Jaume D’Aragó i Anjou


Hijo primogénito del rey Jaime II de Aragón y de su segunda esposa Blanca de Anjou, nació el 29 de septiembre de 1296. Numerosos historiadores han considerado sus supuestas debilidades mentales, sus cambios de humor, su depravación, su homosexualidad, cualidades unidas a una extrema religiosidad.

Es evidente que poseía una personalidad compleja. En su juventud, corría el año 1313, su padre se muestra orgulloso de él, en el desempeño de la Procuraduría General de la Corona de Aragón. Cargo de una gran importancia, pues después del de rey, el procurador debía administrar justicia.

En 1318 se produjo un incidente curioso, cuando Jaime II encontró en los aposentos de su hijo un hábito de monje, con el consiguiente disgusto.

Renunció a sus derechos a la corona de Aragón, para poder retirarse a un monasterio, evitando así contraer matrimonio en Gandesa, el 5 de octubre de 1319 con Leonor de Castilla. Esta despechada el mismo día de su boda, hubo de regresar a Castilla, contrayendo años más tarde matrimonio con el hermano del infante, el rey Alfonso IV de Aragón.

El infante Jaime renunció a sus derechos en el Convento de San Francisco de Tarragona, el 22 de diciembre de 1319. Tomando el hábito de la Orden de San Juan de Jerusalén en el convento de los dominicos de la misma ciudad. Pero unos meses más tarde, el 20 de mayo de 1320 renunció al hábito sanjuanista e ingresó en la recién creada Orden de Montesa, que se había creado con los bienes de los templarios, una vez desaparecidos.

Lo último que sabemos de él, es que el 30 de abril de 1334 estuvo presente en la promulgación de unas constituciones capitulares. Por lo que suponemos que murió en Tarragona en julio de 1334. Fue sepultado en la Catedral de Tarragona, aunque su tumba en esa catedral nunca ha sido hallada. Ciertas fuentes dicen que posteriormente sus restos fueron trasladados al desaparecido Convento de San Francisco de Barcelona. En el siglo XIX el monasterio fue demolido y las tumbas reales profanadas, los restos reales fueron introducidos en sacos y llevados a la Catedral de Barcelona en 1835, disponiendo en 1852 la reina Isabel II, que fueran colocados en un sepulcro en el claustro de la Catedral. Posteriormente los restos reales fueron trasladados al interior de la Catedral.

Es de suponer que si los restos del Infante Jaime fueron recogidos y depositados en los sacos junto al resto de los cadáveres reales, no hay duda de que hoy día estarán en la Catedral de Barcelona. No obstante todo lo anterior, en la Catedral de Tarragona aún se da por sepultado allí al infante Jaime, y se asegura que jamás fue trasladado desde que fue sepultado.


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