El doble fantasma


En los espesos pinares que se extienden desde el cerro de San Felipe hasta la Muela de Ribagorda, se oyen tristes lamentos que desde las cumbres y riscos, llenando el monte, llegan en las noches de invierno y de tormenta hasta los hogares de las aldeas y hacen temblar de pánico a sus habitantes. 

Todos saben que proceden de un doble fantasma, mitad hombre y mitad mujer, que vaga veloz por las cumbres y valles y, aterra con su vista a los pastores y caminantes que, despavoridos, corren a refugiarse en sus cabañas. Nadie se atreve a travesar de noche esos pinares, y dan grandes rodeos para evitar cualquier encuentro con el terrible fantasma. 

Son las almas malditas de un guardabosque y su mujer que, recién casados, se fueron a vivir en lo mas espeso del monte, soñando con una dicha eterna que nadie podía turbar en aquella soledad. 

Pero les duró poco tiempo porque el guarda, siempre sano y robusto, empezó a sentir que un mal desconocido minaba su salud, y poco a poco iba consumiéndose hasta quedar exhausto. Consultó a todos los curanderos de la comarca, y todos coincidieron en que su enfermedad la producían los maleficios de su esposa que lo había embrujado. Le mandaban observar la comida, donde de seguro en pócimas y bebedizos, iría su mujer vertiendo lentamente la muerte, y uno de estos magos le llegó a descubrir el deseo de enviudar de su esposo, para poder casarse con un molinero del que estaba prendada. 

Al guarda, ciegamente enamorado de su hembra, le costaba creer aquella infamia y nada se atrevió a decirle, prefiriendo callar y vigilarla. Pero el mal, reforzado ahora con su enorme angustia, iba en aumento. Una fiebre ardiente le devoraba y se sentía morir por momentos a causa de un agudo dolor. 

Los amigos y familiares que iban a visitarle insistían en hacerle responsable de todos aquellos males a la mujer, y le aconsejaban que la echara de casa, antes de que acabase con él. 


El enfermo sufría horriblemente. La idea de separarse de su esposa no podía aceptarla ni por un instante, porque sin ella la vida no tenía para él ningún aliciente. Puesto que iba a morir, prefería que también ella muriese. ¡Del molinero no sería nunca! Y fue acariciando esta idea, ya fija en su mente, que llegó a obsesionarle hasta no poder apartarla de sí. 

Una tarde, en que sombrío y triste miraba a través de los cristales el melancólico paisaje, la vio entrar alegre y atractiva, esperó que se acercase a abrazarlo y entonces le echo al cuello sus garras y, apretando con fuerza, la ahogó, costándole a él también la vida. 

Pasados varios días, un cabrero encontró dos cadáveres fuertemente abrazados, y allí mismo les dio sepultura, mientras sus espíritus, errantes por cumbres y barrancos, pueblan el aire con los tristes gemidos de sus almas en pena.

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