Palacio de Carlos I en Granada
Nada
más dar por terminada la conquista de la ciudad por parte de los Reyes
Católicos, la Alhambra fue destinada a fortaleza militar, estableciéndose en
ella la Capitanía General de Granada. Los principales cometidos fueron la vigilancia
de las costas y de la numerosa población de moriscos existente en la zona, a
cargo del conde de y marqués de Mondéjar, en quien había recaído el
título de Capitán General.
Bajo
su supervisión se iniciaron reparaciones y obras en el recinto, para fortalecer
el sistema defensivo, no olvidándose de acondicionarlo para residencia real. Los
trabajos fueron realizados por alarifes procedentes de Sevilla y Zaragoza. Este
proceso tuvo continuidad en años posteriores, debido al interés de los monarcas
y del propio conde, por conservar, en el mejor estado posible, los antiguos
palacios nazaríes. La misma preocupación caracterizó a la reina doña Juana,
quién libró a tal efecto importantes sumas de dinero.
En
todas estas intervenciones se actuó con gran respeto con los elementos
islámicos, destruyendo únicamente el mínimo necesario para la adaptación a las
nuevas necesidades. Esta política, estrictamente conservacionista, va a
adquirir nuevos rumbos con Carlos I.
El
emperador ya había mostrado en 1525, su interés por visitar Granada, si bien no
vería cumplidos sus deseos hasta un año después, tras su boda en Sevilla con
Isabel de Portugal. La ciudad acogió a la real pareja durante los meses de
junio a noviembre de 1526, poniéndose entonces de manifiesto las carencias de
la Alhambra como residencia regia. Es entonces cuando nace la idea de construir
un nuevo palacio, junto a los ya existentes nazaríes, que supliera las
deficiencias y expresara el poder del emperador.
En
este proceso desempeñó un papel fundamental el marqués de Mondéjar, ya que todo
el proceso constructivo se haría bajo su supervisión. El palacio fue diseñado
por Pedro Machuca, que era escudero de la Alhambra, es decir, servidor del
marqués, cuya presencia junto a Jacobo Florentino y Alonso Berruguete, fue
fundamental para la realización de las pinturas murales que adornarían el recinto
elegido por los Reyes Católicos como panteón. Machaca, era pintor, hijodalgo
natural de Toledo, que durante su estancia en Italia, en el entorno de Miguel
Ángel, nació en el él un cierto interés por la arquitectura.
Desde
el comienzo de las obras se instaló, Pedro Machuca, en la Alhambra, en los
aledaños del mexuar, zona que desde entonces recibió el nombre de Cuarto de
Machuca, siendo de su competencia todas las directrices, recayendo las
cuestiones cotidianas de la obra en Juan de Marquina, nombrado aparejador, tras
sus trabajos en el Hospital Real y la Universidad.
El
proyecto definitivo fue enviado al emperador en 1542. El plano demuestra la
envergadura del programa y, sobre todo, el nuevo sentido que se otorgaba a la
Alhambra. Así, las habitaciones de Daraxa, enlazarían con el nuevo palacio. En
torno al mismo se ubicarían dos plazas, ante las fachadas occidental y
meridional, que permitirían la correcta visión de las portadas. Ambas plazas
serian porticadas, dando entrada a dependencias para la tropa y a las
caballerizas. En el sector del Cuarto de Machuca, se construyó una sala de
fiestas, mientras que la zona del Patio de los Leones, se completaría con unas
cocinas y un espacio destinado a iglesia. Así se establecían dos áreas
claramente diferenciadas, una reservada a la corte y otra circunscrita a la
vida íntima del monarca.
Aunque
el plano definitivo sea de 1542, las obras habían comenzado en 1533,
efectuándose con gran rapidez. Las primeras actuaciones fueron levantar las
fachadas norte y sur. Se labró de cantería la portada sur entre 1537 y 1538,
iniciándose este último año, la cimentación de la capilla. El cuerpo superior
de la portada meridional se levantaba en 1546, quedando inacabado por la muerte
de Pedro Machuca en 1550. A la muerte de éste fue designado su hijo Luis, para
sucederle.
Luis
abandonó el proyecto de su padre de articular el patio mediante pilastras,
volviendo al proyecto inicial de emplear columnas. Se pensó que fueran de
mármol blanco, pero en 1556 se labraron en pudinga. Entre 1561 y 1568 se
trabajó en el entablamento y en la bóveda anular del patio, a la vez que se
proseguía la portada oeste. El levantamiento de los moriscos en 1568, ocasionó
el cese de los ingresos y su consiguiente paralización. Durante el periodo en
que estuvo parada la obra, falleció Luis Machuca, sucediéndole Juan de Orea.
En
1580 Felipe II quiere reanudar las obras, para ello pide un informe a Juan de
Orea, sobre el estado de las obras. Sobre este informe, Juan de Herrera
realizará una serie de modificaciones. Reiniciándose las obras en 1584, bajo la
dirección de Juan de Minjares, en la portada oeste, concluyéndose el zaguán
correspondiente en 1595. La obra aún prosiguió a comienzos de la centuria
siguiente, ahora bajo la dirección de Juan de la Vega, Pedro Velasco, Francisco
de Potes y Bartolomé Fernández Lechuga, aunque no llego a concluirse. Tampoco
se completó en el siglo XVIII, a pesar de los buenos propósitos.
La
fachada del palacio, está dividida en dos cuerpos, meridional y occidental. En
el piso bajo, excepto en el frente norte, se emplean pilastras toscanas y
sillares almohadillados, labrados a la rústica. El piso alto presenta pilastras
de orden jónico. Entre las pilastras de ambos cuerpos hay dos hileras de
ventanas, rectangulares las bajas y circulares las altas. La planta inferior está
ornamentada con aldabas de bronce, con cabezas de león y de águila. Mientras el
cuerpo superior se decora con relieves, con los símbolos de la Orden del Toisón
de Oro y columnas con el Plus Ultra.
La
idea de organizar dos plazas porticadas, con fines ceremoniales, ante las
fachadas meridional y occidental del palacio, determinaron la presencia de
sendas portadas monumentales, ejecutadas en mármol y separadas de la línea de
los muros, que sirven para ensalzar las hazañas del emperador, debidas a
Antonio de Leval, con la intervención, también, de Juan de Orea.
El
interior del palacio sorprende por su extraordinario patio circular, el uso de
los órdenes dórico-toscano abajo y jónico arriba, logran una sensación de
majestuosidad. Tras la columnata, se desarrolla el muro, abierto en relación
con las fachadas a cuatro zaguanes. El más destacado es el del flanco oriental,
con forma elíptica. La amplia galería inferior nos muestra una singular bóveda
anular de magistral estereotomía.
La
forma en que se ha combinado el cuadrado y el círculo, en este palacio, con los
contrastes que ello ocasiona, ha sido considerada totalmente ajena a la
impasible serenidad de los edificios del Renacimiento, siendo encuadrado el
palacio como una temprana obra manierista. Ta sólo las fachadas, con su
rusticado inferior, parecen adaptarse a la línea clásica.
El
programa simbólico del palacio, se gesto en tiempos de Machuca, es un completo
discurso dirigido, no sólo, a la ciudad, sino a todo el imperio. Fue
considerado como la Casa del Emperador de Occidente, llamado Carlos de Europa y
Señor del Mundo.
Complementaria
y anterior a la construcción del palacio fue la intervención en el conjunto nazarí.
Además de algunas obras en el Cuarto Dorado, Comares y Patio de los Leones, hay
que destacar las realizadas en la zona de Daraxa, donde se construyeron, con
diseño de Luis de Vega, entre 1528 y 1533, una serie de cámaras y aposentos,
abiertas al Albaicín y al patio interior. Frente a ello en la Torre del
Peinador, se realizó un importante programa pictórico, obra de los italianos
Julio Aquiles y Alejandro Mainer, tendentes a ensalzar la gloria militar de
Carlos I.
No
pueden ignorarse otras actuaciones en la Alhambra, como el nuevo acceso que se
da al recinto con la Puerta de las Granadas, una estructura tripartita con un
arco central y dos laterales. El segundo elemento es el Pilar de Carlos V,
diseñado por Pedro Machuca y realizado por Niccolo da Corte en 1543. La
construcción de este Pilar y la Puerta de las Granadas, sirvió para considerar
a la Alhambra como una microciudad, dentro de la gran ciudad. Una microciudad
que exhibía, los principios de la nueva arquitectura, convirtiéndose en ejemplo
de futuros programas de renovación urbana. Consecuencia de ello, en muchas
ciudades españolas a lo largo del siglo XVI, se transformaron antiguas puertas
medievales, y se construyeron fuentes, destinadas no sólo al abastecimiento,
sino también al ornato público.
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