Túneles del Acueducto romano en Toledo


Al igual que el impresionante acueducto que debió tener la ciudad y del que quedan pocos restos, gran parte de las galerías subterráneas que traían el agua al Toletum romano se han perdido. Pero a pocos kilómetros de la ciudad se puede bajar, con muchísimas precauciones, a parte de este impresionante sistema de traída de aguas desde muchos kilómetros de distancia. Después de dos mil años las piedras se conservan y el agua sigue fluyendo hacia la ciudad. Dentro de la ciudad y bajo viviendas y edificios todavía se conserva parte del entramado de túneles que distribuían las aguas. 

El abastecimiento hidráulico nacía en la presa de Alcantarilla en Mazarambroz, en el arroyo Guajaraz. Iniciada su construcción en el siglo I por los romanos, que ampliaron esta presa desviando hacia la misma también el curso del arroyo de San Martín de la Montiña. Desde esta presa comenzaba el specum o canalización a través de los 38 kilómetros que separan Alcantarilla de Toledo. A veces enterrada, a veces elevada, la canalización iba salvando las dificultades orográficas. La cosa se complicaba al acercarse a Toledo, ya que las fuertes pendientes que conducen al Valle del Tajo hacían que el agua pudiera alcanzar fuertes velocidades. Los ingenieros romanos lo solucionaron empleando las denominadas torres acuarias donde el agua se almacenaba en un depósito intermedio, caía a otro al rebosar este y de nuevo, ya sin fuerza y purificada por decantación, dicha agua era recanalizada con una pendiente pequeña, hasta llegar a la siguiente torre acuaria si el desnivel persistía (había 4 torres acuarias cerca de Toledo). Estas torres acuarias están aún en pie en el paraje de La Sisla. 

Pero la principal dificultad consistía en salvar la hoz del Tajo en Toledo, justo antes de adentrarse en el promontorio rocoso de Toletvm. Aún hoy son patentes los estribos de mortero de esta obra, desprovistos de la sillería de piedra por diferentes expolios y avatares, anclados a la roca madre justo a la altura del puente nuevo de Alcántara. En ese lugar los romanos se vieron obligados a construir un acueducto, del que esos estribos eran la sujeción, que salvaba el tajo que el río había allí generado en su secular discurrir por el lecho rocoso. El acueducto dejó de funcionar en el siglo IX. 


Rey Pastor, a principios del siglo XX propuso un acueducto de 70 metros de altura, con tres arcadas, más tarde, Ortiz Dou lo propone con igual altura pero con sólo dos pisos. Años después Fernández Casado y Smith propusieron la recreación hasta ahora más aceptada. En ella se resta altura al acueducto al considerarlo acueducto-sifón, es decir, un sistema hidráulico que, mediante vasos comunicantes, podría tener un tramo descendente, un tramo central horizontal (vientre de sifón) y un tramo al otro lado ascendente que permitiría recuperar el nivel del agua del otro lado del río mediante el citado principio de vasos comunicantes. De este modo, el acueducto de Toledo se correspondería con un vientre de sifón más o menos horizontal situado entre las cotas superiores de los dos extremos del valle. De este modo, la altura del acueducto sería de unos 50 metros. Aún así sería uno de los más majestuosos del Imperio Romano. Recordemos que el de Segovia tiene 34 metros y el de Nimes (Pont du Gard) 48,7 metros. 

Una vez en la ciudad, el agua era almacenada en grandes cisternas o depósitos (Castellum aquae). Los recientes hallazgos en Las Cuevas de Hércules en San Ginés parecen corresponderse con este sistema de almacenamiento.

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