El Hundimiento del Bismarck


No iban demasiado bien las cosas en el mar para Inglaterra en 1941, los hundimientos aumentaban de una forma alarmante, el mando alemán atacaba las líneas inglesas de comunicación no solamente con submarinos y aeroplanos sino con buques de superficie. Se habían avistado en el Cattegat dos grandes navíos alemanes, fuertemente escoltados y en compañía de dos buques mercantes navegando hacia el Norte.

Uno de esos navíos era el nuevo y poderoso acorazado “Bismarck”. Los ingleses dedujeron que su intención era pasar al Atlántico, cosa que traería graves problemas. Sir John Tovey, comandante de la escuadra metropolitana, disponía para enfrentarse al “Bismarck” de los acorazados de línea: “King George V” y “Prince of Wales”; los cruceros de combate: “Hood” y “Repulse”) y el portaaviones “Victorious”. La proporción de cinco barcos contra uno parecía satisfactoria. Pero el “Bismarck” era una unidad temible. 

Desplazaba más que cualquier acorazado inglés. Montaba como artillería principal ocho cañones de 15 pulgadas (38,1 cm.), o sea, superiores en una pulgada a las bocas de fuego de los acorazados ingleses más modernos. Se le juzgaba de un andar superior, o cuando menos igual, al de los más veloces navíos de línea de Inglaterra. El “Repulse”, botado hacía veinticinco años, montaba dos cañones menos que el “Bismarck”; su blindaje pecaba de débil; su radio de acción, insuficiente. El “Hood”, aunque formidable, llevaba veinte años a flote. El “Prince of Wales” construido hacía poco, con dos de sus torres recién instaladas no se había tiempo de perfeccionar a la dotación en las prácticas de combate. En iguales o parecidas condiciones estaba el “Victorious”. Acababa de recibir los aeroplanos; y sus aviadores, reservistas todos, aterrizaban por primera vez en la cubierta de un portaaviones. 

El almirante Tovey contaba, pues, únicamente con un acorazado el “King George V” comparable con el “Bismarck”. Distribuyó sus unidades en dos escuadras con la misión de vigilar las rutas de acceso al Atlántico. El “Hood” y el “Prince of Wales” navegarían al Norte; el “King George V” (buque insignia), el “Victorious” y el “Repulse” cruzarían al Sur de las Feroes. Quedaba por decidir cuándo debían hacerse a la mar ambas escuadras.

El combustible podía influir en el éxito de las operaciones. Si por haber zarpado demasiado pronto, navegaban infructuosamente, en tanto que el “Bismarck” permanecía en puerto, todo ese combustible de menos llevarían a bordo cuando llegase la ocasión de dar caza al enemigo. Por otra parte, aplazar demasiado la salida las expondría a que el acorazado alemán les tomase tanta delantera que fuese imposible alcanzarlo. Era necesario contar con informes exactos de la posición y movimientos del enemigo. El piloto de un Spitfire adscrito al Reconocimiento Aerofotográfico de Costas avistó y fotografió en la tarde del 21 de mayo, a la 01:15, dos navíos alemanes surtos en un fiordo escondido cercano a Bergen. Se comprobó que uno de ellos era el “Bismarck” y el otro un crucero, que más adelante resultó ser el “Prinz Eugen”.

El almirante Tovey dispuso que el “Hood” y su escuadra zarpasen el mismo 21 a las 24:00 en dirección Norte. El día siguiente, 22 de mayo, a pesar del mal tiempo, el reconocimiento aéreo recibido por el almirante Tovey al anochecer avisaba que el “Bismarck” y el crucero no estaban ya en el fiordo cercano a Bergen. El almirante se dispuso a hacerse a la mar inmediatamente. Ordenó asimismo al crucero “Norfolk” reforzar al “Suffolk”, ya de patrulla en el Estrecho de Dinamarca. A las 19:00 horas del 23 de mayo, el comandante del “Suffolk”, capitán R. M. Ellis, continuaba en el puente de mando, del cual no se había apartado en todo aquel día ni en las dos noches anteriores.


El mal tiempo reinante desde que el crucero empezó a patrullar lo privaba del auxilio de la aviación. Cubierto en casi toda su extensión por la bruma, el Estrecho de Dinamarca ofrecía sólo una zona despejada, de unas tres millas de ancho. Por esa zona navegaba el “Suffolk” proa al Sudoeste. Al caer el día, uno de los vigías avistó al “Bismarck” y al crucero “Prinz Eugen”. Estaban a unos 13 kilómetros, distancia peligrosa, dado que el alcance efectivo de la artillería alemana era de unos 37 kilómetros. El capitán Ellis viró en el acto rumbo a la bruma y transmitió la señal que daba parte de la presencia del enemigo. Manteniendo contacto por medio del radar, el capitán maniobró al amparo de la bruma para ponerse en caza cuando el “Bismarck” hubiera pasado. El radar le señaló el curso de los dos navíos enemigos, cruzando frente a la proa del “Suffolk” a gran velocidad rumbo al Norte.

Volvió a la zona despejada, los alemanes estaban a 15 millas poniendo rumbo a su seguimiento en tanto que transmitía señales por inalámbrico. Al “Norfolk”, que navegaba en lo más espeso de la bruma, llegaron las señales al capitán Phillips, comandante del crucero, trasladóse inmediatamente al puente de mando ordenando cambiar el rumbo a fin de acercarse al que llevaba el enemigo. A las 08.30, tras una hora de andar a toda máquina, el “Norfolk” salió repentinamente de la bruma y avistó por babor al “Bismarck” y al “Prinz Eugen”, a unas seis millas de distancia. 

El capitán Phillips metió todo el timón a estribor para buscar de nuevo el amparo de la bruma, tendiendo al mismo tiempo una cortina de humo para proteger la retirada. Pero el “Bismarck” estaba alerta y rompió fuego. Tres andanadas de las piezas de 15 pulgadas horquillaron al “Norfolk”, y una cuarta cayó en su estela. Por suerte no le dio de lleno ningún proyectil, aunque lo alcanzaron algunos fragmentos grandes, logrando internarse en la bruma sin haber sufrido averías. El “Norfolk” maniobró, como antes lo hiciera el “Suffolk”, a fin de seguir al enemigo guardando una distancia conveniente. Navegó manteniéndose a babor de los navíos alemanes, con el objeto de impedir que burlasen su vigilancia virando en esa dirección.

De esta suerte, en la semiclaridad de la noche ártica, continuó la caza. Perseguidos y perseguidores, surcando casi a toda máquina las heladas aguas del Estrecho de Dinamarca. Entretanto, la escuadra del vicealmirante Holland —compuesta del “Hood”, el “Prince of Wales” y seis cazatorpederos— había estado avanzando velozmente para cortarle el paso al enemigo. A las 05:35 del 24 de mayo el vicealmirante avistó los dos navíos alemanes. Cambió entonces el rumbo a fin de ponerse a tiro. Los oficiales y la gente, que habían permanecido en sus puestos de combate desde poco después de medianoche, se apercibieron a hacer girar las pesadas y silenciosas torres. A bordo del “Norfolk” y del “Suffolk” crecía la expectativa, y tanto la oficialidad como la gente, olvidándose de pasadas fatigas, se disponían a presenciar la destrucción del enemigo. 

Todo ocurrió con extrema rapidez. El “Hood” y el “Prince of Wales” abrieron fuego contra el “Bismarck” a distancia de 23 kilómetros). Recibiendo inmediata contestación por parte del “Bismarck” y el “Prinz Eugen”. La dotación del “Prince of Wales” advirtió, con alivio, que ambos navíos habían elegido por blanco al “Hood”. La artillería del “Prinz Eugen” logró el primer impacto en los primeros 60 segundos de combate. Al pie del palo mayor del “Hood” surgió una gran llamarada que se extendió rápidamente hacia proa.


El enemigo rectificaba con prontitud la puntería. El “Bismarck” había horquillado al “Hood” varias veces, y era muy probable que hubiera hecho blanco. Las dotaciones de los cruceros ingleses vieron horrorizadas una vasta erupción de llamas entre los dos mástiles del “Hood”, en medio de las cuales ascendió al cielo una gran bola de fuego. La conflagración sólo duró uno o dos segundos; al cesar, en el lugar donde antes estaba el “Hood” se elevaba ahora una enorme columna de humo, entre la cual apenas se distinguían la proa y la popa, muy levantadas de la superficie del mar al hundirse la parte central del buque. El “Hood”, volado por el centro y partido en dos por la explosión, desapareció por completo en dos minutos. Tocó ahora al “Prince of Wales” servir de único blanco a la artillería enemiga. 

Siguieron con breves intervalos los disparos de la artillería secundaria del “Bismarck”, junto a los de los cañones de ocho pulgadas del “Prinz Eugen”. El fuego era rapidísimo, con 10 ó 15 segundos entre disparo y disparo; espantoso el estruendo en que se mezclaban las explosiones de los proyectiles enemigos, el estampido de los cañones del “Prince of Wales”, el sibilante estrépito de cuanta bala caía en el mar y levantaba ruidosos surtidores. De vez en cuando retemblaba el navío cuando lo alcanzaba un disparo. Los que se hallaban en el puesto de dirección de tiro más inmediato a popa vieron pasar ráfagas de un humo negro, señal cierta de incendio a proa. En medio del fragor del combate, el puente de mando quedó hecho trizas por un proyectil de 15 pulgadas que lo atravesó e hizo explosión a la salida.

Cuantos estaban en el puente perdieron la vida, con la excepción del capitán J. C. Leach y del suboficial jefe de señales. Para colmo de desdichas, ocurrían repetidos tropiezos en el mecanismo de las torres, en las que algún cañón no obedecía a la descarga. La artillería enemiga continuó haciendo blanco en el “Prince of Wales”. Perforado en una de las bandas a la altura de la línea de flotación por dos proyectiles, entraron unas 500 toneladas de agua. Varios de sus compartimientos estancos se inundaron. El capitán Leach, que dirigía ahora la acción desde el puente inferior de mando, optó por cesar el combate, viró en redondo y se alejó tras una cortina de humo. El “Bismarck” no trató de dar caza, aún cuando no mostraba señales de haber sufrido ningún daño. 

La pérdida del “Hood” fue un recio golpe para los ingleses. Era el barco más grande de la Armada. Para muchos marinos ese crucero acorazado era el buque de guerra más poderoso del mundo, y he aquí que en su primer encuentro queda deshecho y convertido en un montón de llamas a los tres minutos de hallarse bajo el fuego enemigo. Solo se pudieron encontrar tres supervivientes. El "Hood” adolecía de defectos de construcción. Uno o dos años después de botado, los peritos en cuestiones navales observaron que un proyectil que hiciese blanco con determinado ángulo de caída penetraría fácilmente en uno de los pañoles de municiones. Este defecto podía subsanarse reforzando el blindaje, y el Almirantazgo acordó hacerlo así aprovechando la primera oportunidad. Sin embargo, el proyecto no se llevó jamás a cabo. La artillería del “Bismarck” se comportó de forma brillante mostrándose muy superior a la inglesa. La dirección de tiro excelente, y la dispersión muy escasa.


El comportamiento del barco alemán fue notable. Frente a un enemigo dos veces superior, le bastaron cinco o seis andanadas para volar un barco, y con unas 12 más obligó al otro a retirarse. La derrota de la escuadra del “Hood” trastornó buen número de planes. Si antes de la catástrofe era necesario hundir al “Bismarck”, ahora era indispensable. Aunque más adelante se supo que el navío alemán iba dejando tras sí una estela de petróleo, lo cierto era que continuaba a todo andar rumbo al Suroeste, y que en el Atlántico navegaban a la sazón diez convoyes, alguno con ligera escolta. Espoleado por el desastre, el Almirantazgo inglés tomó medidas más radicales. En aguas de Gibraltar, con el vicealmirante sir James Somerville al mando, se hallaba la escuadra H, compuesta por el crucero de combate “Renown”, el portaaviones “Ark Royal”, el crucero “Sheffield” y seis cazatorpederos. Su misión era cerrar a la escuadra italiana el paso occidental del Mediterráneo; pero ahora se le señaló la de perseguir al “Bismarck”.

Al acorazado “Ramillies”, que navegaba en mitad del Atlántico, se le ordenó dejar el convoy que escoltaba y proceder rumbo a Occidente a interceptar el enemigo. Asimismo se separó de su convoy a otro acorazado, el “Rodney”, que estaba a 1.500 millas de la costa de Irlanda, para destinarlo también a interceptar al “Bismarck”. A las seis horas del hundimiento del “Hood”, las fuerzas que tomaban parte directa en la persecución del “Bismarck” quedaban aumentadas con dos acorazados, un crucero de combate, un portaaviones, tres cruceros y nueve cazatorpederos. 

El “Norfolk” y el “Suffolk” habían continuado navegando tras el enemigo después del hundimiento del “Hood”. El “Prince of Wales” navegaba juntamente con el “Norfolk”, y a 300 millas al Este, Sir John Tovey, a bordo del “King George V”, conducía su escuadra para interceptar a los dos navíos alemanes. Lo acompañaban el portaaviones “Victorious” y el “Repulse”. Mientras el tiempo estuvo despejado los cruceros navegaron a 15 ó 18 millas del enemigo, sin perderlo de vista. A eso de las 11:00, aparecieron bancos de bruma por proa. Ambos cruceros acortaron la distancia, pero hacia el mediodía la niebla y la llovizna les ocultaron al enemigo. El alcance del radar en esos días era de unas 13 millas, por lo que el contacto con el “Bismarck” y su crucero acompañante fue intermitente esa tarde. El capitán Ellis, del “Suffolk”, calculaba que el “Bismarck” trataría de aprovechar la escasa visibilidad para sorprender a uno de los dos cruceros abriendo fuego a corta distancia. Al amanecer, como el radar indicase que disminuía rápidamente la distancia, el capitán viró en redondo y lanzó su crucero a toda máquina. En este momento surgió de entre la bruma el “Bismarck”, que abrió fuego con todas sus baterías.

El comandante del “Suffolk” se resguardó con una cortina de humo. Ambos barcos derivaban hacia el “Norfolk” y el “Prince of Wales”. Cuando este último abrió fuego en defensa del “Suffolk”, el “Bismarck” rehuyó el combate y se alejó a toda máquina. Se supo después que el ataque al “Suffolk” tuvo por objeto cubrir la retirada del “Prinz Eugen”, que debía hacer rumbo a un buque cisterna a fin de reabastecerse de combustible. Los ingleses habían logrado seguir el rumbo del “Bismarck”, pero preocupaba a Sir John Tovey que el navío alemán aprovechase la superioridad de su andar para escapárseles durante la noche. El único medio de hacerle perder velocidad antes que cerrara la noche era atacar con los aviones del “Victorious “.

Si se lograba que algunos torpedos causaran averías en la obra viva del “Bismarck”, esto le acortaría el andar lo suficiente para conjurar el riesgo de que eludiese la persecución durante la noche. Antes del anochecer despegaron del “Victorious” nueve aviones para atacar al “Bismarck” desde una distancia de 100 millas, casi el límite máximo de su radio de acción. La dotación de los aeroplanos, aunque bisoña en operaciones de guerra marítima, mostró gran decisión en el ataque. Las nueve aeronaves lanzaron sus torpedos, y volvieron al portaaviones. Sin embargo solo un torpedo dió en el blanco, y el “Bismarck” no sufrió disminución en su andar. Los cazatorpederos de escolta del “King George V” tuvieron que alejarse a la medianoche, proa a Islandia. La correría a toda máquina los dejó tan escasos de combustible, que no estaban en condiciones de alargar la navegación.

La falta de esas unidades causaba en el almirante Tovey la sensación de navegar sin auxiliares, además el “Repulse” debería alejarse también en breve para ir a tomar combustible, lo que aumentaba la desazón. 03:00 horas del 25, el “Suffolk” perdió contacto con el “Bismarck”. No logró restablecerlo sino pasadas 31 horas y media. Horas de creciente tensión; de ansiosas conjeturas acerca del rumbo que hubiera tomado el “Bismarck”; de preocupación por la continua merma del propio combustible; y ante todo, de temor de que los barcos ingleses estuvieran alejándose de su objetivo en vez de aproximarse a él.

Por fin, a las 10:30 del 26 de mayo los aviones del Comando de Costas descubrieron otra vez al “Bismarck”, pero una larga desviación de los ingleses en dirección al Mar del Norte les había hecho perder un tiempo precioso. En vez de hallarse a la misma altura que el “Bismarck”, éste se les había adelantado. Y de continuar rumbo a Francia a su andar normal, les sería imposible alcanzarlo, ya que lo mermado de su combustible les prohibía navegar a toda máquina. El “Bismarck” llevaba al “King George V” unas 50 millas de delantera; además, de sostener su presente andar, unos 20 nudos, entraría en la zona del radio de acción de los bombarderos alemanes al amanecer del siguiente día. En consecuencia, para obligarlo a empeñar combate, era indispensable acortarle el andar; y ello habría de hacerse en el preciso término de ese día: el 26 de mayo. La única esperanza eran los aviones del “Ark Royal”

Un mensaje inalámbrico daba cuenta de haberse localizado nuevamente el “Bismarck”. En el “Ark Royal”, a 40 millas de distancia, se prepararon 15 aviones para el ataque con torpedos. Comenzaron a despegar a las 14:30. El tiempo había ido empeorando, y mientras los aviones se preparaban para emprender el vuelo, el vicealmirante Somerville dispuso que el crucero “Sheffield” partiera en busca del “Bismarck”. Nada más comunicar la orden, despegaron los aviones para el ataque.

Volando por entre la lluvia y la niebla, los aviadores ayudados por el radar, localizaron un barco que navegaba aproximadamente por donde debía hallarse el “Bismarck”, lo atacaron. Con la tensión del momento, no cayeron en la cuenta de que era el “Sheffield” y no el “Bismarck”. A bordo del “Sheffield”, el capitán Larcom, sabedor por el vicealmirante Somerville de que los aviones despegaban para atacar, no extrañó la presencia de éstos. Pero cuando vió con los binoculares, que picaban para atacarlo, inmediatamente pidió avante a toda máquina e hizo zigzaguear al “Sheffield” a fin de desconcertar la puntería de los atacantes. Ni uno solo de los cañones de a bordo entró en acción. En profundo silencio, oficialidad y marinería siguieron con la mirada el descenso de los torpedos.


El primero cayó al mar, instantes después el segundo torpedo estalló nada más tocar el agua, otro tanto ocurrió con el tercero. Los torpedos llevaban espoletas magnéticas que los hacían estallar nada más chocaban con el agua. Lo mismo sucedió con los restantes torpedos. Tres de los aviones cayeron en la cuenta del error y suspendieron el ataque. Quedaban seis o siete torpedos vivos, de los cuales tenía que librarse el “Sheffield”. Todo oficial y marinero disponible permanecía en cubierta escudriñando la superficie del mar en busca de las estelas que indicaran el curso de los torpedos, mientras el capitán Larcom gobernaba ya en una, ya en otra dirección, y con tan consumada pericia que todos los torpedos pasaron de largo sin dañar al crucero. Abatidos y melancólicos regresaron los aviones al portaaviones.

Procedióse a reabastecer de combustible los aeroplanos y a cargar nuevamente los torpedos. La reciente experiencia dejaba al menos una enseñanza: las espoletas magnéticas eran inseguras. Las reemplazaron ahora con las antiguas y ya probadas espoletas de percusión. A las 19:00 los aviones estaban de nuevo en la cubierta de vuelo, listos para despegar. Soplaba todavía un viento recio. La visibilidad no era constante; había nubes a 180 metros y hasta menos, y lluvias que el viento arrastraba en ondulantes cortinas. Cuando los aviones despegaron, toda la gente del “Ark Royal”, estaba segura de que esta vez iban resueltos a triunfar. Unos cuarenta minutos después estaban los aviones a la vista del “Sheffield”, que les comunicó: “Enemigo 12 millas adelante”. Ascendieron entonces a ocultarse en las nubes. Al momento desde la banda de estribor del crucero, en dirección a proa, se vió fuego de artillería y el resplandor de las granadas que estallaban en el aire. El nutrido cañoneo de los antiaéreos se sostuvo unos minutos y fue cesando. Hubo una pausa, tras la cual vieron desde el “Sheffield” asomar un aeroplano, y luego otros dos.

Venían de regreso y volaban bajo, a nivel de cubierta. Uno de los aeroplanos pasó cerca, y pudo advertirse que sus tripulantes sonreían satisfechos y apuntaban hacia lo alto con los pulgares, en señal de triunfo. Todos los que estaban en la cubierta del “Sheffield” los vitorearon saludándolos con las gorras. Cuando los aviones estuvieron de vuelta en el “Ark Royal”, se comprobó que a cinco de ellos los había alcanzado el fuego enemigo. A pesar de que iba faltando la claridad del día, todos los aparatos, con la sola excepción de uno que se estrelló al tomar la pista, descendieron sin tropiezo al portaaviones. Interrogados los aviadores, se supo que uno de los torpedos había dado en mitad del “Bismarck”

Partes procedentes del “Sheffield”, informaron al almirante Tovey que el “Bismarck” había cambiado el rumbo y navegaba ahora proa al Norte. Los últimos aviones de vigilancia volvieron al “Ark Royal”, dando la noticia de que a raíz del ataque aéreo, el “Bismarck” describió dos círculos completos y paró con la proa al Norte; luego quedó allí, a merced de las olas. No cabía duda la noticia de la avería del navío enemigo era tan buena, que más que cierta parecía soñada. Ya sabían perfectamente que el ataque aéreo que causó la seria avería al enemigo había sido la última esperanza de detener al “Bismarck” e impedir que escapara.

Al amanecer del siguiente día, 27 de mayo, la visibilidad era escasa y el horizonte anunciaba tempestad. A las 08:15, el “Norfolk” avistó al “Bismarck” como a unas ocho millas y dio aviso al “King George V” y al “Rodney”. A las 08:47 el “Rodney” rompió fuego con los cañones de 16 pulgadas. Inmediatamente abrieron fuego los cañones del “King George V”. La artillería del “Bismarck” tardó dos minutos en contestar el fuego. A la tercera descarga horquilló al “Rodney” y estuvo a punto de hacer blanco. El capitán Dalrymple Hamilton, comandante del “Rodney”, torció hacia el “Bismarck”, a fin de poder emplear mayor número de cañones, y dirigió contra el navío enemigo un fuego de artillería más nutrido que el que podían sostener los alemanes. A las 08:54 el “Norfolk” rompió el fuego a 18 kilómetros con las piezas de ocho pulgadas.

El “King George V” y el “Rodney”, más próximos, disparaban ahora con su artillería secundaria. A las 09:04, el crucero “Dorsetshire”, de la Escuadra H, entró en combate. La eficacia de la artillería enemiga disminuía a ojos vistas. A los pocos minutos los dos acorazados ingleses se acercaron más. Podía distinguirse con el auxilio de los binoculares lo que pasaba a bordo del “Bismarck”. El fuego de los ingleses había causado serios daños. Un incendio de bastante consideración en la crujía. Desde el “Norfolk” pudo advertirse que dos de las piezas de 15 pulgadas estaban inutilizadas. Acortando la distancia, los dos acorazados dirigieron contra el “Bismarck” el fuego sostenido de su artillería principal y secundaria.

Una gran explosión a espaldas de la más alta de las dos torres delanteras se llevó todo el blindaje del envés, que cayó sobre cubierta. Un blanco espectacular logrado por un disparo hizo caer el telémetro de 15 pulgadas. El andar del “Bismarck” era ya tan lento que los acorazados ingleses se veían precisados a zigzaguear para sostener la puntería. A las 10:00, abatido el mástil, perdida la chimenea, el “Bismarck” era una ruina. Sus cañones, mudos ahora, dirigían las bocas en todas direcciones; del alcázar se elevaba una negra nube de humo; los muchos boquetes y hendiduras abiertos en los costados por los impactos dejaban ver claramente el siniestro resplandor de los incendios que habían convertido en infierno el interior del navío.

Los artilleros empezaban a abandonar sus puestos, corrían por la cubierta, e incluso algunos saltaban por la borda. Sin embargo, el “Bismarck” no había arriado la bandera. Continuaba desafiante, aunque indefenso y rodeado de enemigos, rehusaba rendirse. Los ingleses estaban resueltos a hundirlo. Temían que de un momento a otro aparecieran aviones alemanes, o que cortasen las aguas torpedos disparados por submarinos enemigos, cuya tardanza en acudir al lugar del combate no se explicaba. Y a esto se añadía, para aumentar la urgencia, la constante ansiedad de la escasez de combustible. La impaciencia de Sir John Tovey se manifestó en el deseo de acortar la distancia a que se disparaba. 

Las piezas de 16 pulgadas del “Rodney” dirigían ahora andanadas de nueve disparos contra el “Bismarck”, en el cual caían cada vez tres o cuatro enormes proyectiles. Un torpedo del “Rodney” hizo también blanco en el “Bismarck”. El “Norfolk” creyó haberlo alcanzado cuando menos con un torpedo. Pero el “Bismarck” continuaba a flote. Era, sin embargo, evidente que el casco incendiado, inactivo y a medias sumergido, no volvería jamás a puerto. A las 10:15, Sir John Tovey, a bordo del “King George V”, dio al “Rodney” la orden de seguir la estela. Habían aguardado ya más de lo prudente, e iba a tomar la vuelta a tierra. El “Dorsetshire” lanzó a la banda de estribor del “Bismarck” dos torpedos, uno de los cuales hizo explosión directamente bajo el puente. Describiendo semicírculo para tomar al enemigo por la banda opuesta, lanzó otro torpedo, que dio también en el blanco.

El destrozado “Bismarck”, en alto todavía el pabellón, se fue sobre el costado de babor, dio la voltereta y, quilla al cielo, se hundió silenciosamente en el mar. Todo había concluido. El poderoso navío alemán acababa de sucumbir después de batirse valerosamente contra fuerzas superiores. Cuanto restaba del “Bismarck” eran unos cuantos centenares de hombres de su dotación, cuyas cabezas se veían sobresalir entre las alborotadas olas. El crucero “Dorsetshire” y el cazatorpedero “Maorí” recogieron 110 de esos hombres. Un vigía avisó luego que acababa de avistarse el periscopio de un submarino, y los buques ingleses se alejaron. La caza del “Bismarck” fue una de las más largas, laboriosas y sostenidas que registra la historia naval.


Comentarios

Entradas populares