La Orden del Temple: Normas de la Orden


Como monjes que eran, los templarios debían someterse a las reglas monacales por las que se regía la vida en sus casas o conventos. Además de los votos de pobreza, castidad y obediencia, los templarios habían jurado también contribuir a la conquista y a la defensa de la presencia cristiana en Tierra Santa, dando su vida si fuera preciso; por eso, desde el principio, la regla quiso ser muy estricta, imponiendo una disciplina férrea para crear un grupo humano sólido y comprometido con sus ideales, evitando cualquier situación en la que esa disciplina pudiera relajarse.

El silencio se imponía en cada momento; guardarlo constituía una norma básica. En caso de tener que hablar, el templario debía de hacerlo en voz baja y dirigiéndose a su interlocutor de manera comedida. Al salir de la oración estaba prohibido hablar, salvo causa mayor, especialmente en las oraciones nocturnas. Hablar en demasía se consideraba un signo de pecado, por lo que estaban prohibidas las charlas ociosas y aquellas que pudieran derivar en situaciones jocosas o de regocijo por causa de asuntos triviales y mundanos. Debían procurar siempre la cortesía y la elegancia; incluso a la hora de dar órdenes, que se solían impartir con expresiones como «gentil y dulce hermano». Ahora bien, si un templario tenía conocimiento de que otro había cometido una falta, debía denunciarlo de inmediato.

El templario se debía a su labor, y debía estar siempre listo para lo que sus superiores  le demandaran. Les estaba prohibido salir del convento sin permiso, aunque esta norma se podía saltar si se estaba en Jerusalén y sólo para ir a rezar ante el Sepulcro del Señor o a otros lugares de culto en la Ciudad Santa, pero siempre que lo hicieran en pareja, por razones de seguridad.

La seriedad debía regir todos sus actos. Debían evitar «la envidia, la calumnia, el rumor y el despecho», y no despreciar a nadie; prudencia, fortaleza y templanza eran las virtudes más preciadas. Tenían prohibido realizar cualquier tipo de manifestación de orgullo. Debían huir de cualquier protagonismo, pues todo lo que hacían estaba destinado a mayor gloria de Dios y de la Orden. El individuo nada importaba, la Orden lo era todo y todo era de la Orden, pues ninguno podía poseer la menor cosa de valor en cuanto ingresaba en ella. Tanto, que ni siquiera podían dedicar dinero al rescate de cautivos. Si un templario era apresado en batalla, el único destino que le esperaba era tratar de escapar, morir ejecutado o pudrirse en prisión de por vida o mientras durase la condena.

Consideraban que su energía procedía de la castidad y la obediencia. Por ello, les estaba prohibido siquiera abrazar o tocar a una mujer, aunque fuera una familiar, y se les decía que era peligroso tan sólo mirarlas de frente a los ojos.

El incumplimiento de las normas o el no seguir los preceptos contenidos en la regla era castigado con la imposición de penas que se clasificaban en dos apartados: la expulsión y la pérdida del hábito; aunque para pequeñas faltas, como por ejemplo tener descuidado el equipo, los castigos consistían en dormir en el suelo, ser privado de alguna comida, realizar tareas reservadas a los siervos o incluso ser azotado.

La expulsión implicaba la salida de la Orden para siempre, en tanto que la pérdida del hábito variaba en el tiempo de aplicación según la gravedad de la falta; en este caso se podía castigar desde un día sin hábito hasta un año. Se cumplía la penitencia a la entrada de la capilla y se podía incluir algún tipo de castigo corporal, que se aplicaba los viernes o los domingos.

En caso de expulsión, se realizaba un acto infamante para el culpable, que debía acudir ante el Capítulo vestido sólo con sus pantalones y una cuerda alrededor del cuello, y cumplir penitencia por un año y un día.


A. Faltas que conllevaban la expulsión: eran las más graves que un templario podía cometer y estaban penadas con la sanción más dura, la exclusión definitiva de la Orden. Eran las siguientes:

1. Simonía: haber entrado en la Orden ganándose a un hermano mediante la compra.
2. Revelación: contar a un hermano que no estuvo presente o a cualquier persona lo deliberado en una sesión del Capítulo.
3. Asesinar a un cristiano o a una cristiana.
4. Robar.
5. Salir de un castillo o casa fortificada por un lugar que no fuera la puerta señalada.
6. Conspirar.
7. Marcharse con los sarracenos.
8. Cometer un acto de herejía.
9. Abandonar el estandarte y huir por miedo a los musulmanes.


B. Faltas que implicaban la pérdida del hábito (que podía ser temporal): este tipo de faltas podía ser castigado con la prisión o con la pérdida de derechos, como no poder participar en la elección de maestre, no comer con el resto de los hermanos, no ir a la capilla, no poder portar el estandarte o el sello. En muchos de estos casos, la pérdida del hábito se deja a discreción de los hermanos, que lo decidían en capítulo. Las faltas que conllevaban la aplicación de estos castigos eran las siguientes:

1. Desobedecer.
2. Poner la mano encima y golpear a un hermano.
3. Golpear a un cristiano o a una cristiana.
4. Tener contacto con una mujer.
5. Acusar a un hermano en falso.
6. Autoacusarse para obtener un permiso.
7. Irse a otra orden, o amenazar con hacerlo, sin autorización.
8. Amenazar con irse con los sarracenos.
9. Bajar el estandarte para golpear.
10. Cargar sin permiso siendo el portador del estandarte.
11. Cargar sin permiso (salvo que se viera a un cristiano en peligro de muerte).
12. Negar el pan y el agua a un hermano.
13. Entregar el hábito a alguien a quien no se debe.
14. Aceptar un donativo de quien desea apoyo para ingresar en la Orden.
15. Romper el sello del maestre sin permiso (abrir una carta, se entiende).
16. Forzar un cerrojo sin permiso.
17. Dar limosna sin permiso.
18. Prestar cualquier pertenencia de la Orden sin permiso.
19. Prestar el caballo a otro hermano sin permiso.
20. Mezclar las pertenencias de un señor con las del Temple.
21. Declarar que pertenecen al Temple unas tierras siendo falso.
22. Matar, herir o perder a un esclavo por error propio.
23. Matar, herir o perder a un caballo por error propio.
24. Cazar.
25. Probar las armas y el equipo si se deriva de ello algún mal.
26. Entregar un animal del aprisco sin permiso.
27. Edificar una casa sin permiso del maestre o del comendador de la zona.
28. Causar a sabiendas o por error una pérdida de cuatro dineros o más.
29. Atravesar la puerta del convento con intención de irse y luego regresar arrepentido.
30. Dormir dos noches fuera del convento.
31. Devolver el hábito o tirarlo por ira.
32. Coger el hábito que otro ha tirado y ponérselo al cuello.

Los templarios tenían permitidos algunos juegos y diversiones para escapar de la rutina cotidiana. Así, podían realizar pequeñas apuestas con otros de sus hermanos siempre que no les costara dinero, como podía ser con flechas sin punta, clavijas inservibles, cuerdas gastadas, etc. En cuanto a los juegos, sólo estaba permitido jugar a las tabas, al llamado marelles o rayuela, sin duda practicado sobre un tablero con fichas, y al desconocido forbot, pero estaban expresamente prohibidos el ajedrez o el backgammon.

La soberbia y el orgullo de que fueron acusados los templarios, y que está presente en muchas de sus actitudes, intentaba ser rebajada con ciertos ritos, como la obligación de lavar los pies y secárselos con paños y después besárselos con humildad a trece pobres a los que, siguiendo la costumbre de la Iglesia, se les reunía el día de Jueves Santo.

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