El sitio de Gibraltar




Pero al Trinidad no se le daba descanso, apenas 20 días después de fondear en Cádiz, la flota de Córdoba era necesitada nuevamente. No lejos de allí, el asedio a la Roca, Gibraltar, organizado por españoles y franceses se había topado con una defensa encarnizada por parte de la guarnición inglesa, decidida a cualquier cosa para mantener la Unión Jack ondeando en lo alto del peñasco. 

Córdoba con su escuadra partió de Cádiz en dirección al estrecho para reforzar el contingente franco-español que sitiaba el Peñón desde hacía varios años, bajo la dirección del jefe de escuadra Barceló, enfrentado al general inglés Glasgow. Al comenzar las hostilidades en 1779, los oficiales ingleses se extrañaros al ver las dimensiones y características de las lanchas que la armada española había preparado para enfrentar a los navíos ingleses en la reconquista de Gibraltar: morteros con base giratoria a bordo de pequeños botes impulsados por una vela o por remos. 

El capitán Sayer, que mandaba las piezas que defendían las posiciones inglesas más al sur de la Roca y se encargaban de repeler los ataques por mar, pudo ver como durante tres noches consecutivas, perdió 46 hombres bajo el fuego de esos extraños botes. En una nota que luego se convertiría en informe oficial a Glasgow, Sayer decía: “... porque atacaban de noche, eligiendo las más oscuras, era imposible apuntar a ese pequeño bulto”. 

Los daños ocasionados por las cañoneras fueron cuantiosos en los buques, pues su artillería resultaba casi inútil contra aquéllas. La principal debilidad de las lanchas era su fragilidad, sobre todo con la mar picada. Cuando el apremio azuzó a los oficiales que las mandaban a actuar a plena luz del día, eran sistemáticamente barridas desde las baterías inglesas. El 12 de septiembre de 1782, los combatientes de la bahía algecireña se quedaron petrificados cuando vieron las dimensiones del navío que doblaba Punta Carnero. Con un viento suave el Trinidad enfiló la diagonal del seno, tras él casi treinta embarcaciones se dispersaron por la bahía, para alivio de las dotaciones de las baterías flotantes y cañoneras utilizadas para cercenar los navíos ingleses anclados alrededor de La Roca. 


El teniente Gurpegui creyó que era el fin cuando, todavía bajo el fuego inglés y amarrado a lo que un día había sido el palo de su lancha San Lorenzo, alzó la vista y distinguió a un oficial español que lo incorporó a bordo de un bote. Gurpegui y su timonel habían sido los únicos supervivientes de la San Lorenzo tras recibir tres impactos en el costado de estribor. Una vez en el Trinidad, Gurpegui confesó a Córdoba que no había visto nunca tantos escalones arados en el costado de un buque de guerra. 

Al ver aparecer la escuadra española, el capitán inglés Sayer dirigió varias salvas hacia el buque de Córdoba. Sin devolver el fuego, el Trinidad desplegó toda la vela para salir del alcance de los cañones ingleses. Córdoba y el resto de bajeles buscaron abrigo en Algeciras, allí dejaron a los enfermos y heridos y regresaron a Cádiz. 

El Trinidad había recibido algunos disparos, principalmente en el costado de babor y la proa, por lo que se acometieron varios trabajos de reparación. La capitanía general acordó recubrir todo el casco con planchas de cobre y mejorar así su flotabilidad y avance velero. Además se reemplazaron 2 piezas de la 1ª batería que habían explotado por la impericia de su dotación en 3 andanadas consecutivas que el buque intercambió con el inglés Polyphemus en la recolecta de los caídos en el asedio al Peñón.

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