Castillo de Miravet


    Nos hemos trasladado en el tiempo, diciembre de 1152, para asistir al asedio del último y más obstinado reducto musulmán del Ebro: el ribat de Miravet, allí los almorávides, auténticos monjes-guerreros del Islam, aún resisten consagrados a la Yihad dispuestos a morir antes que perder el paraíso que Alá tiene destinado a los mártires de la guerra santa. En el exterior, dispuestos a acabar con este reducto, nos encontramos con los caballeros del Temple, sus homólogos; dirigidos por Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, Gerona, Osona y Cerdaña, y prínceps de Aragón. 

    La resistencia es enconada y las escaramuzas se suceden, pero ni los musulmanes, ni los cristianos ceden en su empeño, Pasan los días, las semanas y los meses, y por fin el 24 de agosto de 1153 el castillo cae en manos de las huestes cristianas después de una fortísima y sangrienta batalla, tal y como se desprende de la donación que ese mismo día hace el príncipe de Aragón y conde de Barcelona a Pere de Rovira, maestre de Hispania y Provenza de la Orden del Temple de Salomón.

    Los templarios se afanarán en construir un auténtico castillo cruzado, más propio de Tierra Santa, que pudiera contener futuros ataques para evitar la pérdida del nuevo reino y sobre todo controlar y defender el paso del Ebro desde Tortosa hacia el interior. Pero lo que no podían imaginar jamás es que ellos mismos resistirían, en este mismo emplazamiento 154 años más tarde, un arduo asedio, traicionados por sus propios mandatarios y hermanos de religión, que decidiría su final, como si de una macabra y retorcida maldición se tratara. 

    Del castillo de Miravet dependían 27 casas ostentando el maestre durante un tiempo el título de encomendador de Tortosa-Miravet; fue el Distrito de Ribera, a medio camino entre la encomienda y la provincia. La descentralización supuso su desaparición, pero el encomendador de Miravet mantuvo su autoridad sobre las siguientes encomiendas y casas en que se dividió (Horta, Gandesa, Villalba y Ascó-Ribarroja). 

    La disolución de la Orden, en 1314, comportó la entrega de sus dominios y posesiones a la Orden del Hospital, que pasó a depender de la castellanía de Amposta hasta el año 1835. 

    El origen puede ser de la época califal, en el tiempo en que Abderramán III manda fortificar la frontera del Ebro entre Tortosa y Zaragoza a principios del siglo X, aunque pueden observarse en él restos de la obra andalusina y aportaciones del periodo taifa y almorávide, la mayor parte de la construcción corresponde a la obra del Temple. Trece años después de su conquista y donación a la Orden del Temple, el castillo de Miravet ya ofrecía el aspecto que hoy en día admiramos. A pesar de sufrir seis guerras, dos órdenes de demolición, reformas carlistas, expoliaciones masivas y un largo abandono, conserva casi en su totalidad la estructura original románica y un total de 16 dependencias cubiertas que lo convierten en el castillo románico más íntegro del siglo XII en toda la confederación catalano-aragonesa. 

    Los templarios hicieron de él un magnífico castillo-convento, de auténtico espíritu cruzado, posiblemente inspirado, en los ribats islámicos y las fortalezas sirias y bizantinas. Su talla y obra, sin embargo, denotan una evidente influencia del estilo cisterciense provenzal, riguroso, austero y sobrio según los ideales de San Bernardo.

    El recinto dispone sus dependencias alrededor de un patio central, en tres niveles, destinándose el segundo a silos, bodega, horno, cocinas, refectorio; y los superiores a dormitorios, claustro y templo en honor a Santa María de Gracia. Mientras que el recinto inferior es el destinado a la intendencia militar y se compone de tres terrazas amuralladas y escalonadas donde se encuentran los establos, la prisión y el cementerio. En 1990 fue entregado en donación a la Generalitat de Catalunya y declarado Bien de Interés Cultural. 

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