Monasterio de Santo Domingo de Silos en Burgos


La historia de Silos es la historia de Castilla, tuvo un enorme esplendor entre los siglos XI-XIII, gracias a su impulsor Santo Domingo quien, alrededor del año 1000, reedificó el monasterio, convirtiéndole en un gran centro espiritual, cultural y artí­stico. El Monasterio de Santo Domingo de Silos, también está ligado a la historia del Cid, ya que en vida Rodrigo y su esposa Jimena donaron algunas de sus heredades al Monasterio, cuyo claustro, en el año 1081, año en que el Cid fue desterrado, aún se estaba construyendo. 

Es una villa y un monasterio de monjes benedictinos, sitos en las montañas del sudeste de la provincia de Burgos, a 57Km. de la capital. Villa y monasterio se asientan en la parte oriental del valle del Tabladillo, a 1.000 m. de altitud sobre el nivel del mar, y rodeado de altos montes de rocas calizas, escasamente cubiertos de encinas, enebros (sabinas), esquenas y pinos. En los picos de las montañas anidan aves de rapiña y carroña, como aguiluchos y buitres. El paisaje es austero, pero pintoresco debido a las caprichosas formas que las aguas han labrado en estas rocas calizas, como el desfiladero de la Yecla. 

La vida del hombre en Silos y en su comarca se remonta a tiempos prehistóricos, conocida hoy en día gracias a una serie de excavaciones arqueológicas. La vida monástica en todo el Valle de Tabladillo, comenzó con la reconquista castellana, a fines del siglo IX, en forma de granjas monástico-familiares. Desde el siglo X, el monasterio que, en esa época se titulaba de San Sebastián de Silos ya entra en la historia documentalmente. El actual núcleo urbano del pueblo de Silos tiene sus orígenes en el fuero de Alfonso VI, rey de Castilla y León, concedió a la abadía, en 1098, por el cual el abad podía poblar junto al monasterio, quedando estos colonos bajo la protección y vasallaje del abad. 

Debido a los estragos de Almanzor, el monasterio silense cae en decadencia material y espiritual. En este momento, en 1041, hace presencia, de la mano del rey Fernando I de Castilla, el monje riojano emilianense Domingo. Es nombrado abad de Silos y, en treinta y dos años, con su ímpetu restaurador y con su santidad, levanta a Silos en sus edificios y a su comunidad. La villa de Silos dependió del abad hasta el año 1440, fecha en que los monjes vendieron la villa de Silos a la casa de los Velasco, Condestables de Castilla, así lo atestigua el escudo que puede verse en la puerta de la Fuente. 

Surge el claustro románico extraordinario, y brilla el scriptorium silense con obras como el Beato de Silos, hoy en el Museo Británico. 


La Baja Edad Media coincide con una etapa menos brillante de la Abadía castellana. Pero, en 1512, el monasterio silense se adhiere a la Congregación Benedictina de Valladolid y se va formando el monasterio moderno al lado del medieval: muralla perimetral; ala sur para las celdas individuales de los monjes; la capilla de Santo Domingo; la iglesia neoclásico-barroca. 

En 1835, en noviembre, obedeciendo el decreto de exclaustración del gobierno de Mendizábal, se dispersa la comunidad y se interrumpe la vida monástico-benedictina de Silos a lo largo de cuarenta y cinco años. Afortunadamente, el 18 de diciembre de 1880, un grupo de monjes benedictinos franceses de la Abadía de Ligugé, dirigidos por un monje de la Abadía de Solesmes, Don Ildefonso Guépin, salvó a Silos de la catástrofe total al elegir las ruinas silenses como su refugio. Estos monjes fueron restaurando el Monasterio silense; y, con la restauración material, procuraron recuperar parte de los restos culturales. Encontraron 14 manuscritos medievales; muchos diplomas, también de la Edad Media; y casi todo el archivo de la Edad Moderna. 

Desde entonces, hasta hoy, la comunidad de Silos ha tenido y tiene una gran vitalidad: con su testimonio, con sus celebraciones litúrgicas, con sus aportaciones a la cultura, y con su irradiación, fundando varias casas nuevas en España, como Estíbaliz (Álava), Montserrat (Madrid), Leyre (Navarra), Abadía de Santa Cruz del Valle de los Caídos (Madrid); y en Hispanoamérica: México y Argentina. Silos ocupa un lugar importante en la Orden Benedictina y en la Iglesia Española en el mundo actual. 

El claustro de Silos, en su proyecto original, fue diseñado para poseer catorce arcadas en cada una de sus crujías. Se comenzó a edificar por las crujías norte y este y hacia el primer tercio del XII se ampliaron dependencias monásticas y sobre todo la iglesia, necesitando alargar en un par de arcos más la crujía norte. Por eso se halla desplazado hacia el este el grupo de columnas de su teórico capitel central. En cambio la edificación del ala sur, más tardía, contó ya con esa modificación y centró el capitel medial. En el centro de cada panda (salvo el norte, descentrado) el capitel medial es de mayor tamaño y apea en grupos de cinco columnillas excepto el del lado de poniente que lo hace en cuatro columnas torsas elegantemente realizadas. 

Solo tres de los capiteles de este claustro muestran pasajes bíblicos. Uno de ellos (el 18) hoy retirado, mostraba a los veinticuatro ancianos músicos del Apocalipsis. Los otros dos (38 y 40) corresponden al ciclo de la Natividad y a la Pasión de Cristo. Su estilo revela una mano distinta a los dos grandes maestros del claustro; más en la línea de lo visto en Tudela o Zaragoza. 

Los grandes machones de las esquinas del claustro se decoraron con unas bellas obras del arte románico internacional. Labradas en bloques monolíticos de caliza de 180 x 110 cm. evocan influencias de lo existente en Moissac o San Sernin de Toulouse, en especial por el cruce de piernas "en tijera" de los alargados personajes. Tanto estas "grandes placas" esculpidas como la decoración de los capiteles del claustro, evocan labores orientales más propias de la eboraria que de la escultura en piedra. 

La edificación se inició durante el abadiato del sucesor de Santo Domingo: Fortunio y fue consagrado hacia 1088. A lo largo de las diferentes épocas de edificación del claustro trabajaron en el mismo varios maestros. Dos de ellos son los que llevaron el peso de la mayor parte del mismo. 

El Primer Maestro de Silos trabajó a finales del siglo XI y a él se deben las escenas en los machones correspondientes a la Ascensión, Pentecostés, Entierro/Resurrección, Descendimiento, Discípulos de Emaús y Duda de Santo Tomás. Y en lo referente a los capiteles: los existentes en las crujías este y norte, más algunos de la de poniente que dejara labrados. A grandes rasgos es fácil de reconocer sus capiteles, puesto que las columnillas que los sustentan están muy separadas a causa de la disposición muy abierta de las bases de sus cestas. 

El Segundo Maestro de Silos es de menor creatividad. Repite obra del primero, más realista en sus increíbles fieras. Su obra está en casi toda la crujía de poniente y en la del lado sur. Las columnillas que soportan sus capiteles están prácticamente adosadas una a la otra debido a la configuración diferente de las cestas de los capiteles, más cerradas que en el primer maestro. Las basas lucen variedad de pequeños monstruos decorándolas. Su obra acaba mediado el siglo XII. 

Y por fin, el machón del ángulo suroeste, el último que se decora que muestra obra de dos manos distintas. Por una parte la Anunciación/Coronación de la Virgen y por otra, el Árbol de Jesé. Esculturas ambas de bulto ya mas naturalistas, más gotizantes que nos llevan a un momento avanzado del XII. 

El claustro posee dos accesos a su patio central: uno a poniente de su panda norte y otro a septentrión del lado este. El podio corrido sobre el que se alzan basas y columnillas es de mayor altura que en origen debido a que en 1954 se rebajo el nivel de su pavimento. 

En el primer tercio del XII se edifica el crucero del templo y su acceso al claustro constituido por la Puerta de las Vírgenes, afortunadamente no demolida en las reformas. Sobre este claustro se edificó a finales del XII -sin solución de continuidad en el tiempo- el claustro superior, claramente cisterciense, repitiendo su decoración motivos vistos en el inferior, pero con otro estilo. 

El gran mérito de este claustro aparte del artístico en si mismo es el hecho de dar una clara imagen de obra de conjunto a pesar de que estamos viendo actuaciones de diferentes maestros a lo largo de casi dos siglos. No hay disonancias. El color rojizo de la piedra al amanecer y al atardecer es inolvidable. Casi tanto como su emblemático ciprés situado en el ángulo suroeste, que más parece una señal de dirección indicando a los mortales cuál ha de ser su camino tras peregrinar por el claustro. 

Como es habitual, la sala capitular se ubicaba a continuación del transepto sur del templo -que aun permanece en parte- abierta a la crujía este del claustro silense. Lugar de gobierno del monasterio y de capítulo de sus miembros desde el cual dirigía el abad la vida monástica. De esta sala solo queda el acceso a la misma, ya que la arquitectura de su espacio interior fue totalmente modificada, quizá a la vez que se demolió el templo. Podemos ver cinco arcos de medio punto. El central remonta el vano de acceso y las dos parejas laterales son vanos de iluminación. La arquitectura y labra de sus elementos nos indica que su edificación corresponde al primer maestro del claustro. Enmarcan el acceso sendos grupos de cinco columnillas y el resto son pareadas, siendo todas ellas del estilo de la primera época: separadas, con éntasis y sustentando capiteles con sus cestas muy separadas remontados por ábacos de sección convexa en su periferia. También la decoración a modo de guardapolvo continuo sigue lo visto en el resto del claustro. Algunos de sus capiteles son restaurados (llevan el símbolo "R" que los diferencia). Otros repiten motivos de carnosos acantos como en el claustro, y hay un grupo que representa monos en cuclillas atados en sus cuellos y patas con sogas, probablemente en alusión a las pasiones dominadas. 

Entre la sala capitular y la portada de las Vírgenes hay una capillita añadida, gótica en su decoración, obra evidentemente tardía en la remodelación claustral. A su lado por un doble vano y buen número de escalones (ocho en un primer tramo, descansillo y otros cinco en la zona del "zaguán" de la entrada), salvamos el desnivel entre claustro y transepto del templo original. 

Todos los textos consultados hacen referencia a que la portada es "de arco de herradura", sin embargo viéndola con detenimiento, y sobre todo haciendo la "prueba del nueve" que no es otra que la de eliminar informáticamente sus impostas, es evidente que se trata de una falsa herradura simulada a base de añadir impostas biseladas a la misma. Lo mismo que se hizo en Aragón en las iglesias del Gállego cuyo emblema es San Pedro de Lárrede. 

Este acceso al templo tiene un largo zaguán. Realmente es un doble sistema de arquivoltas separadas entre si por un tramo cubierto por medio cañón y reforzado con un fajón en su extremo anterior. Como si hubiese dos portadas, cada una con una arquivolta decorada con columnas y capiteles, separadas por un largo tramo-zaguán. Lo primero que llama nuestra atención es este lugar, aparte de su extraña disposición y la seudoherradura, es la decoración de los fustes de sus columnas más interiores. Al lado norte, completamente cubierta de motivos vegetales a modo de semicírculos, y frente a ella otra helicoidalmente entorchada y con abundantes bezantes. Cronológicamente se data esta portada hacia 1120. También encontramos capiteles y ábacos con una decoración diferente a la vista en el claustro. Son temas más rudos, más del románico pleno; pero con un tratamiento no excesivamente artístico en sus figuras. 

En el capitel interior de nuestra izquierda, su ábaco muestra un curioso y poco frecuente tema, cual es el de una cabeza rostrada invertida en su ángulo libre, sujetando con el pico las volutas que emergen de las fauces de dos parejas de cabezas de león a cada lado. Los capiteles, de nuestra izquierda a derecha, muestran: el primero de ellos tiene su mitad inferior deteriorada, y tanto ella como la columna han sido restauradas. En lo que resta podemos apreciar cabecitas barbadas en lo alto de sus cestas, y el resto de lo que parece ser un ángel, por las alas. El siguiente capitel, interior izquierdo, muestra a dos personajes cuyas caras y disposición son idénticas a las del capitel anterior, con el que debe de compartir explicación. Aquí podemos ver que ambos, agachados, toman con ambas manos por los brazos a un tercer personaje centrado en el ángulo que aparece con las piernas cruzadas. Frente a este último, el interior derecho muestra otra vez a los dos personajes pero en esta ocasión erguidos, sujetando por medio de cuerdas a dos fieras a modo de leones que se hallan rampantes en el ángulo de la cesta. 

Y por fin, el exterior a nuestra derecha muestra a un personaje barbado genuflexo con su cabeza en el ángulo de la cesta del capitel, mesándose las barbas con una mano (la posterior no se muestra). Aparenta monstruosidad de doble cuerpo y una cabeza; pero mi impresión es que es un convencionalismo utilizado en el románico con profusión para poder ver la escena desde ambas caras del capitel, ahorrando recursos. Sería pues un personaje, quizá representando sabiduría al mesarse las barbas. Debe de haber un mensaje tras este ciclo de capiteles, quizá la indicación de que para alcanzar la sabiduría del barbado, se ha de poder controlar los vicios y pasiones en forma de leones y personaje preso. Falta la figura ¿angélica? del exterior izquierdo que aportaría alguna pista más. Se ha comparado el estilo de estas esculturas con las existentes en San Pedro de Dueñas (León) con las que comparten fondo acanalado de algunos capiteles, sogueado de collarín y desde luego, la figura del león que allí es omnipresente. 

Una vez traspasada la puerta de las Vírgenes nos hallamos en lo que fue en su momento brazo sur del transepto del templo primitivo. Frente a nosotros el lienzo sur del transepto, con su ventana decorada con arquivolta y capiteles y enmarcada el alfiz. Bajo ella, imposta de ajedrezado jaqués y el acceso moderno a la capilla de Santo Domingo del XVIII. A nuestra derecha el lado interior de la puerta de las Vírgenes. Y a nuestra izquierda el resto de lo que fue absidiolo, con su bóveda de cuarto de esfera, cuya embocadura ha devenido en portada de acceso a sacristía. 

Los capiteles de la ventanita mencionada, dada su altura y oscuridad, no son fáciles de observar. Pero con paciencia y teleobjetivo, podemos hacernos una idea de los mismos. El de nuestra izquierda, deteriorado, repite el motivo visto al exterior de dos personan dominando sendas fieras a base de una cuerda pasada por sus fauces. Y frente a él, hay otro que muestra una lucha cuerpo a cuerpo entre dos personas, un poco al modo de lo visto en San Isidoro de León. Este capitel conserva policromía en las caras de los luchadores. También hay restos de pintura en el intradós del arco del ventanal. 

La crujía este del claustro, junto con la norte, son obra del Primer Maestro de Silos. Su forma de hacer es fácil de distinguir por varios detalles que se repiten en la misma. Las columnas se hallan muy separadas. Existe un amplio espacio entre ambas. Por otra parte su forma es panzuda, con abultamiento hacia su mitad ("éntasis") y en algún caso lucen pequeñas decoraciones a modo de relieves lisos circulares distribuidos simétricamente. Los capiteles son de doble cesta, y ambas mitades aparecen muy bien delimitadas desde lo alto de los mismos. Hay una zona superior, casi cuadrada de las cestas, que hacia mitad se hace troncocónica invertida apeando por medio de collarinos muy separados. Los ábacos tienen una bella decoración labrada en su borde libre, el cual es de sección convexa. 

En lo tocante al estilo de su obra, decir que su temática es realmente desconcertante. Monstruos, seres fantásticos que parecen sacados de cuentos orientales, motivos vegetales, etc. No responde a una influencia escultórica concreta y sus motivos parecen extraídos de las tallas en marfil, de la orfebrería, de miniaturas, de la escatología islámica o de mitos clásicos. 

Inicia su obra con un capitel que posee las cestas cubiertas de retícula formada por cordón doble entrelazado. Motivos posibles gracias a la labor de trépano que posibilita el vaciado de pequeñas superficies creando bellos contrastes de luces y sombras. Uno de los temas que se repite en varios capiteles de su mano es el que representa a aves de alargado cuello, a modo de flamencos, con una de sus alas elevada y la cabeza baja, picándose los artejos de sus patas. Puede ser el antecedente de las aves que el maestro Esteban talla en Sos del Rey Católico o en Leyre. Aquellas se interpretaban como representación de las almas que desean ser libres y pican sus patas para poder elevarse volando hacia el cielo. Destaca el cuidadoso trato dado al plumaje de las aves por el escultor, formando pequeños triangulitos de líneas paralelas con el cañón central resaltado. Esta forma de hacer en las alas la veremos también en los seres angélicos, y por supuesto repetida a distancia por los lugares de influencia de este arte silense. 

El capitel 4 del claustro nos muestra unos seres inclasificables, con apariencia de leones gráciles a los que una bestia quizá el cocodrilo alado (cocatris) muerde sus grupas y enrosca su cola que parece surgir de la boca del cuadrúpedo. 

Los capiteles número 6 y 13 del claustro, presentan unos detallistas leones que enredados en una maraña de tallos vegetales pugnan por liberarse de los mismos. En los capiteles los vemos morder con rabia estas ligaduras que les impiden ser libres. Algo que enlaza con el deseo de volar de los flamencos que picotean sus artejos. También en este motivo advertimos con fuerza la influencia de la eboraria. 

Los capiteles 7 y 30 del claustro, corresponden a grifos persas; variante de los grifos que poseen cabeza de león y cuerpo de águila. Otra variedad sería el grifo asirio, con cabeza de águila, cuerpo de león alado y orejas bien desarrolladas, que también veremos más adelante. De nuevo podemos apreciar la meticulosidad del trabajo de sus plumas, y la representación de sus patas, con artejos muy similares a los de los flamencos ya vistos. 

El interior de la iglesia monástica, obra moderna de Ventura Rodríguez, es digna y de cuidadas formas. Pero lo que transmite al aficionado al románico es el sentimiento de tristeza y pena por haber demolido la anterior. Es una lástima que tuvieran posibilidades económicas para hacerlo y no lo hiciesen. La orientación litúrgica se ha invertido, de forma que se reza mirando a occidente. Y la portada de acceso abre al este en una especie de contraábside que recuerda al original en esa ubicación. 

El capitel medial de la crujía este -8- apea en un grupo de cuatro columnas más otra central. En sus cestas se repite un mismo motivo replicado de modo simétrico. Se trata de otro irreal monstruo con cuerpo de ave y largo cuello acabado en cabeza de dragón. El estilo de la obra es el mismo ya visto en los flamencos repetidos en varios capiteles. Su cuerpo, patas y delicado plumaje son de hechura prácticamente idéntica a las de aquellos. 

La diferencia estriba en que al final de sus alargados cuellos encontramos cabezas de dragón de meticulosa talla vueltas hacia arriba. Cuellos decorados con multitud de pequeñas incisiones triangulares que les dan una textura "escamosa" y que se retuercen de forma tan increible como sus propias entidades. Sobre el lomo de estas "aves" y al igual que veíamos en el capitel número 4 del claustro con elegantes leoncitos, hallamos pequeños monstruos que enfrentan sus cabezas. Probablemente sean los mismos cocatris de retorcida cola que parecen saltar de cesta en cesta atormentando a estas inventadas criaturas de mayor tamaño. 

El capitel 9 del claustro corresponde a un ave que peina el borde libre de su ala. Su labra es idéntica a las de los flamencos con la sola diferencia de la menor longitud de su cuello, que en aquellos se muestra exagerada para poder picar sus artejos. 

El único capitel de esta ala que muestra figuras humanas es el número 10. Y lo que nos transmite es violencia en estado puro: la lucha con hacha de dos personas que las alzan tras sus cabezas dispuestos a descargar el golpe sobre el adversario. Figuras desnudas, quizá espíritus, que cabalgan sobre el lomo de irreales gacelas aladas. Evoca y quizá sea el modelo de lo visto en la portada sur de Biota (Zaragoza). 

En el capitel 11 volvemos a encontrar flamencos de labra cuidadosa que picotean sus artejos. A su lado en el capitel 12 hallamos un complejo diseño de enramado a base de volutas vegetales cubriendo por completo las cestas y que surge de la boca de pequeñas cabecitas de leones situados en las esquinas y centro de cada una de las cestas. El mismo diseño lo veremos repetido en el número 16, primero de los de la panda norte. 

El capitel número 14 del claustro muestra arpías en sus esquinas. Sus cabezas femeninas están cuidadosamente labradas. Están tocadas con gorro oriental y portan túnica sobre sus hombros, similar a la que hemos visto sobre las Santas Mujeres en la escena de la resurrección de Cristo. Miran hacia el centro de las cestas y entre cada dos de ellas hay en el medio sendas parejas de leoncitos sentados sobre cuyas cabezas descansan águilas con sus cuellos vueltos en forzada posición para picotear la barbilla de las arpías. 

El capitel 15, adosado al machón noreste, muestra a una pareja de aves con sus cuellos cruzados picoteándose una a la otra sus patas. Entre ambas, tallos vegetales que se alzan enredándose entre sus alas reforzado al idea de estar atrapadas en tierra y querer pugnar por liberarse y volar en clara metáfora hacia las almas que han de soltarse de sus ataduras terrenales para elevarse al cielo. 

La obra del primer Maestro de Silos que hemos empezado a ver en el ala este del claustro, continúa en la norte adyacente a la anterior y adosada al costado del templo monástico (Imagen 1). Aquí podemos ver el cenotafio de Santo Domingo y la capilla frente al mismo con referencia a la milagrosa liberación de los cautivos. 

Ábacos, capiteles y columnas siguen con las características propias de este artista, ya detalladas al inicio del ala este claustral. En esta panda se hallaba el único capitel de tema bíblico del primer maestro, hoy desaparecido por completo. Corresponde al número 18 (el segundo de la imagen inferior) y mostraba en sus cestas a los veinticuatro ancianos-músicos del Apocalipsis en pie portando sus instrumentos y ungüentarios. 

El capitel 31 del claustro muestra un detalle de una de las parejas superiores de leoncitos, preciosistamente trabajados con técnicas más de labra de marfil que de arenisca. Largos cuellos que aportan aspecto monstruoso a leones por lo demás bastante normales, a tenor de lo visto. En la panda este ya veíamos un capitel a base de entrelazos vegetales surgiendo de la boca de leones. De nuevo los hallamos en capitel de muy similar hechura -número 16- , adosado al machón noreste de esta panda. 

Son también frecuentes los capiteles que muestran motivos vegetales, fundamentalmente hojas de acanto, carnosas en su forma, los números 25 y 19 son un buen ejemplo. El primero de ellos de sencilla hechura y el segundo con el añadido de piñas en sus ángulos. También hallamos en otro capitel decorado con motivos vegetales pequeñas bolas o manzanas en sus ángulos como en el 27, interesante desde el punto de vista de que es idéntico en su diseño a los que existen miniaturizados en las esculturas de los machones correspondientes al primer maestro, confirmando la autoría de estos capiteles del claustro 


La temática de los ábacos es variada predominando la vegetal así como la realizada a base de ajedrezado jaqués. Pero también hay una muy peculiar a base de un cordón que parece "coser" los ábacos entrando y saliendo a través de pequeños ojalitos en el insinuados. 

Las arpías o sirenas-pájaro son otro de los temas recurrentes de este maestro. Las mostradas en el capitel número 20. Cuerpo de ave tan elaborado como los hasta ahora vistos, pezuñas de chivo, pequeña capa apenas insinuada y cara de mujer con diminutos cuernecillos y lengua en forma de serpiente de triple lengua. Deben de haber sido denostadas por cuanto que en sus mejillas hay marcas de rechazo: rayas, pentalfas, golpes. El capitel 21 muestra otra vez motivo vegetal, con foliolos tan elaborados que más parecen helechos. Poseen piñas en sus ángulos. 

El capitel 23, "central" de la panda norte -hasta que fue prolongada- . Es un capitel variado. Repite en sus cestas exteriores el motivo de las sirenas pájaro con lengua de serpiente, mientras que al interior, leoncitos y rapaces en varias filas completan su decoración. Este es el capitel que luce epigrafía en su ábaco, en memoria de Santo Domingo. 

El capitel 28 difiere ostensiblemente del resto. Es de cesta cuadrada y alargada en la que se han labrado motivos vegetales que recuerdan caricaturescamente los temas vistos de este motivo. Es lógico pensar que sea de una factura muy posterior a los hasta ahora mostrados, y quizá sustituto de algún otro deteriorado. 

Adosado al machón noroeste del claustro, hallamos el número 32 que muestra dos tipos diferentes de aves. Abajo, picándose las patas, lo que parecen águilas. Y sobre ellas dos pájaros afrontados mucho más gráciles con fuerte pico al estilo de los córvidos y penacho que se han interpretado como abubillas invocando un texto posterior del juglar Martín Moxa (S XIII) que narra el enfrentamiento entre una abubilla y otro ave mayor que ella a la que acaba venciendo tras perder su penacho. 

En la panda oeste del claustro interviene ya el Segundo maestro de Silos. Hay un cambio de equipo y eso se nota en la hechura y acabado de sus capiteles, sin embargo, hasta la mitad de la galería seguimos hallando elementos del primer maestro. En concreto capiteles y ábacos que se montan sobre columnillas rectas, sin éntasis, de la segunda fase. Podemos advertirlo en la imagen grande bajo estas líneas: los cinco primeros capiteles y casi todos sus ábacos corresponden al primer equipo. Su morfología los delata. El sexto ya tiene sus columnas juntas y la cesta se advierte troncopiramidal, en un solo volumen en vez de estar dividida desde la mitad del capitel. Después viene el capitel que remonta las columnas torsas -el central- y luego ya el resto son de este estilo. 

Los ábacos de este segundo maestro son de superficies laterales rectas (inclinadas hacia adentro). Entre ellos, además de los "intrusos" del primer maestro, hay que hacer referencia a otro escultor distinto de ambos, que es quien labrará los dos capiteles historiados con temas bíblicos (números 38 y 40 del claustro). 

De entre los excedentes del primer equipo (que delata el hecho de que los escultores trabajaban más deprisa de lo que los constructores montaban el material elaborado) quiero destacar el capitel de número 36 del claustro. De lejos, apenas se le presta atención. Parece una retícula de tallos vegetales que se entrecruzan, sin más; pero de cerca, asombra su contemplación. Es como la abigarrada apoteosis final de una sinfonía cuyas notas se vienen desgranando poquito a poco en el resto de la obra. Aquí se entretejen y quedan apresados leones y aves en tres filas. Abajo leones rampantes que muerden sus ligaduras. En medio aves de mayor tamaño picando los tallos en un forzado escorzo mientras sus cuellos quedan atrapados por un lazo que las ahorca y arriba leoncitos mordiendo sus patas traseras en forzada posición casi circular. 

Todos atrapados en la vorágine de la maraña vegetal y todos tratando de liberarse y recuperar su perdida libertad a causa de cantos de sirenas u otros mediadores del mal. Epílogo y moraleja de la obra de este primer maestro. Y su estilo formal es mucho más próximo, como en algunas otras de sus obras, a la eboraria que a la arenisca. Preciosista y orientalizante. Una maravilla. 

La panda oeste comienza con un capitel adosado al machón noroeste en el que el segundo maestro intenta replicar a aquel con el que su antecesor arrancaba la obra en el ángulo sureste del claustro. Es el 33 del claustro. La diferencia se advierte por lo próximos que se hallan sus collarinos precisando columnas tangentes así como por la menor precisión de la talla de su retícula, 

El capitel numero 34, muestra aves con sus cuellos entrelazados picándose las patas para liberarse de unos tallos vegetales similares a los del capitel número 15 de la panda este, con la diferencia de que aquí los vemos surgir de sendas cabecitas de leones, enlazando así los capiteles de retícula vegetal "vomitada por leones" con los de fieras o aves atrapadas por la misma. No podían faltar los coletazos de los capiteles vegetales y así el número 37 situado junto al primero historiado, nos repite el tema de acantos y piñas. 

Y llegamos así al primero de los capiteles historiados conservados del claustro, es el número 38. Lo primero que hay que apuntar es que su hechura, evidencia la mano de otro escultor distinto a los dos maestros del claustro. Su obra posee figuras de bulto, mucho más naturalistas en sus detalles, tanto en este como en el central de las columnas torsas. Ambos nos remiten a la escultura de la Anunciación, que si no es de su misma mano, posee muchas coincidencias en el modo de hacer. Y también, fuera de este entorno, a la manera de esculpir en el claustro de Tudela, o en el ábside de la Catedral de San Salvador de Zaragoza 

En este capitel, la cara que da al patio del claustro muestra sucesivamente las escenas de la Anunciación -deteriorada- y la Visitación. A continuación la Natividad, escena partida entre las cestas de los dos capiteles (que siguen teniendo la forma adoptada por el primer maestro; pero no su labra). Vemos a San José, representado con gran cabeza cubierta por un gorro orlado con una especie de gajos de naranja, dormitando, mientras un ángel toca su cabeza, quizá tranquilizándole ante los hechos que le acontecen. 

A su lado, en una deliciosa escena, la Virgen en el lecho confortada por la matrona amamanta al Recién Nacido que dispone de una cunita con detalles bien trabajados. En la cara que mira al interior del claustro, de nuevo el Niño en la cuna enmarcado por columnillas con sus capiteles y arco de medio punto y confortado por la mula y el buey, mientras dos ángeles turiferarios sobrevuelan la escena. Y en la otra cara del capitel hallamos a otro ángel avisando a los pastores con su rebaño y a continuación la Huida a Egipto. 

A pesar de su relativo deterioro, el capitel central de la panda oeste -número 40- alzándose sobre las columnas torsas en un ejercicio de vanidad escultórica, es una pieza bella e interesante. En sus caras se representan consecutivamente la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, el lavatorio de pies a los discípulos y la Última Cena. El estilo escultórico sigue siendo el mismo que en el del ciclo de la Natividad ya visto. Esculturas detallistas, muy reales y de marcado bulto que sorprenden en su parecido con las ya mencionadas del claustro de Tudela. Se muestran la Última Cena, en la que Cristo y los discípulos se hallan en pie tras una alargada mesa en la que destacan los cuidados pliegues de su mantel. Cristo ofrece un bocado a Judas. La entrada triunfal en Jerusalén sobre una mula, bajo la que a pesar de su deterior, se advierte el perfil de su pollino. 

El capitel 39 del claustro corresponde por labra y forma de cesta al segundo maestro; pero evoca modelos de su antecesor. Aquí esculpe dos monstruos de desproporcionado cuello, sin relación con lo hasta ahora visto en los rostros de las fieras antiguas a pesar de que sus cuerpos, plumajes y forma de ser enredados sean similares a los anteriores. En las diferentes caritas de los monstruos, hay una expresión que me produce vértigo, porque en ellas intuyo ya a las fieras de los modillones de un escultor que en Aragón será conocido como "El Maestro de Agüero". 

Este segundo maestro del claustro sigue con la temática iniciada por el primero. Varía la forma de sus capiteles y por tanto de sus columnas, así como la escultura que adquiere más bulto y en ella se advierten con frecuencia las señales del uso del trépano; pero la temática sigue siendo la de seres imposibles, híbridos de sueños enfebrecidos que desde los capiteles nos siguen dejando atónitos por su mensaje difícil de recibir así como por la perfección de sus formas contra natura. 

Las arpías del capitel 41, situado a continuación del de la Última Cena son emblemáticas. Las he recortado y presentado, elegantes y dignas, sobre fondo negro en la imagen de cabecera, porque entiendo que merece la pena detenerse a contemplarlas. 

Nada que ver con las ya vistas del primer maestro, Estas muestran formas menos planas, son de bulto, rostros decididamente humanos -masculino y femenino-, cuerpo de ave con patas de rumiante y una larga cola articulada, a modo de reptil o gran insecto, que nos conduce asimismo a la obra del de Agüero. 

Situadas en torno a una especie de arbolito central del que surgen ramas que las atrapan del cuello, por lo que hay quien ve en la escena la victoria del Árbol-Cristo sobre el mal. La escultura de sus rostros, como ya he hecho notar es muy realista hasta el punto de que el escultor hace patente las abultadas venas yugulares de su cuello. 

Tras las arpías hay un capitel vegetal -parece de helechos- de cuidada labra. Es el número 42 del claustro y también en él se advierte el profuso uso del trépano. A su lado el 42 luce leoncitos de redondas formas y cabezas que se asemejan a la ya destacada en la página anterior como "antepasada de lo de Agüero". Repite la escena vista con las arpías, a base de ser atrapados por dos ramas de un arbolito central. Y en el capitel 45, más sirenas-pájaro; pero esta vez de diversa factura. En posición frontal, a modo del águila del lábaro romano. Facciones femeninas, decididamente humanas, suaves, amables. Y quizá por ello mucho más peligrosas porque no muestran en sus rostros el mal al que representan. Pupilas marcadas en sus ojos, cejas bien resaltadas, sobreelevadas, señales de trépano en cantos de ojos y boca. Y en esta ocasión el arbolito central, no las aprisiona, sino que adorna el conjunto. 

Los capiteles de la panda sur corresponden también al segundo maestro. Pero los constructores siguen utilizando alguno de los ábacos "excedentes" de la obra de su antecesor, diferenciables por el perfil convexo de la superficie decorada. Las cestas siguen siendo troncopiramidales, con collarinos muy próximos y columnillas tangentes. Y en las basas hay pequeños monstruos que parecen haber escapado de las cestas correspondientes. 

Empiezo con la imagen grande de detalle del último capitel de esta panda. El que corresponde al número 46 del claustro que nos muestra una bella imagen de grifo asirio (cuerpo de león alado, cabeza de águila con orejas grandes; en oposición al grifo persa que posee cuerpo de ave y cabeza de león -capiteles 7 y 30 del claustro obra del primer maestro-). Aparece "enramado", sometido. El capitel número 50 muestra rapaces que comen del árbol que las sujeta, al igual que hacía con las arpías, con ramitas en torno a sus cuellos. El capitel 52 esculpe en su cesta ciervos de perfecta labra, absolutamente enmarañados y retenidos. A destacar que su ábaco corresponde a la mano del primer maestro. 

El capitel 53 nos muestra unas inquietantes criaturas que comparten con las arpías del 41 cuerpo, patas y sujeción por parte del arbolito central. Pero difieren en su maligna expresión lograda a base de grandes ojos rehundidos, trepanados para realzar la pupila, orejillas a modo de cuernos y colmillos agresivos. Para algunos se identifican con genios malignos o "trasgos". Centauros encontramos en los capiteles 55 y 62. En el primero, desgastados, enmarañados y asaeteando a una arpía. Centauro-sagitario, pues. En el segundo, muy bien conservado, vemos centauros con escultura de bulto redondeadas sus grupas, cabezas de bellos jóvenes de pelo rizado y pequeñas capas al cuello. También sujetos por las ramas del omnipresente arbolito, aunque aquí, dado el tamaño de sus cuerpos, ocupan toda el ancho de las caras grandes del capitel, y solo se afrontan en las caras cortas. De nuevo arpías en el 56, aunque en esta ocasión, meteorizada la arenisca en que se labraron sujetas por el arbolito, al igual que los leones que decoran la cesta del 54. 

El número 57 luce epigrafía en el intradós de su arco. En la cesta, a pesar de su deterioro por fracturas de elementos tallados al aire, se advierte una escena de lucha que la tapiza en toda su superficie entre hombres provistos de arco o lanza y diversas formas monstruosas. Lucha del bien y el mal, en ambiente dominado por los tallos vegetales que sujetan a los pugnantes. El capitel número 58, muestra una escena común en el románico, pero interpretada con el motivo común del arbolito sujetando a las aves. Son rapaces que de dos en dos picotean el lomo de una gran liebre que agazapada espera -sin éxito- pasar desapercibida a sus predadores. 

Y por fin, para concluir este periplo a vuelapluma por los capiteles del claustro, unas irreales e inquietantes criaturas en las que se híbridas cuerpos de aves dispuestos al modo en que el primer maestro lo hacía (con un ala elegantemente elevada), garras de león, cola como las arpías y cuello lanudo y cabeza a modo de león con la que muerden una de sus patas. Aquí no hay arbolito ni vegetación que los sujete. Parecen ser sus propias patas las que los anclan al suelo, y que tratan de liberar mordiendo. 

Irreales inquietantes y bellos monstruos creados por el sueño de la razón, mucho antes de que la frase tuviera éxito. Y que siguen allí, transmitiendo un mensaje que cada uno recibimos de modo diferente, matizada por la proyección de nuestra mente. Ve a verlos. El mensaje será decodificado de forma personal y seguro que distinta. Pero te garantizo que no te dejarán indiferente. Hay un antes y un después de "vivir Silos". 

Tras este recorrido detallado por la zona claustral del Monasterio de Santo Domingo de Silos, solo nos queda hacer una mínima referencia a su aspecto exterior, en sus edificios monasteriales, Silos se compone de dos monasterios yuxtapuestos, en torno a dos claustros: a) el medieval; y b) el moderno o clásico-barroco; con la iglesia al Norte, y la gran ala Sur, o zona habitacional, con las celdas de los monjes. Esta parte sufrió un pavoroso incendio en 1970, y se redujo a cenizas. Pero bajo la dirección de Bellas Artes, se restauró en 1971-72, con la planificación y supervisión continua de los arquitectos Alberto García Gil y Julia Fernández de Caleya. Desde entonces Silos es un gran monasterio a la vez histórico y funcional. 


FUENTES: Arquivoltas y Wikipendia

Comentarios

  1. La primera foto no corresponde al monasterio de Silos. Es la iglesia de Santo Domingo, en Soria.

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