El caballero de la mano en el pecho


Realizada hacia 1580. Se trata de un óleo sobre lienzo, de 81,8 X 66,1 cm. 

Este retrato de busto largo engrosó las Colecciones Reales gracias a una donación de la viuda del duque del Arco, gentilhombre de cámara, caballerizo y montero mayor de Felipe V. Del Arco poseyó en su finca de recreo situada en el Pardo un grupo de seis retratos de caballeros pintados por el Greco cuya procedencia anterior desconocemos. El conjunto acabaría por constituir el grueso de la galería de retratos del Greco con que cuenta el Museo del Prado. Este ejemplar es uno de los más tempranos del pintor realizados en España, y el que más claramente se ha distinguido del conjunto. El caballero, de unos treinta años, viste según la moda española de finales de los setenta del siglo XVI, con la blanca y estrecha gorguera elevándose por detrás de las orejas y enmarcando la cabeza. Sobre el ceñido jubón de seda negra destacan la mano derecha, que se posa en el pecho, y la empuñadura dorada de la espada. La flexión del brazo izquierdo hace pensar que el arma se sujeta y presenta, asida por la hoja envainada, con la mano izquierda, invisible al espectador. La figura se recorta sobre un fondo neutro, de un tono gris perla matizado por el marrón rojizo de la capa de preparación que trepa a la superficie. 

Gracias a su temprana exposición en las salas del Prado, el retrato se convirtió en uno de los más emblemáticos ejemplares de su autor. La inclusión de la rica espada, el gesto solemne y retórico de la mano -poco frecuente en los retratos civiles del pintor aunque bastante común en sus composiciones religiosas-, la medalla semioculta que porta el caballero y, sobre todo, la decidida relación que éste establece con el espectador, han convertido la efigie en un icono de la hidalguía castellana, y por extensión española. La atracción artística y literaria que ha provocado el retrato explica la variedad de lecturas e identificaciones suscitadas, aunque todas ellas giran en torno a su condición prototípica como noble español y, con ella, los tópicos que han acompañado ese perfil a lo largo de buena parte del siglo XX: cristiano hombre de honor, melancólico y sobrio, representante altivo de su clase y de su época. En algún momento se ha pensado que podría tratarse de un autorretrato, por considerar que el gesto de la mano representaría una autoafirmación orgullosa del pintor. Se han ofrecido otras hipótesis concretas de identificación, entre las que se ha incluido a Miguel de Cervantes o al secretario de Felipe II, Antonio Pérez. Sin duda, la más convincente de las identificaciones es la que liga esta figura con la del tercer marqués de Montemayor, Juan de Silva y de Ribera, contemporáneo del Greco que fue nombrado por Felipe II alcaide o jefe militar del Alcázar de Toledo y notario mayor del reino, un cargo que acreditaría el ademán solemne de la mano, en acción de jurar. 

En cualquier caso, El caballero de la mano en el pecho es un excelente ejemplar de la retratística de su tiempo, con paralelismos formales con el retrato cortesano impuesto por los Austrias, en composiciones marcadas por la sencilla plasmación del retratado: en visión frontal y fuertemente iluminado sobre un fondo neutro. Ejemplares semejantes también se hallan en la pintura italiana del Renacimiento, y especialmente en la escuela veneciana, con la que la composición y técnica del Greco mejor se emparenta, incluyendo el ademán de la mano. Un ardid retórico lleno de expresividad y que ahondaría en el perfil psicológico del retratado, y que también está presente en otros retratos venecianos y centroeuropeos. En cualquier caso, el pintor ha sabido dotar esta imagen de una formidable tensión formal entre lo que exhibe y lo que oculta el personaje. 


FUENTE: Museo de El Prado 

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