El bloqueo imperfecto de Cádiz en 1810
En la
primera década del siglo XIX asistimos a la cruel derrota de la Armada Española
en Trafalgar. Aquel 21 de octubre
de 1805 pone fin a un periodo, largo y fructífero, para la flota. Es evidente
que un solo combate no sería la única razón para que todo se viniera abajo, fue
preciso más que ese fracaso militar; tres años después de este fracaso se
derrumba la monarquía. Pero las naves hundidas en los combates no se llevaron
al fondo del océano, el fruto de décadas de lecturas, estudio y reflexiones.
Tras los
hechos de mayo de 1808, por todos conocidos, a España le esperaban años
convulsos, en todos los terrenos: político, económico, militar. Un ejército y
una marina muy deteriorados se enfrentaban con más corazón que medios al que,
por entonces, era el mejor ejército existente, al menos en tierra.
El ejército francés se dirige a Cádiz, tras someter a las principales ciudades de Andalucía.
En el mes
de enero de 1810, los franceses, habían arrollado a las menguadas fuerzas
españolas en Sierra Morena. El mariscal Soult, al frente de un baqueteado
ejército de 50.000 hombres, hace capitular Sevilla el 1 de febrero. Tras lo
cual envía al mariscal Victor a Cádiz, a donde llega el día 4, ocupando
desde Rota hasta Chiclana. Mientras tanto el mariscal Sebastiani, había
concluido la conquista de Granada y Málaga. La ocupación de Andalucía por el ejército
francés se había realizado, a excepción de Cádiz, en menos de un mes.
La Junta
de Sevilla, se había refugiado en Ayamonte, y la Junta Central, ante estos
acontecimientos, había dimitido el 27 de enero en Cádiz, constituyéndose el
Primer Consejo de Regencia, dos días más tarde. Cierto que, tras la batalla de
Ocaña, en noviembre de 1809, no existía un ejército español que fuese
calificado como tal. Volviendo a Andalucía, las unidades supervivientes se
habían dispersado por los montes de Sierra Morena. Las fuerzas del duque de Alburquerque,
tras varios días de agotadoras marchas forzadas, habían conseguido burlar a los
franceses, llegando a Cádiz el 2 de febrero, en un estado lastimoso.
El
ejército imperial parecía imparable en su camino hacia Cádiz. La potencia de su
artillería y la efectividad de su caballería, habían demostrado no tener rival
en el continente. Sus generales eran famosos por su rigor con el enemigo
español, saqueando los territorios ocupados y fusilando a cualquier paisano
armado.
Así las
cosas el 6 de febrero, el mariscal Victor, se presentó acompañado de 200
jinetes, frente al puente de Zuazo, para expresar su deseo de cumplimentar al
gobernador de Cádiz. Petición que fue rechazada por el oficial del puesto,
alegando que no tenía orden de dejarlos pasar.
José Bonaparte, al llegar a El Puerto
de Santamaría, el 16 de febrero, quiso también llegar a un compromiso con los
rebeldes gaditanos, pero tampoco tuvo éxito. Los franceses, al día siguiente,
enviaron un oficio a la Junta de Cádiz, firmada por tres marinos afrancesados,
solicitando la rendición de la plaza, con toda clase de garantías. Pero la
Junta volvió a rechazar la oferta. La guerra en el sur de la península debía
continuar su curso.
Es
necesario puntualizar que, en aquella coyuntura bélica, los errores
estratégicos del emperador francés compensaron las carencias de las fuerzas
españolas en Cádiz. El primer error hay que atribuírselo al mariscal Soult,
que en enero, tras arroyar a las fuerzas españolas en Sierra Morena, entretuvo
a las fuerzas del mariscal Victor, para proteger su entrada en Sevilla,
en lugar de enviarlo, a marchas forzadas, hacia Cádiz. Perdiendo la oportunidad
de arroyar a las fuerzas de Alburquerque. Pero este error está dentro
del mal planteamiento de Napoleón en torno a la guerra de España. Para él
fue un conflicto dinástico que necesitaba de una rápida ocupación del país, aún
a riesgo de diluir sus fuerzas hasta extremos peligrosos. Así en el periodo de
1808 a 1814, los franceses controlaron solamente las ciudades más importantes,
despreciando el resto del territorio y dejándolo en manos de los españoles.
En el
caso de Andalucía, Las fuerzas del mariscal Soult, tuvieron que
guarnecer las ciudades conquistadas, mantener las comunicaciones entre ellas y
bloquear Cádiz, cuando, en realidad, solo mantuvieron el dominio del valle del
Guadalquivir, Granada, Málaga y algunas poblaciones pequeñas. No disponía de
mas efectivos.
En 1810, Napoleón,
había destinado 60.000 hombres para la campaña de Portugal, y otros 60.000 para
la invasión de Andalucía, sin tener en cuenta, en este último caso, las
dificultades de un teatro de operaciones tan complejo como la bahía de Cádiz.
Llegados a febrero, el mariscal Victor, con 20.000 hombres veteranos,
experimentados y con mejor armamento, tenía que cubrir un amplio frente, desde
Jerez y Sanlúcar hasta Medina Sidonia. Los franceses siempre estuvieron
amenazados por un ataque por sorpresa, como ocurrió en marzo de 1811 en la
batalla de Chiclana, ya que las líneas de comunicación y abastecimiento estaban
escasamente cubiertas por 1.135 hombre para abastecimiento y 1331 hombres y 661
caballos en reserva.
Comienza el asedio de Cádiz
En
febrero de 1810, el asalto frontal de las fuerzas de Victor por tierra,
era casi imposible. En la isla del León los franceses no podían efectuar las
maniobras y movimientos, que tanto éxito les habían dado en campo abierto en
sus campañas continentales. Tampoco existía el factor sorpresa, y su superior
capacidad de fuego artillero o la excelente maniobrabilidad de su caballería,
se perdían en ese medio hostil.
El
ejército francés antes de atacar las murallas de Cádiz debía rodear la bahía,
desde el Puerto de Santa María hasta Chiclana, vadeando los ríos Guadalete y
San Pedro. Entre Chiclana y la entrada natural a la isla del León, había seis
kilómetros de marismas, caños y salinas. Cerca el caño de Sancti Petri
constituía un foso que llegaba hasta la costa atlántica. Si los franceses
lograban superar todos estos obstáculos, les quedaban catorce kilómetros de
arrecife de arena y roca, hasta las Puertas de Tierra, en la propia Cádiz. De
igual manera el asalto de la ciudad por mar era una tarea imposible, ya que al
llegar las fuerzas de Victor a la bahía, no disponía de embarcaciones
menores para llevar a cabo un desembarco, ya que las existentes habían sido destruidas
o trasladadas a la plaza por los españoles. Sus ataques podían ser
neutralizados por los barcos españoles y británicos.
En
definitiva, el dominio de la geografía favorecía a españoles y británicos. Los
éxitos franceses en la península hasta febrero se habían apoyado en el dominio
del terreno. Sin embargo la bahía de Cádiz era una cosa bien distinta.
La
Regencia, con su mando único al frente, que ejercía el general Blake,
dispuso una serie de medidas ante el avance francés. Se destruyó el fuerte de
Santa Catalina, además de cortar los puentes de los ríos Guadalete y San Pedro.
Ante la inminente llegada del ejército francés al Trocadero, la Regencia hizo
destruir los almacenes de efectos terrestres y navales. Ahora bien, no todo fue
sencillo, puesto que en la tierra de nadie, determinadas condiciones
atmosféricas podía favorecer las operaciones francesas. Previo a la batalla de
Chiclana, las tropas del general Zayas fueron sorprendidas por los
franceses en la noche del 3 de marzo de 1811, causándoles muchas bajas-
La
segunda línea de defensa, construida por los británicos, se extendía desde la
playa de Santa María, en el Atlántico, hasta el puente de Zuazo y la bahía de
Puntales. Los defensores tuvieron una gran superioridad en munición, que les
era suministrada por los británicos por mar. Esto animó al bombardeo diario de
las posiciones francesas.
La
fortificación no bastaba, era necesario desarrollar una fuerza que detuviese el
avance del enemigo en la bahía y las marismas, diseño donde brilló con luz
propia Escaño. El Gobierno tomó
varias disposiciones. Los navíos y fragatas armables se encargaron de: traer
caudales de América; transportar armas, víveres, marinería y soldados a Cádiz y
realizar ciertas expediciones. Los buques pequeños podía defender puertos y
costas. Pero el gran servicio de la Armada en aquellos meses decisivos de 1810
fue la formación de fuerzas compuestas por distintas embarcaciones menores:
lanchas cañoneras y obuseras, falúas, bombos, botes y faluchos. En este sentido
convirtieron varias lanchas de los buques en divisiones móviles de lanchas
cañoneras, con piezas de 24 libras, que desarrollarían la “guerra a la
holandesa”. Siendo su eficacia militar muy superior al tamaño de sus
unidades.
El 23 de
febrero unidades españolas y británicas capturaron el castillo de Matagorda,
que se encontraba en territorio enemigo, al otro lado del estrecho de Puntales,
desde donde hicieron fuego de artillería sobre los franceses en el caño del
Trocadero, posición que constituía una gran amenaza para la defensa de Cádiz.
Los franceses reaccionaron, sometiendo Matagorda a un duro bombardeo. Era una
situación desesperada, pues el castillo de Matagorda no tenía refugio para
bombas. Al final los británicos se vieron forzados a abandonar el castillo el
24 de abril. Desde allí los franceses interrumpían el tráfico entre las dos
bahías gaditanas y posibilitaba el emplazamiento de baterías en la Cabezuela,
desde donde bombardear Cádiz.
El 10 de
octubre de 1810, Soult preparaba una asalto anfibio sobre Cádiz, desde
el caño del Trocadero, pero nunca pudo contar con fuerzas suficientes. Peor aún
tuvo que retirar fuerzas de infantería y caballería del frente gaditano, para
la campaña de Massena en Portugal. Que por cierto fue otro sonoro fracaso para
las fuerzas del imperio.
Tras el fracaso, solo quedaba mantener el bloqueo
En
definitiva, todas las medidas defensivas impidieron que los franceses llevaran
a cabo un verdadero sitio de la plaza fuerte de Cádiz, como había realizado,
con éxito, en otros lugares de la península ibérica.
El 28 de octubre de 1810, cuando la Primera Regencia terminó su mandato, Cádiz seguía resistiendo eficazmente a los franceses, llegándose a una situación de equilibrio estratégico que permitió mantener la soberanía española en el sur peninsular. El bloqueo napoleónico continuaría su cerco terrestre hasta su retirada el 24 de agosto de 1812, tras la derrota de Salamanca.
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