Ermita de Santa Coloma de Albendiego (Guadalajara)


Situada en el caserío de Albendiego, junto al río Bornova que acaba de nacer en la laguna de Somolinos y arropado por una exuberante vegetación de cientos de árboles, destaca aislada, a unos quinientos metros al sur del pueblo, la iglesia románica de Santa Coloma. Ahora es ermita, pero siempre hizo de espacio religioso en el que a lo bello de sus formas, a lo clásico de su estructura, se sumó el silencio denso de su mensaje simbólico.

El nombre de Albendiego tiene claras resonancias árabes, lo que nos hace creer que fuera denominado así, por los numerosos mudéjares que poblaron la comarca. Tras la Reconquista, perteneció al Común de Tierra de Atienza, pasando luego a los de La Cerda, duques de Medinaceli, de quienes por casamientos pasó a la casa del Infantado, junto a una serie de lugares anejos a Miedes. En Albendiego pueden verse algunas grandes casonas de recia textura, destacando sus paramentos de sillarejo, sus dinteles de grandes piedras, muchas talladas con emblemas y frases populares, y hasta alguna ruina de casa noble, de sillar, a la que le quitaron el escudo.

El monumento más interesante de Albendiego es la iglesia de Santa Coloma, aquí tuvo su sede una pequeña comunidad de monjes canónigos regulares de San Agustín, que ya existían en 1197, su prior ocupaba un lugar en el coro y cabildo de la catedral seguntina. Ellos fueron, pues, quienes a finales del siglo XII levantaron esta iglesia de Santa Coloma. Se trata de un edificio inacabado, con añadidos del siglo XV. De nave única, al exterior nos muestra la espadaña de remate triangular con tres vanos a los pies, sobre el muro de poniente, y el ábside completo rematando el templo por levante. Se accede a su única nave a través de una puerta con arco gótico rebajado, y cardinas esculpidas, añadiendo algunos capiteles y adornos vegetales y geométricos. Se cobija esta puerta por un pequeño atrio. De las obras de arte que había en este templo: un retablo gótico, algunas imágenes románicas; nada queda.

La nave tiene un coro alto a los pies, muestra en su cabecera el arco triunfal con gran dovelaje y capiteles foliáceos, que da paso al presbiterio, a partir del cual se abre el ábside plenamente iluminado por los calados ventanales. A ambos lados del presbiterio, se abren sendos arquillos semicirculares, que dan entrada a dos capillas primitivas, escoltadas de pilares y capiteles perfectamente conservados, tenuemente iluminadas por los ventanales ajimezados del exterior. Son dos receptáculos donde el aire misterioso, ritual y místico de la Edad Media, parece detenerse y fluir de sus piedras.

El ábside principal es semicircular, aunque con planta que tiende a lo poligonal, y divide su superficie en cinco tramos por cuatro haces de columnillas adosadas, que hubieran rematado en capiteles si la obra hubiera sido terminada. En los tres tramos centrales de este ábside aparecen sendos ventanales, abocinados, con derrame interior y exterior, formados por arcos de medio punto en degradación, de gruesas molduras lisas que descansan sobre cinco columnillas a cada lado, de basas áticas y capiteles foliáceos. Llevan estas ventanas unas caladas celosías de piedra tallada, que ofrecen magníficos dibujos y composiciones geométricas de raíz mudéjar, tres en la ventana de la derecha, cuatro en la central, y una sola en la de la izquierda, pues las otras dos que la completaban fueron destruidas o robadas. Centrando cada dibujo, se aprecia una cruz de ocho puntas, propia de la orden militar de San Juan, y antes de los Templarios. El resto de la cabecera, ofrece a ambos lados de este ábside sendos absidiolos de planta cuadrada, en cuyos muros de bien tallada sillería aparecen ventanales consistentes en óculos moldurados con calada celosía central, también con composición geométrica y cruz de ocho puntas, escoltándose de un par de columnillas con basa y capitel foliáceo, y cobijados por arco angrelado, cuyo muñón central ofrece en sus caras laterales una bella talla de la hexalfa o estrella de seis puntas, y en otra la que llaman “sello de Salomón”, cuajadas ambas de sentido y expresión de otras culturas.


Desde hace algunos años, se ha estudiado el origen y ocupación de este templo. Y aunque fuera en sus inicios administrada por una comunidad de canónigos regulares de San Agustín, pudo haber sido propiedad de los caballeros de la Orden Militar de San Juan, pues esa cruz de ocho puntas es la que se ve profusamente tallada en las celosías pétreas de las ventanas de su ábside. Debemos recordar que la Orden de San Juan fue la heredera, en Castilla, de la Orden de los Caballeros del Temple. Su emblema, la cruz patada original, se representó de muchas maneras. También como cruz de ocho puntas. Y el saber ecléctico, aunando las tradiciones esotéricas de los árabes y los judíos, fue asumido por estos hombres, que no solo acumularon saber y secretos, sino muchas riquezas. Todo ello fue la causa de que algunos poderosos consiguieran, destruirlos.

Tras los análisis de múltiples estudiosos del fenómeno templario y el esoterismo o búsqueda de las verdades esenciales, se ha descubierto que este templo de Santa Coloma de Albendiego fue sede de los Templarios. Y sus numerosos capiteles, cruces, ventanas y grabados son la expresión clara de su presencia. Durante mucho tiempo se pensó que eran expresiones de un cristianismo modelado por artistas mudéjares. Hoy se piensa que, todo ello fue planificado serenamente como un espacio de religión cristiana, ornado de elementos que nos hablan de la esencia única de la Sabiduría: la unión de la Cábala judía,  la mística sufí y el anhelo cristiano de encontrar en un Dios, la fuerza universal del Saber, el rigor del Número, el poder de la Geometría.

Según Almazán la composición y talla de este conjunto se debe a dos talleres de canteros, uno cristiano y otro islámico, aportando cada uno sus creencias religiosas y sus conocimientos. Estas celosías vendrían a encarnar toda una Mística de la luz, de los Números y de la Geometría, propios del esoterismo islámico y del cristiano y judío. Para este experto, el modelo del que proceden estas composiciones geométricas del ábside de Albendiego, es el mandala que construyó el murciano Ibn al Arabi, quien trataba de vivenciar sus experiencias espirituales. Esa intención de mostrar polígonos, estrellas, triángulos, sellos, incluidos en círculos, es la esencia gráfica del proceso teológico de Ibn al Arabi y de muchos otros para demostrar la unidad del Universo comprimida en figuras bien casadas. Por lo demás, insistir en la presencia repetida del número doce en estas figuras, que se basa en los doce signos zodiacales, pilares según los sabios antiguos del Universo.

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