La muerte de Sócrates


Medidas: 130 cm × 196 cm. Soporte: Óleo sobre lienzo Localización: Museo Metropolitano de Arte, Nueva York- He aquí un ejemplo perfecto de arte neoclásico, del que David, uno de los pintores más emblemáticos de este movimiento, haría gala durante la turbulenta Francia de las revoluciones. En este caso David elige la ejecución del filósofo griego Sócrates, hacia el 399 a. c. Se hace énfasis en la escena, que es lo importante, evitándose elementos secundarios, como el fondo: aquí aparece claramente más oscurecido con respecto a los personajes, que son iluminados por una luz que entra por la izquierda. Las figuras humanas se dibujaban acorde al ideal griego, pareciendo estatuas.

Todas estas características dotaban a las obras de un aspecto austero, casi aséptico. Se ensalzan valores como el honor o la dignidad: en este caso, la entereza de Sócrates, que con absoluta firmeza afronta su condena a muerte. Para resaltar la importancia de Sócrates, David lo pinta mirando al frente, siendo el único de toda la composición, y cerca del centro, en mitad del haz de luz. Gran parte de los presentes dirigen su mirada hacia él, convirtiéndolo en el absoluto protagonista.

David nos cuenta la historia del último momento del filósofo griego, que había sido forzado a beber cicuta, un poderoso veneno, por corromper a la juventud y rechazar a los dioses. Muchos de sus seguidores le sugirieron que huyera, como Critón, que apoya su mano en su muslo, como diciendo «no lo hagas». Sin embargo, Sócrates acata las leyes griegas por cuestión de principios y acepta su condena con decisión. Hasta el último momento no deja de dar lecciones, su brazo aparece alzado en señal de firme convicción, mientras que con el otro alcanza el veneno que le conducirá a la muerte. En el suelo se puede ver una cadena abierta, símbolo de la liberación de la ignorancia, que Sócrates erigía como el verdadero mal. El resto de personajes no pueden contener la emoción del momento y aparecen indignados, incluso el carcelero se siente avergonzado de servirle el veneno a tan excelsa personalidad. Caso aparte es el de Platón, el hombre de vestiduras grises que da la espalda a la escena. Se muestra profundamente reflexivo ante la muerte de su maestro, afligido pero contenido, encarnando una madurez intelectual muy superior al resto de los componentes.

Para acabar, como curiosidad, hay que añadir que la escena presenta algunas imprecisiones históricas, ciñéndonos al relato que Platón escribió en el Fedón (probablemente representado en el pergamino que observamos en el suelo junto a él).A pesar de que David pidió el asesoramiento de estudiosos del tema, por poner algunos ejemplos, el propio Platón no estaba presente en ese momento, ya que se encontraba enfermo, y era mucho más joven, no el hombre de avanzada edad que observamos. Licencias que sin duda fueron tomadas de forma consciente por el autor, que no nos desvían de la verdadera enseñanza del lienzo: firmeza con los ideales de uno mismo, congruencia total entre lo que se piensa y se hace, aquí ejemplarizadas por, en palabras del propio Platón, «el más sabio y justo de todos los hombres».

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