La Orden del Temple: El proceso
La redada fue un éxito, la noche del 13 de octubre los templarios
de Francia estaban presos en nombre del rey y bajo la custodia de sus
oficiales. El plan de Guillermo de Nogaret funcionó a la perfección. Los cargos
pueden resumirse en estos diez:
- Obligar a los novicios a abjurar de Dios, Cristo, la
Virgen y los Santos, requisito para ingresar en la Orden.
- Realizar actos sacrílegos sobre la cruz o la imagen de
Cristo.
- Practicar una ceremonia infame de recepción de los
neófitos con besos en la boca, ombligo y nalgas.
- No consagrar las hostias por los sacerdotes templarios
y no creer en los sacramentos; omitir en la misa las palabras de la
consagración.
- Adorar a ídolos
con la forma de un gato y de una cabeza humana.
- Practicar actos de sodomía; dar besos a los novicios en
las partes pudendas.
- Arrogarse por parte del maestre y de otros oficiales la
facultad de perdonar los pecados.
- Celebrar ceremonias nocturnas con ritos secretos.
- Quedarse con las riquezas mediante fraude y abuso de
poder.
- Tener orgullo, avaricia y crueldad, realizar ceremonias
degradantes para los iniciados y proferir blasfemias.
Aunque nadie estaba dispuesto a hacer nada en su defensa,
era necesario actuar con diligencia. La riqueza del Temple provocaba un rechazo
general. Al día siguiente de la detención, Nogaret convocó a un grupo de
profesores de la Universidad de París para explicarles las acusaciones que
pesaban sobre la Orden. Había allí teólogos y expertos en leyes; ninguno mostró
una opinión contraria a la decisión real. El 16 de octubre, Felipe IV puso en
marcha una ofensiva diplomática dirigida a convencer a los reyes de la
cristiandad europea para que hicieran lo mismo en sus reinos; Jaime II de
Aragón lo rechazó.
Comenzaron los interrogatorios. El primero fue el maestre,
preso en París. ¿Sabía el papa Clemente V cuáles eran las intenciones del rey
de Francia? Si las conocía, lo supo disimular, pues muy ofendido, el 27 de octubre
dirigió una carta al soberano en la que mostraba su indignación por el arresto de
los templarios, a quienes seguía considerando el verdadero ejército de la Iglesia.
El papa nada más hizo para paliar las detenciones. Todas las sedes del Temple fueron
registradas, pero no aparecía ese fabuloso tesoro que se decía poseían, ni los
ídolos satánicos ni ningún documento comprometedor. Felipe IV sintió una enorme
frustración; estaba convencido de que guardaban riquezas procedentes de Tierra
Santa. Pero la realidad era bien distinta. Las rentas de las encomiendas de
Europa se destinaban a dotar de hombres y medios a los castillos y conventos
templarios en Oriente, cuanto recaudaban en Occidente iba destinado a Oriente.
Además, la regresión económica había afectado a toda Europa, y los templarios
también lo habían notado en sus balances económicos y en un notable descenso de
sus ingresos.
El papa necesitaba alguna prueba para apoyar al rey de
Francia sin parecer sospechoso de connivencia, y Felipe IV la consiguió de
manera un tanto fraudulenta. Un oscuro delincuente llamado Esquiú de Floyran,
que había sido prior de Montfaucon, en el Périgueux, esperando la pena de
muerte a que fue condenado por el asesinato del maestre provincial, que lo
había destituido de su cargo de prior; huyó a Aragón y pretendió vender su
delación al rey Jaime II, pero éste no aceptó. Floyran regresó a
Francia, y ahí se urdió el plan. Compartía celda en Agen con un templario renegado
que le confesó los delitos cometidos por la Orden cuando él era miembro de la
misma. Floyran reveló las confesiones del templario a cambio del perdón y de
una suma de dinero, y acusó a los templarios de herejía. Guillermo de Nogaret necesitaba
un testigo de cargo, y lo encontró en Esquiú de Floyran. Para la Inquisición
esa denuncia era suficiente. Los templarios debían demostrar su inocencia. Este
burdo montaje fue suficiente para que el papa, considerara justificado el
arresto. Con este informe del rey, Clemente V publicó el 22 de noviembre de
1307 la bula Pastoralis praeminentiae, en la que denominaba a Felipe IV «defensor
de la fe y verdadero hijo de la Iglesia», reconocía como veraces las acusaciones
contra los templarios, y ordenaba que fuera investigada la Orden del Temple en
toda la cristiandad y que las autoridades civiles confiscaran todos sus bienes
hasta que pudiera hacerse cargo de ellos la Santa Sede.
Cuatro días después enviaba desde Aviñón una delegación
formada por tres cardenales para interrogar personalmente a Jacques de Molay.
El maestre defendió la inocencia de su Orden, pero Felipe IV estaba dispuesto a
que la persecución que había iniciado acabara definitivamente con ella, los
templarios comenzaron a ser torturados a fines de 1307. El maestre del Temple con
cerca de setenta años, ante las torturas confesó todos los delitos, y con él
los demás altos dignatarios de la Orden. Las torturas causaron mella en los
caballeros; la mayoría confesaron haber realizado las prácticas de que se les
acusaba y tan sólo cuatro las negaron.
Conforme iban llegando, fuera de Francia, las noticias de lo que estaba sucediendo, la
estupefacción de los caballeros templarios iba en aumento. En mayo de 1308 Felipe
IV convocó los Estados Generales en la ciudad de Tours, se entrevistaron el rey
y el papa y se decidió que el papado tomara el control del proceso. El maestre
Molay fue trasladado al castillo de Chinon para proseguir los interrogatorios.
En las bulas Faciens miserícordiam y Regnans in coelis, del 12 de
agosto de 1308; se instaba a los obispos de todas las diócesis a crear
comisiones interrogatorias con dos canónigos, dos dominicos, dos franciscanos y
el propio obispo. La respuesta de los reinos cristianos fue desigual, Portugal
y Castilla no reaccionaron hasta que se promulgaron esas bulas; en Chipre, donde
radicaba la casa central de la Orden, se negaron a entregarse, pero al final
claudicaron; en Aragón hubo una defensa armada de los castillos, donde
resistiendo hasta fines de la primavera de 1309; en Flandes la orden no causó
ningún efecto y tuvo que ser repetida el 26 de marzo de 1308; en Alemania
comenzaron a ser detenidos en el verano de 1308.
Los interrogatorios se intensificaron, algunos
templarios, al verse bajo la custodia de la Iglesia, decidieron retractarse de
las confesiones que habían realizado bajo tortura. Eso fue mucho peor, pues la
Inquisición condenaba a la hoguera a los relapsos. Todos los interrogatorios se
habían basado en un cuestionario preparado al efecto, cuyos principales puntos
eran los siguientes:
- Que en su admisión en la Orden y a veces después,
cuando encontraban ocasión, renegaban de Cristo Jesús o del Crucificado y también
de Dios, de la Virgen y de todos los santos y santas de Dios, inducidos o
exhortados a ello por ellos mismos que los recibían en la Orden.
- ítem que ordinariamente los freires practicaban lo
mismo.
- ítem que la mayor parte de ellos lo hacían.
- ítem que también después de su recepción algunas veces.
- ítem que aquellos que los recibían decían y aseveraban
a los nuevos que Cristo no era verdadero Dios, y lo mismo a veces de Jesús y a
veces del Crucificado.
- ítem decían a los nuevos admitidos que Cristo era falso
profeta.
- ítem que decían que Cristo no sufrió la Pasión ni la crucifixión
por la redención del género humano sino por sus propios crímenes.
- ítem que ni admitentes ni admitidos tenían la esperanza
de alcanzar la salvación por Cristo, y esto o algo parecido les decían a los
aspirantes.
- ítem que obligaban a los aspirantes a escupir sobre la
cruz o sobre la señal o escultura de la cruz y sobre la imagen de Cristo,
aunque los candidatos a veces escupían junto a la cruz.
- ítem que los obligaban a pisotear la misma cruz.
Una declaración singular fue la que el 13 de mayo de 1310
realizó el sargento templario Aymery de Villiers- le-Duc, quien sentenció:
«Mataría al mismo Dios sí me lo pidieran». Desde luego, el informe que leyó
Clemente V era demoledor, en consecuencia emitió el 12 de noviembre la orden de
arrestar a todos los miembros del Temple, la fase de interrogatorios duró hasta
el 26 de mayo de 1311. El 22 de noviembre emitía desde Aviñón la orden de
arrestar a los caballeros témplanos en todos los reinos.
Jacques de Molay volvió a ser interrogado el 26 de
noviembre de 1309, su ánimo se vino abajo y declaró que era ya incapaz de defender
al Temple. A partir de ahí centenares de templarios fueron quemados. La
persecución encabezada por Felipe IV daba sus frutos, y se autoproclamaba
«Guardián de la cristiandad de Occidente» con derecho a justificar cuanto
estaba haciendo. Sus problemas económicos no estaban resueltos, pues el tesoro
templario no aparecía pese a torturas y a ejecuciones. El 14 de marzo de 1310
se plantearon 127 artículos, que se incluyeron en el enorme expediente contra
la Orden.
Publicadas las acusaciones, el papa emitió la bula Alma
Mater, el 4 de abril, donde explicaba las razones del procesamiento. Entonces
quinientos cincuenta templarios pidieron declarar en defensa de la Orden. En
mayo más de medio centenar, rechazaban la condena, se proclamaban inocentes y aseguraban
haber admitido su culpa a causa de las torturas. Ya no había marcha atrás; el
arzobispo de Sens les contestó con una dureza extrema y el 11 de mayo condenó a
la hoguera a cincuenta y cuatro templarios por relapsos.
Las matanzas causaban estupor, el papa para que aquella
situación no se le escapara de las manos, convocó un concilio en Vienne para
octubre de 1310; pero tuvo que retrasarse un año. Sólo nueve témplanos
solicitaron defenderse ante el tribunal. El papa ordenó su encarcelamiento. Los
que se negaban a confesar eran condenados a muerte, los que confesaban sus
culpas solían ser perdonados y liberados, pero si se retractaban eran condenados
por relapsos.
El 3 de abril de 1311, Clemente V emitía un edicto suspendiendo
la Orden del Temple, el 19 de abril, los comisarios pontificios llamaban a
testificar a Pedro de la Palud, parte de su declaración fue: He oído decir que
al principio, cuando la Orden de los templarios estaba empezando, había dos
caballeros que montaban en el mismo caballo durante un combate en ultramar: el
que iba delante se encomendó a Jesucristo y luego resultó herido en la batalla.
El otro, el que cabalgaba detrás, y que, según se cree, era el diablo que había
tomado forma humana, dijo que él se encomendaba a quien mejor le pudiera
ayudar. Y como no había resultado herido en el combate, criticaba al otro por
haberse encomendado a Jesucristo, y añadió que, si depositaba su confianza en
él, la Orden crecería y se enriquecería. Y el testigo ha oído decir, no sabe a
quién, que el primer caballero, el que había resultado herido, se dejó seducir
por aquel diablo con forma humana, y así nacieron los susodichos errores.
Declara haber visto con frecuencia la imagen de dos hombres con barba montando
un único caballo, y cree que se trata de una representación pictórica de
aquellos dos.
En Francia la persecución fue terrible, en otros reinos
de la Europa cristiana fue menos virulenta. El castillo de, de la encomienda
más importante del reino de Aragón, era el único que resistía el asedio de las
tropas del rey Jaime II. Defendido por su comendador, Berenguer de Bellvis, y
por varios caballeros templarios, capituló el 24 de mayo de 1309, pero lo
hicieron con las siguientes condiciones:
-Se les concedía el derecho a que cuatro o cinco frailes
fueran ante el papa para tratar sus derechos.
-Conservarían sus joyas y bienes inmuebles.
-Entregarían las armas al rey si lo decía el papa, pero
si la Orden siguiera, las recuperarían.
-Conservarían las mulas para cabalgar y cada comendador
mantendría dos criados.
-El rey de Aragón intercedería ante el papa para que no
sufrieran tormento.
-Se perdonaría a los seglares del castillo.
-Podrían vivir en los centros donde hubiera conventos.
Las condiciones, que eran muy favorables, mejoraron, pues
en 1311, recibieron una renta de entre 500 y 3.000 sueldos por templario, y el
7 de octubre de 1312 el concilio de Tarragona absolvió a los templarios de la
Corona de Aragón al considerarlos inocentes. Como la Orden había sido
suprimida, quedaron adscritos a sus obispos, que se encargaron de la custodia
de los bienes incautados, entre los que había libros, objetos de culto y
relicarios. No obstante, Jaime II dilató el proceso cuanto pudo porque también
aspiraba a quedarse con parte de las propiedades. Los templarios de Aragón
negaron las acusaciones, pese a que el papa ordenó torturarlos, los templarios de
las encomiendas aragonesas se distribuyeron por los conventos del Hospital en
Aragón, permaneciendo en sus antiguos distritos.
En el reino de Castilla se incoaron procesos en Medina
del Campo y Salamanca entre 1310 y 1312; como en Aragón, también fueron
declarados inocentes y se les dejó libres. En Inglaterra, Eduardo II rechazó
las acusaciones contra el Temple, no quiso capturarlos y retrasó cuanto pudo
toda acción contra ellos.
En todas partes fueron absueltos, excepto en Francia, testigos
de poco fiar, pruebas poco seguras pero aceptadas sin más y declaraciones sin
contrastar se acumulaban en contra del Temple. El 5 de junio el papa tenía ya
todos los informes y pudo proceder al cierre de la comisión y a la convocatoria
del concilio aplazado en Vienne, que se inauguró el 16 de octubre de 1311, tras
un año de retraso, con presencia de Clemente V. Algunos hicieron correr la voz
de que en los bosques de los alrededores de la ciudad había ocultos entre mil
quinientos y dos mil templarios prestos a intervenir para defender a la Orden.
Sólo siete se presentaron en el concilio. Lo tenían muy difícil ante la
manipulación de las pruebas, la defensa de los templarios había cometido muchos
errores.
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