El río Manzanares


            Cuentan las crónicas que, a la inauguración de un nuevo puente sobre el río, fue invitado por el corregidor, Lope de Vega. El cual al serle preguntada su opinión sobre el dicho puente, el escritor, haciendo gala de su conocida ironía, contestó: “No voy a dar una opinión, sino un consejo, señor corregidor, que la Villa de Madrid, una de dos, se compre un río o venda el puente”


            El llamado “aprendiz de río”, no sólo no trae agua sino que ni siquiera es capaz de dar de beber a minúsculos seres, como escribió Quevedo:

                                   “Tiéneme del sol la llama
                                   tan chupado y tan sorbido
                                   que se mueren de sed
                                   las ranas y los mosquitos”
           
            También fue Quevedo, quién en otra ocasión dijo:

                                   “Más agua trae en un jarro
                                   cualquier cuartillo de vino
                                   de la taberna, que lleva
                                   con todo su argamandijo”

            Y Tirso de Molina, para no ser menos, nos dejó en su Oda, dedicada al río:

                                   “Como Alcalá y Salamanca
                                   tenéis, y no sois colegio
                                   vacaciones en verano
                                   y sólo curso en invierno”



            Muchas son las anécdotas alrededor del río Manzanares. Hubo quién intentó recorrerlo en barca. La cosa fue así: Un intrépido y utópico deportista del siglo XIX dijo que estaba dispuesto a recorrer el Manzanares, desde el Pardo hasta Vaciamadrid. Un numeroso público -¡incrédulo!- se concentró a ambas orillas del río, para ver pasar al decidido navegante que había retado al Manzanares. Más ¡ay!, pocos fueron los que pudieron verlo, porque al poco de salir del Pardo, tuvo que desistir por falta de agua. Una vez más el río se había mostrado tal cual era: pobre en agua.

            A principios del siglo XX, un concejal tuvo la feliz ocurrencia de hacer una estadística de ahogados en el río, arrojando la cifra de veintinueve en tan sólo tres años, -más que el Sena-, comentó. Pero tuvo que aclarar a los demás concejales en el pleno municipal, que habían muerto ahogados, pero no por culpa del agua -que no era suficiente- sino por arrojarse y golpearse la cabeza contra el fondo del río.

            A pesar de todo, nuestro aprendiz de río, con sus sesenta kilómetros de longitud, puede sentirse orgulloso de constituir un auténtico yacimiento paleolítico, con innumerables restos hallados en sus orillas.



            Pero no voy a dejar de relataros otros comentarios y chascarrillos relativos al Manzanares. Lope de Vega, en otra ocasión dijo:

                                   “Manzanares, Manzanares,
                                   arroyo, aprendiz de río,
                                   platicante de Jarama,
                                   buena pesca de maridos…
                                   y aunque un arroyo sin bríos
                                   os lave el pie diligente,
                                   tenéis un hermoso puente,
                                   con esperanza de río”

            El gran maestro Góngora, también hizo sus comentarios:

                                   “Duélele de ese puente, Manzanares,
                                   mira que dice por ahí la gente
                                   que no eres río para medio puente
                                   y que eres un río para treinta mares”


            Se cuenta también, que en cierta ocasión, Ventura de la Vega, decía que cuando llovía en Madrid, el río pedía a gritos un paraguas. Según la condesa D’Aulnoy, en los meses de junio y julio del siglo XVII, el cauce estaba tan seco que era utilizado para carreras de carruajes, llegando a haber -siempre según la condesa- ¡más de dos mil! Y sin embargo se dice que tras las inundaciones de 1434, varios puentes que cruzaban el río fueron destruidos, quedando tan sólo uno, por lo que hubo que utilizar balsas y barcas para poder cruzar el río.

            Por cierto lector, ¿sabes que hasta finales del siglo XVI el río recibía el nombre de Guadarrama?




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