chipre, gobernada por el linaje de los Lusignan, y allí permaneció hasta su disolución.

La administración de la Orden se basó en los años siguientes a la expansión por Europa, en dos grandes territorios: el de Tierra Santa, donde residía el maestre, y el europeo, llamado Citra mare, que era administrado por un templario al que se denominaba maestre de Citra mare, y que era el responsable de todas las encomiendas en Europa.

Pronto se vio la necesidad de estructurar y agrupar las encomiendas europeas en varias provincias territoriales, cuya delimitación solía coincidir con la de los reinos cristianos de Occidente. Estas provincias comprendían varias encomiendas, que eran la unidad básica y que funcionaban en torno a un centro del cual dependían diversas explotaciones y propiedades.

Esta estructura organizativa permitía a los templarios disponer de una enorme capacidad de autonomía para la gestión de sus recursos, que se fue ampliando hasta lograr en el siglo XIII una independencia casi total incluso de la administración episcopal de las diócesis donde estaban ubicadas cada una de las encomiendas.

La vida cotidiana del templario giró en tomo a su encomienda, de la que no podía salir sin permiso. Las había rurales y urbanas. Las rurales constaban de capilla, sala capitular, moradas para los caballeros, bodegas, almacenes, edificios auxiliares, tierras de labor, y casi siempre un castillo; si era urbana disponía de varias casas y tiendas en la ciudad. La encomienda era gobernada por el Capítulo, y estaba compuesta por un comendador o preceptor, un subcomendador o compañero, un clavijero encargado de las cuentas, un camarero y un capellán, además de los hermanos caballeros, sargentos, artesanos, siervos y criados.

El Temple sólo obedecía al papa, pero el poder efectivo de la Orden radicaba en los Capítulos, que se celebraban en tres niveles.

El Capítulo General, principal órgano de gobierno de toda la Orden, presidido por el maestre. Formaban parte de él los principales cargos y dirigía los asuntos por los que se regían los templarios. En su seno se debatían y se tomaban las decisiones importantes y era el órgano colegiado que ponía en marcha el sistema de elección del maestre. Su sede era una sala, primero junto a la mezquita de al-Aqsa en Jerusalén, luego en «el Temple» de Acre y por fin en Chipre.

El Capítulo Provincial dirimía los asuntos de cada una de las provincias, a lo largo del siglo XIII se fueron asimilando a los reinos en los que estaban ubicados. Lo presidía el comendador de la provincia y asistían todos los comendadores de las casas o conventos de esa circunscripción.

El Capítulo Ordinario o de la encomienda era el propio de cada unidad en que se dividía el Temple. Se reunía una vez a la semana en la sala capitular que había en cada convento, en domingo, además de las vísperas de Navidad, Pascua y Pentecostés; se exceptuaban los domingos que fueran vísperas de estas tres fiestas. Para que fuera legal tenía que convocar al menos a cuatro hermanos. Era el organismo encargado de amonestar a los infractores y de imponer las penas o la penitencia para cada caso, además de dirigir todos los aspectos concernientes a su encomienda.

En cada uno de los tres niveles, el Capítulo se encargaba de la admisión de nuevos miembros, rubricaba los acuerdos económicos, actuaba como órgano consultivo del maestre o de los comendadores y servía como espacio para la confesión pública de las faltas por parte de los hermanos que las habían cometido.

La Orden del Temple se estructuraba mediante una jerarquización basada en el principio de la obediencia. En los primeros años sólo consta la existencia del maestre, Hugo de Payns, como autoridad única, aunque la relevancia otorgada en algunos textos al caballero flamenco Godofredo de Saint-Omer parece indicar la existencia de un lugarteniente del maestre o un cargo similar.

Con la eclosión de la Orden a partir de 1128 fue necesario adaptar los cargos al crecimiento de la misma, se hizo aplicando el criterio que regía en el convento de Jerusalén a las encomiendas que se fueron fundando por toda Europa, manteniendo la estructura jerarquizada desde el cargo de maestre. No obstante, la estructura de mando no quedó del todo perfilada hasta mediado el siglo XIII.

El maestre: Algunos autores lo llaman «gran maestre», quizá para otorgarle la dimensión que en realidad tenía, pero tanto la regla como los documentos nunca lo denominan así, sino simplemente «maestre». Habitualmente era elegido para dirigir el Temple un caballero que hubiera realizado una larga carrera militar en la Orden, aunque en algunos momentos intervinieron reyes y papas para colocar a sus candidatos, como hizo por ejemplo Ricardo Corazón de León. Sobre el maestre recaía todo el poder de los templarios y sólo estaba obligado a obedecer al papa. Disponía de unos ayudantes: dos hermanos caballeros, un capellán, un asistente, un sargento, un ayuda de cámara, un herrador, un amanuense sarraceno y un turcopole. Se le asignaban cuatro caballos y dos o hasta cuatro, según la ocasión, bestias de carga para portar su equipo; sus caballos recibían una cantidad adicional de cebada con respecto a los de los demás. Sus competencias estaban muy limitadas, por el Capítulo General,  apenas podía repartir algunas limosnas, elegir el primer caballo en cada remesa que llegaba de Europa, decidir la cantidad de vino que se servía en la cena, entregar a los caballeros el cuarto caballo, un segundo escudero y el segundo caballo para los sargentos. Debía velar por que se cumplieran los castigos impuestos, ninguno de los que cumplían penas de penitencia postrados en el suelo estaba autorizado a levantarse hasta que no le ayudara el maestre. Era el único que podía conceder permiso, o delegar en otro, para derramar sangre, correr caballos, bañarse y celebrar justas y torneos. Todo lo demás debía hacerlo con consentimiento del Capítulo; entre las competencias sujetas a aprobación estaba la de prestar hasta mil besantes, con el beneplácito de un grupo «numeroso» de caballeros, objetos por valor de cien besantes y armas, salvo lanzas, espadas y cotas de malla, que no se podían dar. No estaba autorizado a dar o vender tierras ni a apropiarse de castillos sin permiso del Capítulo, ni a iniciar una guerra o acordar una tregua. No podía enviar comandantes fuera de las casas, ni admitir el ingreso de nuevos templarios. Como señal de humildad, debía acoger a su mesa a cinco pobres cada día en la casa donde estuviera comiendo y el Jueves Santo tenía que lavar los pies a trece pobres. Su función en la Orden se sintetizaba en una frase: «Todos le obedecen y él obedece a la casa».

El senescal: Era el segundo cargo en importancia, y actuaba como lugarteniente del maestre. Para su servicio disponía de un caballero, dos escuderos, un sargento, dos infantes, un diácono, un turcopole y un amanuense sarraceno. Se le asignaban cuatro caballos y un palafrén para cargar el equipo. Era el portador del estandarte «picazo» del Temple y usaba el mismo sello y una tienda redonda de campaña similar a la del maestre, cuyo lugar y funciones ocupaba cuando éste se ausentaba.

El mariscal: Su función era eminentemente militar. Para su ayuda disponía de dos escuderos, un sargento y un turcopole. Se le asignaban cuatro caballos, un caballo turcomano y un rocín sin castrar. Cuando estaba en campaña, residía en un pabellón con cuatro faldones y tres postes y una tienda para sus escuderos y su equipo. Todas las armas del Temple estaban bajo su jurisdicción, tanto las compradas como las ganadas en botín de guerra, excepto las ballestas y las armas turcas. Era el estratega en las batallas y el encargado de dar las órdenes directas de combate; nadie podía sustituirlo en esta función salvo que se encontrara enfermo o impedido. No estaba permitido entrar en combate hasta que el mariscal daba el grito de guerra; en ese caso los comandantes debían reunir a sus tropas y acudir a formar junto al mariscal, bajo cuyo mando debían permanecer en tanto durara la batalla. Como experto en la guerra, era el encargado de comprar los caballos de batalla, de asignarlos a los caballeros y de inspeccionarlos, aunque debía informar al maestre de cuanto hacía, así como del aprovisionamiento de acero para forjar armas y de alambre para fabricar cotas de malla. Si lo estimaba oportuno, podía nombrar a un vicemariscal, que era un sargento encargado de dirigir a los artesanos, y designar al abanderado. El abanderado disponía de dos caballos; en la marcha iba delante del estandarte, que físicamente lo sostenía un escudero.

El comendador del reino de Jerusalén: Tenía a su servicio dos escuderos, un sargento, un diácono, un turcopole, un amanuense sarraceno y dos infantes. Se le asignaban cuatro caballos, un palafrén, un pabellón como el del mariscal y una tienda para sus ayudantes. Su principal función era ejercer como preceptor y tesorero supremo de la Orden, recibir todas las pertenencias y ser guardián del tesoro. Tenía que llevar una lista en la que se anotaran todas las propiedades del Temple y mantenerla al día por si el maestre o un grupo de caballeros ilustres deseaban consultarla. Debía suministrar a la pañería las cantidades de paño y tela que se necesitaran para los hábitos y ropajes de los templarios, recibir las ropas que se regalaran y distribuirlas. Estaba autorizado a comprar las bestias de carga, camellos incluidos, que necesitara para poder desarrollar su trabajo. Recibía todos los tributos, impuestos y rentas que ingresaba la Orden, así como los beneficios del botín de guerra. También era el encargado de la flota y del astillero que el Temple tenía en San Juan de Acre.

El comendador de la ciudad de Jerusalén: Era ayudado por dos escuderos, un sargento, un amanuense sarraceno y un turcopole. Se le asignaban cuatro caballos y otro más que podía ser una mula, un caballo turcomano o un rocín, una tienda redonda y un estandarte «picazo», bajo el cual debían cabalgar todos los caballeros que se encontraran en Jerusalén. Su principal misión era organizar las escoltas que protegían a los peregrinos que iban desde Jerusalén hasta el río Jordán, llevándolos en las bestias de carga incluso si ello fuera preciso. Era el encargado de proteger la reliquia de la Vera Cruz cuando ésta era transportada en campaña, para lo cual se le asignaban diez caballeros que debían protegerla día y noche. Tenía derecho pleno sobre el botín de guerra ganado más allá del río Jordán, del cual podía quedarse la mitad y repartir el resto. Este cargo desapareció en 1187 tras la toma de Jerusalén por Saladino.

Los comendadores de Trípoli y Antioquía: Ambos tenían asignados como ayuda a un caballero, un sargento, un diácono, un turcopole, un amanuense sarraceno y un infante. Tenían derecho a cuatro caballos y un palafrén, una tienda redonda y un estandarte. Ejercían la función del maestre, en su ausencia, en los territorios bajo su mando. Estaban obligados a proporcionar a las fortalezas bajo su jurisdicción todo lo necesario para su mantenimiento, realizar inspecciones en las mismas, controlar los tesoros de cada lugar y disponer que estuvieran listas y preparadas las guarniciones.

El pañero o «vestiario»: Tenía asignados dos escuderos y un encargado de las bestias de carga; además, disponía de cuatro caballos, un pabellón como el del mariscal, una tienda para sus ayudantes y otra para los sastres, y varias bestias de carga para portar sus pertenencias y el equipo de los sastres. Era el encargado de la ropa de la Orden, por lo cual tenía que proporcionar los hábitos y la ropa de cama a los témplanos, salvo las mantas de lana. Cuando llegaban ropas de Europa las inspeccionaba, hacía lotes y los repartía entre los hermanos. Supervisaba la uniformidad de todos los templarios si alguno no iba correctamente vestido podía darle órdenes y corregirle. Su cargo era considerado el tercero en la jerarquía del Temple, sólo precedido por el maestre y el senescal.

Los comendadores provinciales: Al frente de cada una de las provincias en las que se organizó territorialmente la Orden del Temple había un comendador provincial, también llamado maestre provincial, que ejercía las funciones del maestre en su jurisdicción. Era elegido por el capítulo provincial y, a diferencia del maestre, que era elegido de por vida, este cargo se ejercía por cuatro años, aunque podía prorrogarse el mandato. Era ayudado por un lugarteniente o subcomendador, al que se denominaba compañero, y un capellán que hacía las veces de escribano.

Los comendadores de las casas (encomiendas): Cada casa o convento del Temple estaba gobernado por un comendador, a veces llamado maestre de encomienda. Disponía de dos escuderos y de cuatro caballos, o en cualquier caso siempre un caballo más que el resto de los caballeros de la encomienda. Sus atribuciones estaban sujetas al Capítulo General y a lo que ordenara el maestre, a quien debían pedir permiso para cualquier decisión extraordinaria, aunque estaba facultado para entregar a los hermanos del convento un besante, una sobreveste, una camisa, una copa, una piel de oveja y un paño de lino. No podía construir edificios nuevos sin autorización, pero sí reconstruir o reparar los ya existentes.

Había además un comendador de los caballeros que apenas tenía otra atribución que aprobar que un templario pasara una noche fuera del convento. Cada escuadrón de diez caballeros tenía a un comendador o comandante al frente. En las más importantes solía nombrar a un subcomendador para que le ayudara, y además a un clavero, encargado de las llaves y de la despensa, y a un receptor, que llevaba las cuentas.

Las mujeres en el Temple: La castidad era uno de los tres votos esenciales que profesaban todos los templarios. Se consideraba el mayor símbolo de la pureza, y su cumplimiento elevaba espiritualmente a quienes la practicaban por encima de los demás seres humanos. En su Elogio, Bernardo de Claraval había dejado claro que los templarios debían vivir sin mujeres, siguiendo así la práctica que se venía observando en los conventos cristianos desde hacía siglos. La regla del Temple era todavía más contundente que el santo cisterciense, al prohibir a los templarios tocar siquiera a una mujer, ni aunque fueran sus madres o sus hermanas: La compañía de mujeres es cosa peligrosa, pues a través de ella el diablo ha apartado a muchos del sendero que conduce al Paraíso. De ahora en adelante, que ninguna dama sea admitida como hermana en la casa del Temple; ésa es la razón, queridísimos hermanos, por la que de ahora en adelante no es conveniente seguir esta costumbre, para que así la flor de la castidad pueda mantenerse por siempre entre vosotros. Creemos que es peligroso que un religioso tenga demasiadas ocasiones de contemplar el rostro de una mujer, ya sea viuda, joven, madre, hermana, tía o cualquier otra cosa; y de ahora en adelante los caballeros de Jesucristo deberían evitar a toda costa los abrazos de las mujeres, por los que los hombres han perecido en tantas ocasiones, para que así puedan permanecer eternamente ante el rostro de Dios con una conciencia pura y una vida segura.

Ahora bien, en algunas encomiendas ciertas mujeres fueron admitidas como cofrades; así, en la encomienda navarra de Novillas había 90 cofrades, 49 eran hombres y 41 mujeres.

Las categorías de los templarios: El Temple era una Orden eminentemente militar, pero además de soldados, siervos y escuderos hacían falta administradores, constructores y gentes de leyes y de religión. No todos los templarios eran iguales en categoría ni en condición. Había cuatro figuras dentro de la Orden, atendiendo sobre todo a su extracción social y a su ingreso: caballeros, sargentos, capellanes y artesanos, escuderos y siervos, a los que habría que añadir los turcopoles, soldados mercenarios contratados en Tierra Santa. Caballeros y sargentos eran los combatientes, y se denominaban los hermanos, frates o freires del convento. Capellanes, artesanos, escuderos y siervos no participaban en el combate. Los caballeros, sargentos, capellanes, artesanos y escuderos eran los hermanos mayores. Los siervos eran los hermanos menores.

Caballeros: Eran los auténticos «caballeros de Cristo». Se reclutaban entre los miembros de la aristocracia europea, y debían demostrar su pureza de sangre y la nobleza de su linaje, además de ser hijos legítimos. Su número dentro de la Orden osciló a lo largo de los dos siglos de existencia, desde los nueve fundadores a en torno a los mil en la época de mayor presencia en Tierra Santa. Eran los únicos que podían llevar la capa y sobreveste completamente blanca con la cruz roja sobre el lado izquierdo, y para sus funciones disponían de tres caballos y un escudero, e incluso un cuarto caballo y un segundo escudero si así lo decidía el maestre.

Había caballeros de tres tipos:

- El permanente: había hecho los votos, tomado el hábito y profesado renunciando al mundo para servir a la Orden de por vida. Eran los verdaderos monjes-soldados, la esencia del Temple.

- El temporal: quien decidía dedicarse a la Orden pero por un tiempo concreto y limitado durante el cual serviría como los caballeros permanentes, pero una vez cumplido el plazo podía regresar a su vida anterior. No son considerados como «hermanos».

- El de la Orden Tercera: eran caballeros que deseaban servir en el Temple pero sin renunciar a su vida. Podían seguir casados, si ya lo estaban, pero en ese caso debían dormir fuera del convento. Hubo reyes, como García Ramírez o Sancho VI de Navarra, y nobles que adoptaron este modelo.

Sargentos: Su ingreso seguía los mismos cauces que los caballeros, pero se diferenciaban de éstos por su condición social. Los sargentos eran de condición no nobiliaria, por tanto inferiores en cuanto a extracción social a los caballeros. Vestían hábito con capa y sobreveste de color negro, a veces marrón, con una cruz roja delante y otra detrás, y disponían del mismo equipo que los caballeros, salvo el número de caballos, sólo se les asignaba uno, y no disponían ni de tienda ni de caldero propio. Sólo cinco sargentos podían poseer dos caballos: el vicemariscal, el abanderado, el cocinero, el herrero y el comandante del astillero de Acre, que además tenían también un escudero. Uno de los sargentos era denominado como gonfalonero y se encargaba de mandar a los escuderos. Tanto los sargentos como los caballeros estaban exentos de realizar trabajos manuales, pero podían ser castigados a ejercer tareas de los artesanos o de los siervos como castigo.

Capellanes: Eran de condición eclesiástica y habían recibido las órdenes para poder administrar los sacramentos; no combatían y se dedicaban a los servicios religiosos, además de actuar como notarios y escribanos. El Temple dispuso de sus propios sacerdotes al margen del clero diocesano.

Artesanos, escuderos y siervos: Los artesanos eran los freres de mestiers, o de los oficios, que realizaban actividades laborales como tareas de horno, forja, establo, construcción, vestidos...; estaban exentos de realizar actividades militares. Los escuderos o armigers eran los ayudantes de los caballeros, y se encargaban de mantener su equipo militar y de asistirles en el combate.

Turcopoles: Los turcopoles eran mercenarios que integraban las tropas auxiliares contratadas por los templarios para reforzar sus ejércitos en Tierra Santa. La mayoría procedían de extracción turca, de ahí el nombre. Al mando de estas tropas mercenarias estaba el turcoplier, cargo que recaía en uno de los caballeros y que podía disponer de hasta cuatro caballos.

La elección del maestre: El cargo de maestre era vitalicio. Una vez tomado posesión de su dignidad, el maestre permanecía al frente de la Orden hasta su muerte. El procedimiento de elección de cada nuevo maestre estaba perfectamente definido en la regla. Cuando el maestre fallecía era sustituido de manera provisional por el mariscal, que se encargaba de organizar los funerales y de convocar a Capítulo General extraordinario a los miembros que tenían derecho a participar en la asamblea. Los funerales eran sencillos pero se encendían un gran número de velas, honor sólo reservado al maestre, y era enterrado con toda solemnidad. Durante los siete días siguientes los hermanos rezaban doscientos padrenuestros, ayunaban a pan y agua durante tres viernes y cien pobres eran alimentados en la comida y la cena.

Acabados los funerales y convocado el Capítulo, éste debía reunirse, si era posible, en Jerusalén, en un día fijado por el mariscal y el comendador del reino de Jerusalén. A partir de ese momento era el comendador quien se encargaba de la custodia del sello del maestre. Al amanecer del día señalado para la elección los electores, dos o tres «hermanos ilustres» por cada casa o encomienda, acudían a la sala capitular después de asistir a la oración de maitines. Una vez reunidos, el comendador del reino de Jerusalén proponía la elección de un comendador de la elección, que debería ser un hermano que hablara todas las lenguas, amara la paz y la concordia y no alentara las discrepancias. Elegido éste comendador, él mismo nombraría a su vez un compañero para que le ayudara. Ambos pasaban la noche rezando y sin hablar, salvo que tuvieran que comentar alguna cosa con respecto a la elección. El día discurría entre oraciones, rezos en la capilla y una misa dedicada al Espíritu Santo, a quien se pedía Su gracia para elegir bien al nuevo maestre.

A continuación el comendador del reino llamaba al comendador de la elección y a su compañero para exhortarles a elegir bien a dos compañeros, de modo que ya eran cuatro. A su vez, estos cuatro escogían a dos más, con lo que ya eran seis; los seis a otros dos, siendo ocho; los ocho a dos más, para ser diez, y los diez a otros dos, con lo que el número de electores ya era de doce. Los doce elegían al último elector, que tenía que ser capellán y ocupar así el lugar simbólico de Jesucristo, en recuerdo de la Ultima Cena. De los trece electores, ocho tenían que ser caballeros, cuatro sargentos y uno capellán, y además deberían ser de distintas nacionalidades para evitar que una de ellas monopolizara el cargo.

Los trece electores se retiraban de la sala del Capítulo y se reunían en otra estancia. Comenzaba entonces el proceso de elección del nuevo maestre mediante la admisión de las propuestas que cada uno de los trece fuera realizando. Si no había acuerdo, el comandante de la elección lo comunicaba al Capítulo, cuyos componentes rezaban de rodillas pidiendo la intercesión del Espíritu Santo. La sesión de los trece continuaba hasta la elección del maestre; sus deliberaciones estaban sujetas a un estricto secreto. Una vez elegido maestre, el comendador de la elección comunicaba su nombre al Capítulo y solicitaba su asentimiento. A continuación, el maestre juraba su cargo si estaba presente y en caso contrario se enviaba una delegación para comunicarle el nombramiento, era conducido a la capilla, se arrodillaba ante el altar y se ofrecía un Te Deum de acción de gracias.

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