Piratas: Introducción


La piratería en el mar se debe a la ambición de algunos gobernantes de la antigüedad. No conformes con apropiarse de la tierra, comenzaron a conquistar el mar. Siglos más tarde seria el aire, el que sería conquistado por esa misma ambición de propiedad. El primer pueblo que se lanzó a apropiarse del mar, fue Roma, que quiso hacer del Mediterráneo su “Mare Nostrum”. Aunque resulta paradójico que, la misma Roma, elaborara un Derecho en el que se catalogaba el mar entre las cosas comunes, aquellas sobre las cuales no podía ejercerse un derecho de propiedad, ni una prerrogativa soberana.

Ciudades como Pisa, Venecia, Florencia, y naciones como Inglaterra, Portugal y España, intentaron a lo largo de los siglos de enseñorearse de ciertos mares. España, tras posesionarse de la mitad de los mares del mundo, creó las bases de derecho de libertad de los mismos, con pensadores como Francisco Vitoria y Fernando Vázquez de Menchaca. Franceses, ingleses y holandeses, vanguardia de los países europeos desheredados del Nuevo Mundo, se lanzaron al Atlántico, para luchar contra el exclusivismo hispánico.


La historia de los piratas y bucaneros, se ubica en el contexto de lucha contra quienes intentaban apoderarse de los mares para imponer en ellos sus leyes terrenales; los filibusteros aceptaron el principio de dominación marítima por algunas naciones, a las que sirvieron, aunque se opusieron a la propiedad exclusiva luso-española; los corsarios fueron totalmente sumisos al reparto internacional de los mares.


La piratería española

La piratería no era nada ajeno a los españoles, que la soportaron frente a sus costas, cuando los piratas normandos y vikingos alcanzaron la Península Ibérica. Las primitivas defensas de Compostela en el siglo IX, se hicieron para evitar que profanaran la tumba del Apóstol. San Rosendo logró dar muerte a Gundaredo, en tiempos de Don Ramiro, monarca leonés. Años después Ulf, otro pirata danés, asoló Galicia.

Ulf

En términos generales, se puede decir, que piratería o corso fueron la cuna de todas las marinas nacionales. Los árabes utilizaron la piratería y el corso contra las ciudades cristianas. En el año 813, una flota catalana del conde de la Marca de Ampurias, formada por Carlomagno, derrotó a una escuadra de piratas musulmanes. La Armada de Galicia nació del corso, fue creada en el año 1120, por el arzobispo de Santiago, Diego Gelmírez, para defender las costas gallegas de las incursiones de los árabes. En 1296 se fundó la celebre Hermandad de las Marismas, con capital en Castro Urdiales, con una actividad corsaria contra enemigos de Bayona e Inglaterra. Algo similar ocurrió en Portugal, cuya marina apareció en 1179, de la mano de Alfonso I.

Diego Gelmirez

La contienda castellano-aragonesa de 1356 fue provocada por los asaltos de los piratas aragoneses a las costas andaluzas. Durante las guerras castellano-portuguesas las marinas de ambos países practicaron, abiertamente, la piratería. Corsarios castellanos realizaron incursiones contra Inglaterra en la Guerra de los Cien Años, en 1380 el almirante Fernán Sánchez de Tovar penetró con sus navíos por el Támesis e incendió Gravesend, cerca de Londres. Los reyes de Castilla concedieron a sus marinos patentes de corso, para la captura de barcos ingleses, y estos procedieron de igual manera.

Los corsarios no se preocupaban, a menudo, de la nacionalidad de sus victimas, viendo en la guerra en corso un negocio de gran rendimiento. La acción inglesa del 29 de agosto de 1350, contra la armada castellana frente a Calais, fue emprendida por Eduardo III para defender a Inglaterra, ya que según el arzobispo de Canterbury, “los españoles atacaban a los comerciantes, habiendo reunido en los Países Bajos una flota gigantesca, para convertirse en señores de las aguas inglesas”.

Fernán Sánchez de Tovar

El corso español comenzó a reglamentarse en el reino de Aragón durante el siglo XIV, mediante una ordenanza de 1356, dada por el rey Pedro IV. Al aparecer los gobiernos centralistas, se restringió la actividad corsaria, a quienes pagaran una fianza, con lo que se conseguían unos importantes ingresos y poder controlar la actividad. En Castilla, Enrique II y Juan II apoyaron el corso, y el 1487 los Reyes Católicos, dieron una cédula a los marineros guipuzcoanos que quisieran ejercer dicha actividad. Durante este reinado, la piratería española asoló el norte de África. El Tratado de Tordesillas con Portugal se firmó bajo la coacción de una flota corsaria de la Armada de Vizcaya que, mandada por Íñigo de Artieta, se dedicó a apresar buques lusitanos. Los Reyes Católicos le reprendieron por ello, aunque había obrado siguiendo indicaciones de los monarcas. Pese a todo se se permitió e incluso se fomentó el corso español en América, que se activaría a partir de 1621, al finalizar la Tregua de los Doce Años.

Pese a todo, resulta evidente que fueron los españoles los que más padecieron la piratería, sobre todo los americanos, que vieron llegar a sus ciudades portuarias verdaderos enjambres de piratas y corsarios en busca de oro. Pronto comenzó la ejecución de todos los aventureros del mar que caian en manos españolas. Jean Fleury o Florentino, el primer corsario americano conocido, inauguró la serie, y Menéndez de Valdés hizo un ajusticiamiento masivo de “piratas” hugonotes en La Florida. Llegado el siglo XVII, se consideró más apropiado remitirlos a España, tal como ocurrió con Rock, Roche Brasiliano, Richard Hawkins y otros. Pero esto causaba excesivos gastos a la Corona, por lo que, a partir de 1672, se decidió “aplicarles la justicia en América”. Incluso se llegó a amonestar al gobernador de Yucatán por enviar a algunos piratas a las obras de fortificación de La Habana.

Un caso curioso de esta actitud, ocurrió en La Florida, más concretamente en el presidio de San Agustín. Su gobernados había capturado a unos piratas ingleses, condenó a muerte a su capitán, pero en el momento de ahorcarle se rompió la cuerda, lo que fue interpretado por el capellán del presidio y unos religiosos franciscanos, como un signo de que no debía ser ajusticiado. Le condujeron a la iglesia y le dieron derecho de asilo. Sabido esto por el rey, ordenó que el capellán fuera enviado a España, y que a los franciscanos se les enviase “a lo más remoto de la Nueva España”.

Jean Fleury

Cuando a Inglaterra no le convino seguir protegiendo a los piratas, por haberse convertido en potencia colonial, aplicó la misma pena de muerte a piratas y filibusteros, que fueron así desapareciendo de los mares.



Las diferencias entre piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros


Nada tan confuso como distinguir entre ellos. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, define pirata como: “ladrón que anda robando por el mar”, y corsario: “dícese del que manda una embarcación armada en corso, con patente de su gobierno”. Peor resultan las definiciones de bucanero y filibustero. El primero es calificado como: “Pirata que en los siglos XVII y XVIII se entregaba al saqueo de las posesiones españolas de ultramar”, y el segundo como: “nombre de ciertos piratas que por el siglo XVII infestaron el mar de las Antillas”. Los significados están cambiados, pues el bucanero era antillano, mientras que el filibustero operaba tanto en el océano Atlántico, como en el Pacífico. Además el bucanero era propio de la primera mitad del siglo XVII, sucediéndole en la segunda mitad y principios del XVIII el filibustero.

Roche Brasiliano

A la piratería se llegaba por necesidad. No podemos imaginar una piratería integrada por personas acomodadas. Otra cosa es el corsario, ya que hay casos de causas más elevadas, no en vano es una actividad amparada por reyes o autoridades delegadas por éstos.

El ascenso dentro del oficio era mucho más complicado y solía depender de las condiciones naturales del pirata. El capitán pirata era elegido por el voto de los tripulantes, y tenía que ser capaz de manejar su barco, capaz de controlar la banda de rufianes que tenía bajo su mando, emplear con éxito las artes diplomáticas para forjar alianzas, y por supuesto afán de libertad y aventura. El capitán pirata estaba obligado a sostener su prestigio a base de golpes afortunados. Se jugaba el cargo en cada acción. Si fracasaba era depuesto inmediatamente. Su cargo estaba sujeto a seguir triunfando. El que conseguía sostenerse como tal durante años, se convertía en un ser casi mítico.

Richard Hawkins

El capitán corsario mezclaba el comportamiento de un pirata con el de un marino de guerra. La autoridad que expedía la patente, ayudaba a una mejor disciplina, aunque no excesiva, tenemos ejemplos de capitanes corsarios que tuvieron que recurrir a procedimientos de piratas, para que no se insubordinara la marinería, como hizo el propio Drake. En sus buques era frecuente camuflar el buque de pacífico mercante, y en el momento del ataque, izar el pabellón nacional y desenmascarar la artillería. Los corsarios usan buques muy bien artillados, siendo usual que en el encuentro procediera primero a desarbolar la presa, para facilitar su captura. Al repartir el botín se separaba siempre la parte correspondiente al rey.

Los piratas no tenían la menor consideración con sus enemigos, que dificilmente salían con vida de la captura. Los corsarios y filibusteros respetaban más, la vida de las personas importantes capturadas, por las que pedían rescate que engrosaba los botines. El regreso de los piratas a la guarida, era la gloria. El recibimiento era solemne e incluía una verdadera bacanal en todas las tabernas del puerto, solían dilapidar en tres o cuatro noches todo lo robado en varios meses. No siempre había un regreso feliz, cuando volvían con las manos vacías y, a veces también, no regresaban. Cuando caían en manso españolas eran castigados mayormente con pena de muerte. Una sentencia dictada en 1557 con el pirata Domingo Gondi, florentino y capitán de la galeaza francesa Crezen, apresada por don Álvaro de Bazán, nos ilustra sobre el particular. El capitán Gondi y doce de sus hombres fueron ahorcados, y a los pilotos se les condenó a cien azotes y pena de galeras por seis años.

Álvaro de Bazán

La Historia de la piratería adolece de una carencia de fuentes documentales. Apenas existen testimonios escritos por los piratas, salvo honrosas excepciones, ya que por lo regular eran analfabetos. Esto impide un verdadero estudio de la piratería. La ausencia ha llevado a poner en duda muchas figuras de piratas, que fueron mas bien fruto de la fantasía, como fueron Misson, Lewis y Cornelius.

La piratería americana duró doscientos años, comenzó en 1521 coetáneamente a la primera guerra de Carlos I con Francia (1521-1526) y acabó poco después de firmarse el Tratado de Utrech. Su proceso histórico guarda, por consiguiente, una enorme relación con la hegemonía mundial de España.



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