Palacio del Infantado en Guadalajara


El Palacio del Infantado es una de las muestras más representativas de la convivencia de estilos e influencias artísticas de la Península Ibérica. El edificio fue mandado construir en torno al año 1480, por Don Iñigo López de Mendoza y Luna, segundo Duque del Infantado en el mismo lugar donde su padre, don Pero González, había levantado un señorío familiar en el siglo XIV. Las obras fueron encomendadas al arquitecto Juan Guas, nacido en Borgoña y muerto en Toledo, en el año 1496. 

Juan Guas es uno de los arquitectos más destacados del estilo gótico toledano en el que se mezclan los últimos ecos de la estética gótica con la nueva concepción del renacimiento. Su intervención se centra de 1480 a 1483, año en que se terminó el grueso de la obra arquitectónica, la fachada y el patio, dejando acabadas las partes más nobles y trabajadas del edificio. En esa época colaboró en la construcción de la fachada y el patio, el decorador y tallista Egas Cueman, nacido en los Países Bajos. La inscripción del salón de Cazadores como en la de Linajes, leyó que el palacio se acabó de edificar en 1492.

Hay otros muchos maestros y artesanos que colaboraron en la construcción y ornamento del Palacio, la mayoría moriscos, siendo de destacar: Alí Pullate, que se encarga de la traída de aguas al palacio; Mohammad Sillero, que acopla en algunas salas, determinados artesonados traídos de otros lugares, todos ellos de estilo mudéjar; Bartolomé Cherino, colocó y amplió la cubierta de madera de las galerías de poniente, y reformó los artesonados de otros salones; Abras Lancero de Chiloeches y Mohammad de Daganzo fueron los maestros rejeros y el alcarreño Yhacaf de Palomares y el alcalaíno Abderramán los maestros azulejeros. De los frisos ya desaparecidos, y de la fachada de poniente (Galería del Estanque o del Jardín) fue diseñador y ejecutor Lorenzo de Trillo, ayudado por los alcarreños Jorge de Córdoba, Alfonso Díaz de Berlanga, y los toledanos Miguel Sánchez y Bartolomé García. Estos frisos y los artesonados fueron pintados y dorados por Luis de Ribera, Diego de Ribera, Pedro de Zamora, Sancho de Zamora y Juan de Segovia; todos ellos residentes en Guadalajara.

Posteriormente, el tercer duque del Infantado, don Diego Hurtado de Mendoza se dedicó al aumento de ornamentación del interior del edificio y, a la incorporación de muebles; también, en la última etapa de su vida transformó el salón de Linajes en capilla.

Hacia 1569, el Quinto Duque del Infantado llevó a cabo unas reformas para otorgar al conjunto palaciego de un carácter más renacentista a imitación del Conjunto del Escorial que Felipe II había encargado a Juan Bautista de Toledo y posteriormente a Juan de Herrera. Encargándoselas al maestro de obras y contratista Acacio de Orejón.

Consistieron estas obras en aumentar el número de habitaciones, reduciendo el tamaño de las existentes, e incluso haciendo dos pisos en el espacio que ocupaba la planta baja de la fachada, quitándose artesonados, y abriéndose una serie de ventanas, balconadas y puerta sobre la fachada principal, que alteraron su imagen gótico-mudéjar, introduciendo en la fachada el estilo herreriano. También construyó el llamado arco de los Perdigones que comunicaba la zona este del Palacio con la iglesia parroquial de Santiago, para que los habitantes de la casa pudieran acudir a las funciones religiosas sin tener que salir al exterior.

Los artesanos en estas obras son los maestros de cantería Pedro de Ribera, Juan Salba, Pedro de Medinilla, Juan Sánchez y Juan de Ballesteros; de las nuevas rejas se encargó Cristóbal de la Plaza y las obras de madera fueron realizadas por Gaspar de Yebes, Alonso de Bustares, Sebastián Díaz y Juan del Arco. Las nuevas chimeneas de las salas bajas se deben a los artistas italianos Juan Bautista de Génova y Domingo Milanés, maestros marmoleros. Para la decoración de las salas de la planta baja, se contó con el pintor Rómulo Cincinato, quien en los años de 1578 a 1580 decoró algunas salas bajas de forma manierista. 

La fachada principal con claras influencias moriscas que nos hablan del pasado musulmán que tanto influyó en el arte hispano; sus paramentos están tachonados de pétreos clavos sembrados al tresbolillo; la galería, hoy cegada, corona el largo muro recordando el encaje de gótica crestería, volada sobre salediza cornisa de aspecto estalactítico interrumpida a trechos por púlpitos o garitones del mismo estilo. La puerta monumental, cuyo arco ojivo festonea decorativa leyenda gótica, mientras la luz del mismo está ocupada por blasones nobiliarios y complicadas tracerías.

La puerta de acceso se encuentra descentrada dando acceso directo al patio del palacio. Mientras esta puerta principal aparece flanqueada por gruesas columnas y múltiples elementos heráldicos, el resto de la fachada se ha decorado con puntas de diamante. En esta zona, se abrieron múltiples vanos en la remodelación posterior, destacando especialmente la crestería que remata la fachada y cuyas ventanas iluminan la biblioteca decorada en estilo renacentista.

Debemos destacar el patio del palacio conocido como Patio de los Leones. Es un patio rectangular con dos pisos que vertebra el conjunto palaciego. Los arcos de las galerías son conopiales mixtilíneos en el piso inferior y más complicados aún en el superior con nuevos entrantes y salientes. Por su parte las columnas que sustentan las arcadas con columnas simples de orden dórico que pasan desapercibidas debido a la recargada decoración del patio en la que se han combinado múltiples elementos heráldicos como los escudos de las familias Mendoza y Luna. En él se aposentó cautivo el rey de Francia Francisco I.

A comienzos del siglo XVII, la sexta duquesa, doña Ana de Mendoza añadió al Palacio su cuerpo oriental, más estrecho de cómo hoy se puede observar, ya que la iglesia de Santiago estaba tan próxima, que el callejón de los Toros, que separaba las dos edificaciones no podía ser más estrecho. Tras la sexta duquesa, los sucesivos duques del Infantado, trasladaron su residencia a la Corte, en Madrid, a finales del siglo XVII, dejando deshabitado el Palacio. Fue sede del Museo Arqueológico Provincial de Guadalajara entre 1873 y 1898.

El 21 de julio de 1878, el duque de Osuna e Infantado, don Mariano Téllez-Girón y Beaufort, realizó una venta-donación al Ministerio de la Guerra, para que se instalara en el palacio el Colegio de Huérfanos de la Guerra, la mitad fue donación del duque, que conservaba el derecho de retroventa si el Ministerio citado dejaba algún día de emplear el edificio para el fin que proponía. La otra mitad fue pagada entre el Ayuntamiento de la ciudad de Guadalajara, y el Consejo de la Caja de Huérfanos de la Guerra.

En 1909, y con objeto de mejor acondicionarlo para el colegio de Huérfanos de la Guerra, se amplió el pabellón del este construido por la sexta duquesa, y se colocó jardincillo delante de la fachada, con arbolada y, corrido poyete rematado en verja de hierro, tras ser derribada la Iglesia de Santiago. También se levantó un pabellón a la derecha de esta fachada, como ampliación del Colegio. El director de estas obras de remodelación fue el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco.


En diciembre de 1936 es bombardeado y se produjo un incendio, quedando destruido. Una completa restauración le ha devuelto a partir de 1960 su primitivo esplendor. Fue sede de la Biblioteca Pública del Estado de Guadalajara desde 1972 hasta 2004.

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