La lección de memoria de Ignacio Pinazo Camarlench

Realizado en 1898. Óleo sobre lienzo, de 107 X 107 cm.


Después de haber pintado en numerosas ocasiones a su hijo Ignacio Pinazo Martínez durante su niñez, el artista abordó esta obra cuando el muchacho contaba ya con catorce o quince años. Por entonces, tras un primer aprendizaje como pintor, practicaba ya la escultura, y solo un año después obtendría su primera crítica por la exposición de un busto en barro en el escaparate de un comercio de Valencia.

Pinazo, certero retratista, resolvió con elegancia la dificultad de captar a un muchacho en plena transformación de los rasgos físicos. Sentado en una silla de tijera en la que ya había posado alguna vez y apoyado en un velador de madera, viste su uniforme de colegial con pantalón largo y esclavina gris, que deja ver el forro de color rosa. El ceño levemente fruncido y la mirada abstraída traslucen el ensimismamiento propio del aprendizaje de memoria, al que también alude el libro sujeto entre las manos, que tiene en su interior un cuadernillo o unas cuartillas sueltas. El cromatismo, la naturalidad de la actitud, el abocetamiento de las formas, sujetas, sin embargo, por un dibujo certero, y la amplitud de la pincelada, son clara herencia de la pintura del Siglo de Oro español. 

Además de la notoria influencia de Velázquez, bien patente en las largas pinceladas del forro, en la entonación dominante en ocres y grises y en el efecto de penumbra que sugiere una cierta profundidad en la estancia, se ha visto también en esta obra la de El Greco a quien admiraba, en efecto, el artista. Pinazo había planteado un asunto parecido varios años antes, hacia 1893, según revela un apunte a lápiz con la inscripción mal estudiante, donde representa al niño en una postura muy poco adecuada al estudio, sentado de lado, recostado hacia atrás, con un brazo en la mesa y una mano en el respaldo de la silla (Museo Casa Pinazo, Godella, Valencia). 

Hizo también un estudio al óleo que muestra al modelo con facciones todavía infantiles y el pelo rapado ante una mesa en la que descansa un libro abierto, en el que el niño apoya un codo en la mesa y descansa el brazo en el respaldo de la silla, pero ya la actitud es algo más apropiada a su fin de aprendizaje memorístico en la postura y en relación con la obra precedente. Hay además un estudio al óleo, en tonos claros (Museo Casa Pinazo, Godella, Valencia), y otro a lápiz de similar composición relacionados con este motivo en los que el niño luce el pelo más largo. Su biógrafo González Martí señaló que el hijo del pintor enfermó de tifus y hubo de suspenderse la ejecución de la obra. Al restablecerse, el niño se había convertido en adolescente, y el pintor hubo de afrontar de nuevo el retrato, para lo que debió encarar las dificultades derivadas de la transformación del modelo. Para ello, realizó primero un estudio de cabeza. De todos modos, es evidente que, entre los primeros ejemplos aducidos y el cuadro final, de 1898, hubieron de transcurrir no menos de cinco años, y así lo demuestra una obra en la que aparece representado un retrato oval de Ignacio al fondo de un estudio con otro motivo, fechado al dorso el 30 de mayo de 1893. El pintor envió el cuadro, junto con otros cuatro, a la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1899. Aunque en 1897 había obtenido ya una primera medalla, por otro retrato, en aquel periodo era habitual, y así lo preveía el Reglamento de la Exposición, que artistas que ya tuvieran el primer galardón pudieran concurrir de nuevo, de modo que un jurado diferente pudiera ratificar la calidad de su obra. De este modo se alejaban tanto las sospechas de parcialidad como las de un acierto único y casual en un solo cuadro. Por otro lado, se había establecido que las obras que obtuvieran primera medalla fuesen adquiridas por el Estado en la cantidad de 6.000 pesetas cada una. Pinazo, que no había logrado recompensa en metálico por el cuadro premiado en 1897, ya que era un retrato cuyo propietario no había querido cederlo a cambio de otro, tuvo así un poderoso acicate para presentarse de nuevo a la Exposición, pues además se había establecido que las pinturas premiadas pasaran al recién creado Museo de Arte Moderno. La obra fue apreciada en la Exposición, aunque su carácter mixto, entre el género y el retrato, pudo haber dificultado su adecuada consideración. Tras haber obtenido una medalla de primera clase, fue adquirida en efecto por el Estado con destino al Museo Nacional de Arte Moderno por la cantidad citada. Con todo, la pintura estuvo después, al menos eventualmente, en el estudio del artista, según revela una fotografía muy posterior, acaso con motivo de su presencia en la Exposición Regional valenciana de 1909. La condición mixta de la obra hizo que se presentara con diferentes títulos en las exposiciones en las que estuvo presente. Así, tanto en Valencia en 1909 como en Londres en 1920 figuró con su título original, mientras que en 1946 se presentó como Retrato de su hijo Ignacio, dado el carácter y el título de la muestra, Retratos ejemplares. 

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