Breda


Breda o Las Lanzas de Diego Velázquez

Nos encontramos en 1621, tras doce años de paz y tranquilidad para las maltrechas arcas españolas, esquilmadas por continuas peleas, lejos del territorio español, y en defensa de enredados intereses, insaciables para toda la riqueza que afluía a los puertos españoles para, inmediatamente, continuar camino sin que se pudiera obtener mas que migajas. Tras la paz de Amberes en 1609, Holanda, Zelanda, Utrecht, Frisia, Groninga, Ovenjssel y Gueldres, habían sido reconocidas como independientes, lo cual se transformó en unos años de paz. Paz que una vez más se vería rota tras el enjuiciamiento y ejecución de Oldenvarnebelt, en 1619. Oldenvarnebelt había sido el principal artifice y defensor de aquella tregua. Las posiciones se volvieron irreconciliables, y la renovación de la tregua imposible, consecuencia de lo cuál fue la vuelta de los territorios flamencos al imperio español.

Tres años después comenzaba el asedio de la ciudad holandesa de Breda.

La ciudad se halla enclavada en el Brabante Superior, junto a la confluencia de los ríos Mark y Aa, a mitad de camino entre Bruselas, al sur y Amsterdam, al norte. La ciudad, atravesada por canales, poseía importantes fortificaciones. Su castillo, había sido edificado en 1350 por Jan de Polanen, señor de la ciudad, restaurado en 1536 por Enrique de Nassau y, reformado en 1696 por Guillermo III, dándole su fisonomía actual. Allí se redactó el Compromiso de los Nobles o de Breda, una serie de reclamaciones firmadas por dos mil personalidades flamencas y presentadas a Margarita de Parma, gobernadora de los Países Bajos en nombre de Felipe II, solicitando la supresión del edicto de 1564, que establecía la Inquisición y abolía la libertad de culto.

Portada de El Sol de Breda de Perez Reverte

El monarca español, rechazó dicho documento, siendo uno de los detonantes de la rebelión de las Provincias Unidas, la plaza de Breda fue sangriento teatro de operaciones, aunque también marco de reuniones diplomáticas, como el Congreso de Breda de 1575, donde se intentó infructuosamente llegar a un acuerdo entre España y los holandeses, quienes tomaron la plaza en 1579. Los españoles la recuperaron en 1581, pero en 1590 Guillermo de Orange la tomó de nuevo. Sitiada por Spínola, se rindió a las tropas españolas en 1625, Omer Fourdin era gobernador de la ciudad, encargado de su defensa.

Para marchar hacia Bruselas, Federico Enrique tenía que recuperar Breda, la “daga que apunta al corazón de la República” y antiguamente, la posesión más importante de la Casa de Orange en los Países Bajos. A instancias del embajador de Richelieu, en mayo de 1637 los Estados Generales habían reunido en Rammekens una gran flota con un ejército de unos 14.000 hombres y 4.000 caballos, cuyo objetivo era atacar Dunkerque. Debido a las condiciones climatológicas adversas, que duraron varias semanas, y ante los preparativos que los españoles habían hecho contra este plan, Federico Enrique decidió anular el ataque a Dunkerque y marchar con sus fuerzas hacia Breda.

El asedio comienza el 21 de julio de 1637, las tropas holandesas bajo el mando de Enrique Casimiro de Nassau-Dietz, intentaron tomar la ciudad por sorpresa, pero fueron repelidas. El 23 de julio, con la llegada de Federico Enrique se reanuda el asedio. Guillermo II de Orange-Nassau, de tan sólo 13 años, acompañaba a su padre Federico Enrique. Cuando Fernando de Austria marchó con el grueso de sus fuerzas al socorro de Landrecy y Henao que las tropas francesas estaban sitiando, envió al conde Juan de Nassau (primo de Guillermo de Nassau-Siegen, que luchaba en las filas holandesas) al frente de una fuerza de 5.000 infantes y 2.000 caballos con el objetivo de introducirse en Breda. Pero incapaz de atravesar las líneas, Juan de Nassau hubo de retirarse.



El ejército holandés rodeó la ciudad con un sistema de trincheras, que les permitió avanzar, protegido por ellas, hasta las puertas de la ciudad. El 1 de septiembre, el foso había sido rellenado en dos lugares, pero la guarnición continuó resistiendo. El 6 de octubre, ante la falta de munición y las enfermedades sufridas durante el tiempo que duró el sitio, el gobernador Fourbin propuso a los holandeses su rendición y retirada con honor, que fue otorgada por Federico Enrique, y el 11 de octubre a las 11:00 de la mañana dejaron la ciudad con redoble de tambor, retirándose a Malinas. Durante el asedio, la artillería holandesa disparó 23.000 proyectiles contra las fortificaciones de la ciudad.

Como consecuencia la toma de Breda sumada a las de Bolduque en 1629 y de Mastricht en 1632 permitió a los holandeses asegurar el comercio de Zelanda y las fronteras holandesas contra los ataques de los tercios españoles. La ciudad, cuyo control había pasado varias veces de unos a otros contendientes durante la guerra de Flandes, quedó definitivamente en poder de las Provincias Unidas. La victoria holandesa confirmaría al estatúder Federico Enrique de Orange-Nassau en su papel de líder militar, por haber conseguido conquistar en sólo siete semanas la misma ciudad que Ambrosio Spínola tardara once meses durante el asedio de Breda de 1625. Tras la conquista, Federico Enrique ordenó reparar y reforzar las fortificaciones de la ciudad para asegurarla frente a posibles ataques españoles.


Los Tercios de Flandes por Ferrer Dalmau

El apoyo de Francia a las Provincias Unidas, que supondría una importante ayuda en la lucha de éstas contra España, así como el estallido en 1640 de la Guerra de Separación de Portugal y la sublevación de Cataluña, agravando la situación militar española, serían la causa del paulatino retroceso de los tercios españoles en los Países Bajos. La guerra de Flandes se prolongaría hasta 1648, cuando según la Paz de Münster se declararía la independencia definitiva de las Provincias Unidas.

Unos años más tarde, su castillo sirvió de refugio en el exilio a Carlos II de Inglaterra, quien redactó allí su Declaración de Breda (1660), en la cual prometía una amnistía a sus súbditos y aceptaba las principales reivindicaciones planteadas por los parlamentarios en 1641, lo que hizo posible su restauración en el trono inglés. Poco después, en 1667, se firmó allí el Tratado de Breda, concertado entre Francia, Inglaterra, Dinamarca y las Provincias Unidas, que puso fin a la segunda guerra marítima anglo-holandesa.

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