Asedio y destrucción de Cartago

Tras la Segunda Guerra Púnica, que acabó con la mítica batalla de Zama, aquella en la que Publio Cornelio Escipión derrotó al mítico Aníbal, Roma impuso unas durísimas condiciones: El ejército cartaginés quedaba prácticamente eliminado, así como su flota naval; cualquier litigio con otro pueblo tenía que ser dirimido con la mediación de Roma; y además Cartago estaba obligada al pago de indemnizaciones de guerra. Pero con lo que no contaban los romanos era con la industriosidad de los cartagineses, sólo treinta años después, Cartago estaba prácticamente recuperada. Era un pueblo laborioso, con una experiencia de setecientos en el comercio con todos los pueblos ribereños del Mediterráneo. La ciudad resplandecía de nuevo, liquidaron anticipadamente las cuantiosas indemnizaciones impuestas por Roma y comenzaron a levantar, de nuevo, su poderoso imperio.


Catón el Viejo, acababa todos sus discursos con la frase: Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (es más, creo que Cartago debe ser destruida). Nada importaba el tema sobre el que se discutía, la frase final era siempre la misma. Catón el Viejo era el representante del ala más dura y conservadora del Senado, un firme defensor de los viejos valores romanos, frente a lo que consideraba corrupción de esos valores. La aristocracia se estaba relajando, se estaba "afeminando", influencia de los griegos, decía él; se desesperaba ante la relajación de las rígidas costumbres romanas, se paseaba por el Foro desaliñado y hacía gala de austeridad y rigidez moral. Había estado en Cartago, junto a otros senadores, como árbitros entre los cartagineses y los númidas. Cuando vuelve a Roma, comienza una campaña para que Roma vaya de nuevo a la guerra con Cartago. Un grupo de senadores moderados abogaban por la paz, consideraban que Cartago era un contrapeso al poder de Roma en el Mediterráneo. Catón les respondía que Cartago se estaba haciendo demasiado poderosa.

Los partidarios de la guerra ganaron. Ahora tenían que encontrar un pretexto, un "casus belli" que les permitiera ir a la guerra con una justificación moral. Una comisión de senadores informa de que tienen indicios de la existencia de materiales para construir una flota mucho más potente de lo que establecían los tratados suscritos tras la Segunda Guerra Púnica. Cartago acabó yendo a la guerra con los númidas sin el permiso romano. Catón había vencido, aunque no pudo ver el triunfo de las armas romanas, empujadas por su fanatismo, pues murió antes. En 149 A.C. 80.000 soldados romanos desembarcan en el norte de África. Los cartagineses enviaron delegaciones a los romanos. Éstos, exigieron a los cartagineses la entrega de 300 rehenes, hijos de las familias aristocráticas cartaginesas. Los cartagineses accedieron. Entonces los romanos exigieron la entrega de todas las armas. Los cartaginenses volvieron a acceder. Entonces, hartos de la buena voluntad cartaginesa que les impedía ir a la guerra, los romanos se inventaron otra petición: debían demoler Cartago y trasladarse a una distancia de 16 kilómetros de la costa. Cuando los embajadores cartagineses volvieron con tamaña petición fueron acusados de traición y ajusticiados, y todos los romanos de la ciudad asesinados. Roma tenía pista libre. Los cartagineses, cuyos ejércitos estaban formados por mercenarios, se aprestaron a defender su ciudad y su civilización.


Al principio resistieron, entonces Roma escogió a un descendiente del mítico Publio Cornelio Escipión, el africano, con 37 años de edad, Publio Cornelio Escipión Emiliano era nieto adoptivo del legendario general. Se le nombró cónsul cinco años antes de la edad estipulada para aspirar el cargo, y se le dio el mando de las tropas que luchaban en África. Emiliano regresó a África, anuló las campañas romanas en el interior del territorio, y concentró la lucha en el asedio de Cartago. En 147 A.C. levantó un cerco asfixiante sobre la ciudad y esperó. Mientras los cartagineses permanecían completamente cercados, acabó de eliminar los grupos de resistencia en el resto del país. El marzo siguiente las tropas romanas estaban listas para asaltar la ciudad. Fue una carnicería brutal, una lucha encarnizada casa por casa. Los cuerpos se apilaban en las calles, impidiendo el paso de infantería y caballería. Ríos de sangre corrían por las calles de Cartago. Al séptimo día, 50.000 cartagineses suplicaron clemencia, todos serían vendidos como esclavos. Ta sólo quedaba un foco de resistencia, en la colina de Byrsa, donde resistía el general Asdrúbal con 900 defensores. Los romanos sitiaron la colina, todo acabó cuando Asdrúbal desertó y suplicó cobardemente por su vida ante Emiliano. Su mujer, avergonzada, gritó "Vosotros, que nos habéis destruido a fuego, a fuego también seréis destruidos" y se lanzó a las llamas junto a sus hijos, como el resto de los defensores. El general Emiliano lloró aquella noche, impresionado por la devastación que había causado en la ciudad.

Pero aún había más, diez comisionados de Roma llegaron a Cartago con una orden: Cartago debía ser demolida y borrada del mapa. Durante seis días Cartago ardió. Luego, los legionarios romanos se emplearon concienzudamente en destruir la ciudad. Se arrasaron monumentos, las bibliotecas ardieron, se machacaron las construcciones piedra por piedra. Cuando nada quedó de la antaño orgullosa Cartago, se sembró el solar con sal, para que nada creciera allí. Fue un destrucción sistemática y planificada, no solamente de una ciudad, sino de una cultura, una civilización, que durante 700 años había dominado el Mediterráneo. A partir de esa fecha Roma era dueña y señora de la cuenca mediterránea. El Mar Mediterráneo iba camino de convertirse en un lago romano, el "Mare Nostrum". Bajo la actual ciudad de Túnez quedan los vestigios del horrible destino que tuvo que afrontar el pueblo que se atrevió a discutirle a Roma la primacía en el Mediterráneo.

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