Bodega de Los Secretos en Madrid


La historia del vino de Madrid es muy antigua, es uno de los pocos oficios mencionados en el Fuero de 1202, documento que nos informa sobre la vida en el Madrid de los siglos XII y XIII, dejando claro que era desempeñado por hombres o por mujeres. Esta ley medieval estaba dirigida a Quien comprare cubas. Los precios eran fijos, marcados por el Concejo, y el vender vino adulterado era objeto de multa.

A lo largo de la Edad Media creció el cultivo del viñedo y el vino se convirtió en un elemento importante, además era utilizado con fines sanitarios para desinfectar y curar heridas. Y no hay que olvidar su importancia fiscal, la alcabala o impuesto del vino fue uno de los más importantes debido a que su consumo era muy elevado. Poco a poco aumentó su producción y comercio, ocupando un papel esencial en la vida económica madrileña. Los dueños de los viñedos solían ser particulares, pues casi todos los vecinos tenían su viña que trabajaban ellos mismos y cubrían sus propias necesidades. También el Concejo y las iglesias y conventos eran propietarios en muchos casos. 

Era esencial la buena conservación del vino, para ello se construían bodegas subterráneas, algunas con su propio lagar, donde se almacenaba el vino en cubas de madera o tinajas de barro. Esto ocurría a lo largo de la Edad Media. A finales del XVI, con la llegada de la Corte y el aumento de la población y por tanto del consumo prosperaron los oficios relacionados con la elaboración y venta de vino, bodegueros, taberneros, tinajeros.

En Madrid, en la calle de San Blas nº 4, existe una antigua bodega, hoy restaurante, quizá la única de estas características que se conserva. Es un tesoro oculto y abandonado, llamado a desaparecer, aunque a veces se salvan y salen a la luz gracias a particulares. El edificio bajo el que se cobija también esconde su historia: La Bodega de los Secretos se encuentra en la manzana 255 que comenzaba a numerarse por la calle de Atocha, seguía por San Pedro, San Blas y Alameda para volver a Atocha, denominaciones que ya aparecen en el plano de Pedro Texeira. 

El solar de la calle Atocha, esquina San Pedro y vuelta a San Blas, a mediados del siglo XVII estaba ocupado por cinco casas. Una de ellas pertenecía a Pedro Martínez de la Membrilla, tabernero. Parece que en este lugar de la calle de Atocha ya se vendía vino hace más de trescientos cincuenta años. A mediados del siglo XVIII la Casa nº 6 era propiedad de la Congregación de San Felipe Neri, seglares siervos del Real Hospital General, situado al otro lado de la calle, hoy sede del Museo Reina Sofía. Era una asociación religiosa de beneficencia constituida por seglares. Es muy posible que entonces fuera construida la bodega.

Sobre este solar, números 109 y 111 de la calle Atocha, en distintas épocas fueron construidos otros edificios. En 1874 las casas correspondían a los números 137, 139 y 141. En 1897 Melchor Vega era el dueño de una tienda de vinos en el nº 139, establecimiento abierto desde 1875. Ese año don Melchor solicitó al Ayuntamiento una licencia para continuar, que le fue concedida. Derribadas las casas antiguas, con un máximo de dos plantas, se construyeron los edificios actuales. La cornisa del nuevo edificio fue adornada con la imagen de San Felipe Neri, patrón de la Congregación.

Las construcciones se fueron sucediendo, desde las casitas del XVII hasta los edificios de seis plantas del siglo XX. Lo más sorprendente es que el sótano continúa ocupando todo el solar de la antigua Casa nº 6, propiedad de la congregación religiosa en el siglo XVIII, bajo las viviendas de Atocha nº 109 y 111 con vuelta a San Pedro y San Blas 2 y 4. A pesar de los derribos, el sótano de galerías y bóvedas de ladrillo se ha mantenido a lo largo del tiempo.

La Bodega está llena de secretos. Está formada por cuatro galerías que recuerdan la forma de un claustro irregular. De la galería mayor, espaciosa y altos techos, paralela a la calle San Blas, parten otras dos que se unen, al final, por un túnel abovedado. Ambas galerías están jalonadas por grandes hornacinas donde se debían situar las tinajas que contenían el vino.


Tras atravesar el túnel que une ambas llegamos a la galería mayor. Las bóvedas rebajadas son espléndidas, cuidadas construcciones llenas de detalles. Algunas bóvedas de esta galería muestran unas decoraciones que nos recuerdan las pechinas de algunas iglesias. 

Tras uno de los muros apareció un largo y misterioso pasadizo, cuyo probable destino era el Hospital General con el cual seguro se comunicaba la bodega. Durante las obras de acondicionamiento, aparecieron restos de las antiguas tinajas y su soporte. Alguna de las bóvedas muestra parte de estos recuerdos. Otras guardan vino, como en el pasado. Las demás se han convertido en acogedores rincones.

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