Batalla del Cabo San Vicente



    El almirante John Jervis se había apoderado del estrecho de Gibraltar no permitiendo el paso a ninguna embarcación que entrase en el Mediterráneo sin su permiso. Cuando Richery partió hacia Canadá con la escuadra del Trinidad como escolta, la flota de Jervis, con el Victory como insignia más veinte navíos de línea y varias fragatas, llevaba 400 días apostada a 10 millas de Cádiz. John Jervis, que en 1797 escribiría una de las páginas más brillantes de la armada inglesa, tuvo que sofocar dos motines en la flota y el intento de linchamiento del capitán Frederick, del Blenheim, cuando el reverendo del navío Thomas, descubrió en el camarote del capitán ocho galones de limonada destinados a los oficiales, mientras el escorbuto y el desánimo fustigaban la flota. 

    Al amanecer del 10 de septiembre de 1796, Jervis desde el castillo de proa de su buque, vio la señal de enemigo a la vista en el palo de mesana del Orion, que se encontraba a media milla delante de él y que repetía la que enviaba la fragata Southampton, que se encontraba más cerca de la costa española. Medio centenar de buques se acercan a Cádiz por el norte-noreste, entre los que se encuentran no menos de seis de primera clase. 

    Desde la distancia el capitán del Orion, James Saumarez, embarcado en una de las fragatas avanzadas habían divisado una fuerza muy superior a la flota inglesa de bloqueo. Comunicó al comandante en jefe que: el quinto, séptimo y noveno buques de la columna enemiga eran muy voluminosos, sobre todo el quinto. Había vislumbrado las siluetas del Santísima Trinidad, Mejicano y Salvador del Mundo, estos dos últimos de 112 cañones cada uno. Desde este último navío, el comandante brigadier Antonio Yepes vio con nitidez la línea de comunicación inglesa, disparando varios cañonazos hacia los bajeles enemigos para avisar al resto de la escuadra española, que en su totalidad fondeó en Cádiz a la mañana siguiente. Una vez más, Jervis juzgó innecesario un enfrentamiento.


    Una vez en Cádiz, la escuadra de Lángara zarpó del puerto el 25 de septiembre a la vista de la flota de Jervis, que nuevamente no hizo nada por impedirlo. El almirante inglés despachó dos unidades ligeras para dar aviso en La Roca, puso dos fragatas tras la escuadra española con instrucciones de no perderla de vista y observar detenidamente sus movimientos. Una de las fragatas era la Minerve, comandada por Horacio Nelson, la otra era la Blanche, al mando del capitán de fragata Puckett. La escuadra española siguió rumbo este y se adentró en el Mediterráneo. Lángara sabía que estaba siendo observado y ordenó a tres fragatas reducir vela y esperar a los intrusos, pero cada vez que se ponían en facha, las inglesas También reducían. Al llegar a la altura de la manga del Mar Menor, Nelson abandonó la persecución regresando para informar a Jervis

    El ocho de noviembre de 1796, el Santísima Trinidad se dejó ver en la ensenada del puerto francés de Toulon, al frente de una descomunal flota de 50 embarcaciones de guerra. Una vez más la Francia revolucionaria solicitaba la presencia del insignia español para guardar las espaldas de su convulsa marina de guerra. La capacidad de los oficiales franceses había caído varios enteros y el Directorio creía que, escoltada por buques españoles, la flota que el contralmirante Villeneuve debía hacer llegar a Brest tenía más posibilidades si el insignia de Lángara surcaba las aguas paralelas al Guillaume Tell, donde arbolaba su insignia el almirante francés. 

    Desde su botadura en 1769, el Santísima Trinidad llevó la vitola de buque de guerra más grande y con mayor número de cañones del mundo, los ingleses, que habían sufrido sus fuegos más de una vez, suscribían la opinión hispana. Por su parte, Francia mantenía que algunos navíos de tres puentes de la clase Océan eran más grandes que el Trinidad, aludían al L´Océan, botado en 1790 y al L´Orient, inaugurado un año después. Al llegar la escuadra de Lángara a Toulon, el L'Océan se encontraba amarrado al muelle principal del puerto. Como no había espacio suficiente para ambos, el capitán Orozco ancló su navío en el contiguo, el bauprés del L´Océan apuntaba directamente a la popa del Santísima Trinidad. A primera vista se diría que eran gemelos, los más interesados en despejar la incógnita compararon los planos de delineación de ambos navíos, no logrando ponerse de acuerdo.


    El 10 de diciembre de 1796, una escuadra franco-española de casi 70 navíos se hacía a la mar desde Toulon en dirección al estrecho de Gibraltar. Tras una derrota sur-suroeste sin incidentes a lo largo del mediterráneo, los buques hispanos abandonaron la columna entrando en el puerto de Cartagena, mientras que Villeneuve siguió el rumbo cara al estrecho. 

    Hacia las 3:15 de la tarde del 14 de febrero de 1797, frente al Cabo San Vicente, el Santísima Trinidad se encontraba en una situación dramática, había sido cercado y ametrallado durante dos horas por hasta cuatro buques ingleses. El almirante Córdova y el capitán Orozco llevaban ya un buen rato solicitando el apoyo de los suyos mientras veían como la arboladura del navío y el aparejo estaban inutilizados, los cuerpos inertes tupían las cubiertas y el casco había encajado más de 60 disparos. Los defectos de fabricación supusieron que más de la mitad de los cañonazos que partían desde sus baterías inferiores se perdiese en el océano. Además, la inexperiencia de los artilleros suponía una cadencia de fuego tres veces más lenta que la del contrario. 

    Desde que el Captain de Nelson disparase los primeros poco después de la una, el navío español había sido el blanco de los cañonazos del Excellent, Prince George, Blenheim, Orion, Irresistible y Culloden. El Blenheim hizo caer el aparejo sobre el costado de estribor; el Orion dirigió todos sus fuegos a la popa del navío, mientras que el Irresistible y el Culloden se habían centrado en la proa y las amuras, respectivamente. Sin poder disparar ya que el costado por el que era atacado se encontraba taponado por el aparejo, y aislado del resto de la flota y sin esperanza de auxilio, el navío arrió bandera alrededor de las 3:30. Desde el Blenheim, su capitán Frederick, envió 3 botes para tomar posesión del navío. Al frente de la dotación de presa iba el teniente de navío Hughes en la primera lancha; las dimensiones del Trinidad, a unos 100 metros de los botes, le impidieron ver la silueta del navío que se acercaba por el costado de babor del barco rendido. 

    Desde el Blenheim, Frederick se dio cuenta de que eran cuatro los navíos españoles que acudían al rescate del Trinidad y vociferó a Hughes para que volviera. Por fin el teniente inglés distinguió a través de los restos de los mástiles del Trinidad, al Infante Don Pelayo del capitán Cayetano Valdés que, había podido por unirse al grupo de Córdova después de haber sido despachado por éste en tareas de vigilancia la madrugada anterior. Tras él, se insinuaban las siluetas del San Pablo, Príncipe de Asturias y Conde de Regla.


    Valdés apenas pudo reconocer al Santísima Trinidad, lo que tenía ante sus ojos era un gran pontón humeante acribillado por doquier, con las velas raídas y desprendidas sobre la borda, cuyo palo más alto era un tercio de lo que había sido el de mesana. Además no veía distintivo alguno a bordo, si no fuera por los aullidos de los marineros que pedían auxilio, Valdés hubiese jurado que el desfigurado fantasma que había ante sus ojos era un navío enemigo. Entretanto, los botes de Hughes estaban de vuelta en el Blenheim

    En la proa del insignia de Córdova, Orozco ondeó la bandera española para hacer ver a Valdés la identidad del buque, al tiempo que el teniente de señales Arteche, en un palo improvisado, indicaba al resto de navíos que arribaba tras el Pelayo, la posición del enemigo. Valdés rebasó al Trinidad y descargó una andanada por estribor sobre el soberbio Blenheim. El buque inglés no respondió, tampoco lo hicieron el resto de los barcos ingleses que empezaban a desplegar trapo para orzar a estribor. El bauprés del San Pablo asomó por la proa del Trinidad y viró a estribor para ofrecer el costado al Irresistible. Su capitán, Baltasar Hidalgo de Cisneros, ordenó dos ráfagas consecutivas sobre las popas del Blenheim y el Irresistible, que seguían al Orion en su huida en dirección norte-noreste para unirse al Victory y al Prince George. El Trinidad estaba tan maltrecho que el almirante Córdova tuvo que izar su insignia en una fragata y dejar los despojos del navío en las manos del capitán Orozco, que sería el encargado de comandar el desagradable periplo de vuelta hacia el puerto de Cádiz. 

    En su primer enfrentamiento serio con una armada enemiga, el Trinidad había estado al borde de la ruina. Córdova dijo que en su dilatada carrera nunca había visto tamaño ensañamiento con un buque de guerra, la textura y el grosor de las cuadernas del buque lo habían salvado de acabar en el fondo del mar. Los propios oficiales ingleses estaban estupefactos ante la resistencia del navío.    

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