La Cueva de Hércules en Toledo


La cueva de Hércules es un espacio abovedado que podemos encontrar en el subsuelo de Toledo, se sabe que la bóveda fue construida por los romanos para poder almacenar agua potable, además de depositar otras mercancías importantes. La cueva cuenta con una leyenda desconocida por muchos, pero enigmática para todo el que oye hablar sobre el misterio que se esconde en ella.


Historia de la cueva de Hércules en Toledo

Una vez que cae el imperio romano de occidente los visigodos toman posesión de la cueva y la convierten en una iglesia. Durante el tiempo en que este territorio es dominado por los musulmanes, no sabemos con exactitud cómo fue utilizada la cueva, algunos piensan que fue utilizada como una mezquita. Tras la Reconquista, los cristianos convierten la cueva en una iglesia cristiana, hasta el momento en que es cerrada debido al peligro de derrumbe.

Varias han sido las investigaciones realizadas para determinar lo que se oculta en su interior, pero todas las investigaciones han terminado en tragedias: la primera investigación la llevó un cardenal de la iglesia católica, todos los miembros de la investigación terminaron muertos. Según algunos investigadores la cueva es sede de una secreta sociedad que controla clandestinamente al mundo y que mantiene un secreto que no puede ser desvelado al público.

Adentrémonos en la leyenda

Cuenta la leyenda que por España pasó el hijo del dios Zeus, Hércules, y en su periplo por la Península Ibérica recorrió distintos lugares, llegó al final del mundo, Finís terrae (Finisterre), y fundó ciudades como La Coruña y Toledo. En esta última decidió levantar un magnifico castillo, para guardar en el incontables tesoros (joyas, metales preciosos y obras de gran valor, como la Mesa de Salomón) y se practicó la magia y la alquimia, además de todas las desgracias que pudieran afectar a España. Cerró la puerta con un candado y dejó ordenado que todos los reyes de España pusieran un candado en esa puerta, con la intención de que ningún curioso pudiera abrir las puertas.

Los godos que eran muy devotos y guardaban la ley divina, a causa de la prolongada paz y de la abundancia de riquezas, comenzaron a olvidarse de Dios. Y entre ellos los moradores de Toledo, que, olvidados de los beneficios recibidos de Dios, abandonaron el camino de la virtud; por lo cual recibieron justo y duro castigo por sus grandes pecados. Las malas y corruptas costumbres del rey Witiza, corrompieron las vidas y costumbres de todos los suyos, provocando con ello la ira de Dios contra este reino por sus malas obras. Ocho años después de ocupar el trono, Witiza, vino contra él don Rodrigo, venciéndole en una batalla, le hizo sacar los ojos y puso en prisión, adonde acabó sus tristes días.

Don Rodrigo sería el último rey de los godos; y, aunque al comienzo de su reinado se mostró leal con sus súbditos, no fue diferente en los vicios a su antecesor Witiza; con sus corruptas costumbres, acabó de corromper lo que aún quedaba sano. Nada más llegar al trono en 710, hizo abrir la cueva de Hércules pensando que, según las fuertes cerraduras que tenía, habría dentro grandes tesoros, desafiando así la inscripción disuasoria de su formidable puerta que venía a decir “Rey, abrirás estas puertas para tu mal”. Se dice que rompió 27 cerrojos. Dijo Rodrigo: “¡Por Alá! No moriré con el disgusto de esta casa y sin remedio he de abrirla, para saber qué hay dentro de ella”. Los consejeros reales le dijeron: “¿Qué pretendéis con abrir esta casa? Si necesitáis oro, nosotros os daremos tanto como penséis hallar en esa casa, a condición de que continúe cerrada su puerta”. Rodrigo no se conformó, impulsado por el destino, encontró una caja de madera, y en ella figuras de árabes llevando como ellos ropas, arcos árabes y espadas ricas en adornos. Hallaron también en la casa un escrito que decía: “Cuando sea abierta esta casa y se entre en ella, gentes cuya figura y aspecto sea como los que aquí están representados invadirán este país, se apoderarán de él y lo vencerán”. Entrando los musulmanes ese mismo año.

Pero hay otras versiones, como la de Ahadith al-imama, que nos que un sabio doctor que acompañó a Muza en la conquista de España, explica que en la casa de las veinticuatro cerraduras se encontró la mesa que perteneció a Salomón. Nos cuenta que Don Rodrigo, fue a la misteriosa casa y dijo: “¡Por el Mesías! no puedo contener más mi curiosidad; no quiero morirme sin saber lo que encierra este edificio; abriré sus cerrojos y yo mismo entraré”. Quisieron persuadirle para que olvidara su propósito, y le preguntaron: “¡Oh, rey! ¿Qué te propones con abrir este palacio?” Rodrigo contestó: “Mi propósito es ver lo que contiene; estoy devorado por la curiosidad y juré por el Mesías no vivir más tiempo atormentado”. Sus consejeros le replicaron: “Dios sea contigo. No es seguro ni conveniente ir contra las costumbres establecidas por tus ilustres antepasados. Desiste, pues, de tu loca determinación y añade un cerrojo a la puerta, lo mismo que han hecho tus ascendientes. No dejes que tu pasión te lleve a cometer un acto que tus predecesores consideraron muy peligroso para ellos mismos”. Sin hacer caso de sus razones, Rodrigo abrió la puerta, y al entrar halló solamente pinturas que representaban guerreros árabes, con una inscripción: “Cuando este palacio se abra, éstos cuya forma, traza y vestidos están aquí, invadirán el país y lo someterán por entero”.

Hay otras versiones, pero para no ser pesado, voy a relataros una más solamente. El moro Rasis nos cuenta en su crónica que, cuando los guardianes del palacio invitaron a Don Rodrigo a poner su candado en la puerta, le contaron que cuando Hércules vino a España mandó edificar en Toledo, cimentada sobre cuatro leones de metal, esa casa parecida a una cuba que está derecha sobre el témpano, tan alta que muchos hombres intentaron arrojar por encima de ella una piedra, sin poderlo conseguir; la fábrica exterior era de mosaico polícromo, donde aparecían figuradas diferentes historias. Le explicaron que se ignoraba lo que Hércules había encerrado dentro, quien cerró la puerta con un candado, escribió en ella que nadie se atreviera a abrirla, ordenó a todos los reyes que después de él habrían de venir que pusiesen allí sendos cerrojos, y entregó la llave del suyo para su custodia a doce hombres, de los mejores de Toledo, haciendo jurar a los de la ciudad que cuando alguno de los guardianes muriese fuera sustituido por otro.

Rodrigo, dudando de lo que hubiese dentro, hizo romper las cerraduras y penetró en el interior del palacio, hecho cual si fuese de una pieza, y dividido en cuatro galerías: una de ellas blanca a par de la nieve, otra muy negra, verde como el limón la tercera, y la cuarta roja cual la sangre. Recorriendo su interior acertaron a ver cierta pilastra con una portezuela, y encima escrito: “Cuando Hércules hizo esta casa andaba la era de Adán de cuatro mil e seis años”. Abrieron, y en el interior había otro letrero: “Esta casa es una de las maravillas de Hércules”. Había un arca de plata guarnecida de oro y piedras preciosas, cerrada con candado de aljófar, que mostraba escrito en letras griegas: “El rey que en su tiempo esta arca fuere abierta verá maravillas antes que muera”. Picado por la curiosidad o por la codicia, el rey examinó el fondo del arca; pero no halló más que una tela prendida a dos tablas; y en ella, árabes figurados con sus tocas, y en sus manos lanzas con pendones; y, sobre las figuras, el siguiente pronóstico: “Cuando este paño fuere extendido e aparecieren estas figuras, hombres que andan así armados tomarán e ganarán a España, e serán de ella señores”. Pésale al rey el hallazgo; prohíbe hablar de él a los que allí estaban presentes, y manda cerrar de nuevo las puertas y echar los cerrojos.

Pasando el tiempo, nuevos fabuladores dieron rienda a la imaginación y añadieron remates portentosos a la ya de por sí azarosa leyenda de Don Rodrigo y la casa de los cerrojos.

La mesa de Salomón

Tras la destrucción del Templo de Jerusalén en el 70 d.C., los romanos se la habrían llevado a Roma. Así lo contó Flavio Josefo: “Entre la gran cantidad de despojos, los más notables eran los del Templo de Jerusalén: la mesa de oro, que pesaba varios talentos, y el candelabro de oro”. 

Los godos se hicieron con el tesoro del Templo durante el saqueo de Roma en el 410 d.C. El historiador Procopio lo menciona entre las riquezas depositadas en Tolosa, la capital del reino entonces. Un siglo después, éste sería trasladado a Toledo ante el avance de los francos, tras pasar por Carcassone, Rávena y Barcelona. Otras leyendas la hacen llegar desde el norte de África a través de reyes míticos que habrían participado en campañas contra Jerusalén.

Ningún autor cristiano de la época, como Isidoro de Sevilla, menciona la mesa ni su presencia en Toledo, de hecho la primera noticia que se tiene de la Mesa de Salomón en la Península aparece en las narraciones árabes de la toma de Toledo por Tariq, aunque otras leyendas sitúan el hallazgo en Complutum (Alcalá de Henares). Existe la creencia de que Tariq habría llevado la Mesa de Salomón a Medinaceli, probablemente por el topónimo. La localidad fue llamada Medina Talmeida (Ciudad de la Mesa) y Madinat Salim (ciudad fundada por Salim ibn Waramad), que sería una deformación de Madinat Shelim, Ciudad de Salomón.

Tras desembarcar en la Península, Musa reclamó a Tariq la famosa Mesa de Salomón junto al resto del tesoro real godo. Se cuenta que Musa le humilló y maltrató para conseguirla y éste, antes de cedérsela, le arrancó una pata y la hizo sustituir por una falsa. Ambos fueron llamados a Damasco por el califa Suleimán y dicen que cuando Musa le entregó la mesa presentándose como el conquistador de España, Tariq mostró la pieza que faltaba desautorizándole. En este punto se pierde la pista de la Mesa de Salomón. Unos dicen que fue desmontada por orden del califa en Damasco, otros que acabó en Roma, otros que fue despiezada y sus gemas adornan la Kabba de la Meca. Otros sostienen, sin embargo, que no llegó a salir de España y aún lo sitúan en Toledo y en Jaén. 

En 1546 el cardenal Silíceo hizo explorar la cueva: “A cosa de media legua toparon con una mesa de piedra con una estatua de bronce, después pasaron adelante hasta dar con un gran golpe de agua”. No se atrevieron a proseguir y regresaron. En 1839 nuevos exploradores se descolgaron con cuerdas hasta un osario cuya entrada cerraba una pesada losa y encontraron vestigios de construcciones antiguas, pero la probable entrada de la cueva estaba taponada por los escombros.

La lápida templaria de Arjona

En Jaén, en 1924 un labriego encontró en Torredonjimeno otro tesoro visigodo del que solo se conservan hoy unas pocas piezas menores, y donde fue hallada en 1956 una lápida templaria que, según el cabalista Álvaro Rendón, reproduce los símbolos grabados en la Mesa de Salomón. La lápida de mármol, que actualmente se encuentra en el Ayuntamiento de Arjona, se encontró en una extraña cripta de estilo bizantino que se había hecho construir el barón de Velasco en la localidad jienense. El barón de Velasco era miembro de la sociedad secreta de los “Doce Apóstoles”, cuya existencia fue descubierta casualmente por el joven funcionario Joaquín Morales en 1937 durante el inventario de los tesoros artísticos de la catedral de Jaén. El objetivo de esta sociedad a la que habrían pertenecido destacadas personalidades de finales del siglo XIX y principios del XX habría sido la búsqueda de la Mesa del Rey Salomón, que se creía oculta en Jaén. 

¿Oculta la Cueva de Hércules el Tesoro de Salomón?



AUTOR DE LAS IMÁGENES: David Utrilla

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