Alejandro Magno: La conquista del Imperio Persa


Al regresar a Macedonia, comenzó la preparación de la guerra contra el Imperio persa, campaña comenzada por su padre, y que se había visto interrumpida tras su muerte. Entre los meses finales de 335 hasta la primavera de 334 realizó distintos viajes a Epiro y Atenas. En Epiro reinaba su hermana Cleopatra, la reina de Molosia, quien contó con su consejo. En Atenas Lisipo, el escultor de Sicione y amigo de Alejandro, hizo de él varios bustos, algunos de los cuales podrían datar de esa época. 

La conquista del Imperio persa 

Mientras preparaba su partida hacia Persia le comunicaron que la estatua de Orfeo, el tañedor de lira, sudaba, y Alejandro consultó a un adivino. El augur le pronosticó un gran éxito en su empresa, porque la divinidad manifestaba con este signo que para los poetas del futuro resultaría arduo cantar sus hazañas. Después de encomendar a su general Antípatro que conservara Grecia en paz, en la primavera del año 334 a.C. cruzó el Helesponto con treinta y siete mil hombres. No regresaría jamás. Alejandro ocupó Tesalia y declaró a las autoridades locales que el pueblo tesalo quedaría para siempre libre de impuestos. Juró que, como Aquiles, acompañaría a sus soldados a tantas batallas como fueran necesarias para engrandecer y glorificar a la nación. 

Cuando llegaron a Corinto, Alejandro sintió deseos de conocer al filósofo Diógenes, famoso por su desprecio por la riqueza y las convenciones, quien, con ochenta años, conservaba sus facultades intelectuales. Sentado bajo un cobertizo, calentándose al sol, Diógenes miró al rey con total indiferencia. El monarca le dijo: “Soy Alejandro, el rey”, a lo que Diógenes le contestó: “Y yo soy Diógenes, el Cínico”. “¿Puedo hacer algo por ti?”, le preguntó Alejandro, y el filósofo respondió: “Sí, puedes hacerme la merced de marcharte, porque con tu sombra me estás quitando el sol”. Más tarde el rey diría a sus amigos: “Si no fuese Alejandro, quisiera ser Diógenes”

Tiempo después, capturado y conducido a su presencia, Diónides, pirata famoso, no se arredró ante la amonestación del rey cuando éste le dijo: “¿Con qué derecho saqueas los mares?”, Diónides le respondió: “Con el mismo con que tú saqueas la tierra”; “Pero yo soy un rey y tú sólo eres un pirata”. “Los dos tenemos el mismo oficio -contestó Diónides-, si los dioses hubiesen hecho de mí un rey y de ti un pirata, yo sería quizá mejor soberano que tú, mientras que tú no serías jamás un pirata hábil y sin prejuicios como lo soy yo”. Dicen que Alejandro, por toda respuesta, lo perdonó. 


En junio de 334 logró la victoria del Gránico, sobre los sátrapas persas. En la cruenta batalla Alejandro estuvo a punto de perecer, y sólo la oportuna ayuda en el último momento de su general Clito le salvó la vida. Conquistada también Halicarnaso, se dirigió hacia Frigia, pero antes, a su paso por Éfeso, pudo conocer al célebre Apeles, quien se convertiría en su pintor particular y exclusivo. Apeles vivió en la corte hasta la muerte de Alejandro. A comienzos de 333, Alejandro llegó con su ejército a Gordión, ciudad que fuera corte del legendario rey Midas, importante puesto comercial entre Jonia y Persia. Allí los gordianos plantearon al invasor un dilema en apariencia irresoluble. Un intrincado nudo ataba el yugo al carro de Gordio, rey de Frigia, y desde antiguo se afirmaba que quien fuera capaz de deshacerlo dominaría el mundo. Todos habían fracasado hasta entonces, pero el intrépido Alejandro no pudo sustraerse a la tentación de desentrañar el acertijo. De un certero y violento golpe ejecutado con el filo de su espada, cortó la cuerda, y luego comentó con sorna: "Era así de sencillo". Alejandro afirmó así sus pretensiones de dominio universal. 

Cruzó el Taurus, franqueó Cilicia y, en otoño del año 333 a.C., tuvo lugar en la llanura de Issos la gran batalla contra Darío III, rey de Persia. Antes del enfrentamiento arengó a sus tropas, temerosas por la superioridad del enemigo. Alejandro confiaba en la victoria, y con un golpe de audacia decantó la balanza del lado de los griegos. Con el resultado de la contienda todavía incierto, el cobarde Darío huyó, abandonando a sus hombres a la catástrofe. Las ciudades fueron saqueadas y la mujer y las hijas del rey fueron apresadas como rehenes, de modo que Darío se vio obligado a pedir a Alejandro la paz, con unas condiciones extraordinariamente ventajosas para el macedonio. Le concedía la parte occidental de su imperio y la más hermosa de sus hijas como esposa. 

Pero Alejandro ambicionaba dominar toda Persia y no podía conformarse con ese honroso tratado. Para ello debía hacerse con el control del Mediterráneo oriental. Destruyó la ciudad de Tiro tras siete meses de asedio, tomó Jerusalén y penetró en Egipto sin hallar resistencia alguna: precedido de su fama, fue acogido como un libertador. Alejandro, tras visitar el templo del oráculo de Zeus Amón en el oasis de Siwa, se proclamó su filiación divina al más puro estilo faraónico. Aquella visita a un santuario, cuyo dios no era puramente egipcio, tenía una finalidad política. Alejandro Magno no podía dejar pasar la oportunidad de aumentar su prestigio y popularidad entre los helenos. Se cuenta que después de haber solicitado la consulta del oráculo, el sacerdote le respondió con el saludo reservado a los faraones: "hijo de Amón". A continuación, penetró solo en el interior del edificio y escuchó atentamente la respuesta. Sobre esta visita y sobre el alcance de la profecía se han vertido ríos de tinta. La mayoría de los historiadores coinciden en señalar que allí el oráculo habría informado al macedonio de su origen divino, y predicho la creación de su Imperio Universal. El hecho es que no se conoce ningún texto que proporcione información acerca de las palabras del oráculo. 


Al regresar por el extremo occidental del delta, fundó la ciudad de Alejandría, para determinar su emplazamiento contó con la inspiración de Homero. Solía decir que el poeta se le había aparecido en sueños para recordarle unos versos de la Ilíada: "En el undoso y resonante Ponto / hay una isla a Egipto contrapuesta / de Faro con el nombre distinguida". En la isla de Faro y en la costa próxima planeó la ciudad que habría de ser la capital del helenismo y el punto de encuentro entre Oriente y Occidente. Al no poder delimitar el perímetro urbano con cal, Alejandro decidió utilizar harina, pero las aves acudieron a comérsela destruyendo los límites establecidos. Este acontecimiento fue interpretado como un augurio de que la influencia de Alejandría se extendería por toda la Tierra. 

En la primavera de 331 ya hacía tres años que había dejado Macedonia, con Antípatro como regente; pero prosiguió atravesando el Éufrates y el Tigris, y en la llanura de Gaugamela se enfrentó al último de los ejércitos de Darío III, llevando a su fin, en la batalla de Arbelas, a la dinastía aqueménida. Las impresionantes tropas persas contaban en esta ocasión con elefantes. Parmenión era partidario de atacar amparados por la oscuridad, pero Alejandro no quería ocultar al sol sus victorias. Aquella noche durmió confiado y tranquilo mientras sus hombres se admiraban de su extraña serenidad. Había madurado un plan genial para evitar las maniobras del enemigo. Su mejor arma era la rapidez de la caballería, pero también contaba con la escasa entereza de su contrincante. Efectivamente, Darío volvió a mostrarse débil y huyó ante la proximidad de Alejandro, sufriendo una nueva e infamante derrota. Todas las capitales se abrieron ante los griegos. Mientras entraba en Persépolis, Alejandro mandó ocupar casi de forma simultánea Susa, Babilonia y Ecbatana. En julio de 330, Darío moría asesinado. 


Alejandro sometió entonces las provincias orientales y prosiguió su marcha hacia el este. Muchas fueron las anécdotas y leyendas que a partir de entonces fueron acumulándose alrededor de este semidiós que parecía invencible. Vistió la estola persa, para simbolizar que era rey tanto de unos como de otros. Movido por la venganza, mandó quemar la ciudad de Persépolis, dio muerte con una lanza a Clito, aquel que le había salvado la vida en Gránico, mandó ajusticiar a Calístenes, el filósofo sobrino de Aristóteles, por haber compuesto versos alusivos a su crueldad, y que se casó con una princesa persa, Roxana, contraviniendo las expectativas de los griegos. Alejandro incluso se internó en la India, donde hubo de combatir contra el noble rey hindú Poros. Como consecuencia de la trágica batalla, murió su fiel caballo Bucéfalo, en cuyo honor fundó la ciudad llamada Bucefalia. 

Comentarios

Entradas populares