Retrato de un fraile trinitario


Realizado entre 1600 y 1650. Óleo sobre lienzo de 35 X 26 cm. 

Cabeza de hombre joven que viste sayal blanco y capa negra, colores que se corresponden con el hábito tanto de la orden trinitaria como de la dominica. El rostro delgado y de mejillas descarnadas está representado de tres cuartos, destacado sobre el fondo marrón oscuro gracias a una iluminación intensa y frontal. Los ojos claros y almendrados se perfilan bajo unas arqueadas cejas; sobre la frente, ancha y despejada, se dibuja un pelo corto y ralo, ligeramente entrecano. Lleva finas patillas, además de bigote y perilla incipientes. Este retrato colgó en 1902 en la primera exposición monográfica dedicada al Greco. Entonces, se identificó al fraile como fray Juan Bautista Maíno, el pintor de Pastrana que había tomado los hábitos de la orden dominica en 1613, tras regresar de una larga estancia en Italia, y al que algunos autores creían erróneamente discípulo del cretense. La hipótesis apostaba por lo tanto por una cronología tardía dentro de la producción del Greco, propuesta que a grandes rasgos ha venido manteniéndose, aunque con importantes matizaciones. Pese a que esta identificación ha tenido una cierta fortuna, no parece que existan elementos para que se pueda aceptar. Cossío rechazo esta hipótesis, considerando al fraile como un trinitario. Se trata de una obra que presenta una resolución pictórica que se aproxima a la de la producción tardía del Greco, con una vibrante modulación de ocres, grises y naranjas que da al rostro del personaje un vívido moldeado. Sin embargo un estudio detenido de esta cabeza nos advierte sobre las diferencias de la misma con respecto a las obras de mano del pintor. El perfilado del lado derecho del rostro se realiza por medio de una fina línea oscura que podría recordar los contornos negros con que el Greco encajaba las figuras. El artista realizaba esta operación sobre el color de preparación, ese característico tono rojizo acastañado que aflora en todas sus obras, especialmente en los fondos como en zonas de la vestimenta. En el caso de este retrato, no se trata de un trazo de encaje que inicia la construcción de la obra, sino de una imitación de este recurso pictórico, realizada en la superficie pictórica, sobre la carnación ocre. Es de color grisáceo y no el negro intenso que utilizaba el Greco, y aparece muy difuminado, sin la contundente resolución que podemos apreciar en los retratos autógrafos. Tampoco resulta convincente la manera en que están aplicadas las pequeñas pinceladas rojizas en la oreja del personaje. Mientras que en el Greco estos toques finales se aplican sobre los ocres y rosas para concretar y modelar algunas zonas del rostro, como por ejemplo en el Retrato de un caballero, en este ejemplar parecen otra simulación de los usos del cretense y su taller.



FUENTE: Museo de El Prado

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