La Quinta y la Sexta Cruzada

La inestabilidad en Europa era el principal problema de la cristiandad, en 1220, parecía haberse olvidado de Tierra Santa, adonde seguían llegando peregrinos a los que había que atender. Las órdenes de témplanos, hospitalarios y del Santo Sepulcro mantenían sus actividades gracias a las rentas que les llegaban de Europa, daba la impresión de que el papado y los reyes cristianos habían renunciado a recuperar Jerusalén. La tensión fue en aumento y el odio que se profesaban templarios y hospitalarios estalló en 1217, produciéndose enfrentamientos en las calles de algunas ciudades de Palestina, con muertos por ambos bandos.

Los templarios pidieron a Inocencio III predicar una nueva cruzada contra el islam, pero mientras la estaba preparando murió en 1216 sin poder convocarla. Si lo hizo su sucesor, Honorio III. El éxito fue considerable. En apenas un año los templarios lograron recaudar lo suficiente para iniciar la construcción de su más imponente fortaleza en Palestina, el castillo Peregrino, en la localidad de Athlit, unas pocas millas al sur de la ciudad de Haifa. A la llamada del papa respondieron franceses, alemanes, austríacos y húngaros, la cantidad de tropas era considerable, pero la logística fue un desastre. Nadie había previsto como desplazar tal cantidad de soldados al otro lado del Mediterráneo, de manera que cada cual hizo el viaje como pudo. Las tropas se fueron concentrando en Acre, donde templarios y hospitalarios aguardaban para unirse a ellas. Cada grupo obedecía a su señor, con lo que no hubo manera de organizar una fuerza homogénea. Además, el rey Andrés de Hungría se marchó enseguida; apenas tocó Tierra Santa, se dedicó a comprar todo tipo de reliquias, declaró que había cumplido su voto de cruzado y regresó a su reino. 

En las últimas semanas de 1217 siguieron llegando cruzados hasta que fueron considerados suficientes para emprender la campaña militar. Al fin se decidió que el rey Juan de Jerusalén dirigiera el ejército. El objetivo de la Quinta Cruzada era Egipto, destruyendo las bases en el delta del Nilo y conquistando El Cairo. Los cruzados llegaron al delta en la primavera de 1218, pero no fue hasta agosto de 1219 que lanzaron el ataque sobre Damieta, el primer ataque de templarios y hospitalarios fue rechazado. Aquí encontramos un testigo de excepción, Francisco de Asís, que pretendía resolver el conflicto mediante el diálogo. El asedio acabó con la entrada de los cruzados en la ciudad sin apenas resistencia, pues la mayoría de los defensores musulmanes murieron de hambre y enfermedades.

El sultán de Egipto ofreció un intercambio: Palestina y la Vera Cruz a cambio de la paz y la ciudad de Damieta. No hubo acuerdo y los musulmanes, en el verano de 1220, abrieron los canales y toda la zona que era un terreno pantanoso se inundó, los cruzados iniciaron la retirada, los musulmanes aprovecharon para realizar una matanza. En 1219 los templarios habían elegido maestre a Pedro de Monteagudo, antiguo preceptor de Provenza y Aragón.

En 1227 el nuevo papa, Gregorio IX, hizo un llamamiento para poner en marcha la Sexta Cruzada, a su frente se pondría Federico II, emperador de Alemania, que se puso en marcha en septiembre de 1227, desembarcando en Acre. Federico se casó con Isabel, la hija del rey de Jerusalén Juan de Brienne, a la muerte del cual se proclamó a su hijo recién nacido, Federico, rey de Jerusalén. El maestre Pedro de Monteagudo decidió ponerse a las órdenes de Federico, a pesar de la excomunión, pero en la retaguardia; cosa que también hicieron los hospitalarios. El emperador entonces, ofreció a los maestres del Temple y del Hospital, cabalgar a su lado sin atenerse a sus órdenes, no eran el ejército del emperador de Alemania, sino de Cristo, cosa que aceptaron ambos maestres.

Federico II y el sultán de Egipto llegaron a un acuerdo: Federico recibiría Jerusalén, Nazaret y Belén y los musulmanes conservarían Hebrón; los santos lugares de todas las religiones serían respetados y los musulmanes mantendrían el control de la explanada del Templo de Salomón y las dos mezquitas, la de la Roca y la de al-Aqsa. Federico II entró en Jerusalén el 17 de marzo de 1229, coronándose rey en la iglesia del Santo Sepulcro, los maestres del Temple y el Hospital no acudieron a la ceremonia. Federico II se sintió desairado y les acusó de traición, intentando secuestrar al maestre Monteagudo, cosa que no consiguió. Federico II abandonó Tierra Santa el 1 de mayo de 1229. 

La Orden del Temple a la muerte de Monteagudo en 1232 eligió nuevo maestre a Armand de Périgord. De nuevo enfrentamientos con los hospitalarios, los templarios llevaron a cabo acciones impropias de su condición de caballeros, en octubre de 1241 atacaron Nablús matando a todos sus habitantes y quemando la mezquita. Armand de Périgord, llegó a un acuerdo a finales de 1243 con el gobernador Ismail de Damasco que aceptó que los musulmanes se retiraran de las mezquitas de la Cúpula y de al-Aqsa, regresando los templarios a Jerusalén. La buena noticia llegó a Roma y el papa Inocencio IV elogió a sus caballeros.

La recuperación de su casa matriz en la explanada del Templo fue efímera. Ayub, sultán de Egipto, lanzó un ataque contra su enemigo, el señor de Damasco, al que ayudaron los templarios. En el verano de 1244 Ayub se dirigió contra Jerusalén; los templarios casi habían acabado las fortificaciones, pero no fueron suficientes para resistir el ataque de los egipcios, apoyados por varios regimientos de feroces jinetes joresmios, mercenarios reclutados por Baibars en Asia Central; la división en el bando musulmán era la misma que en el cristiano. Los defensores no eran muchos y la ciudad cayó en manos musulmanas el 11 de junio; de los seis mil pobladores cristianos que había en ella sólo se salvaron trescientos. Jerusalén fue saqueada y la iglesia del Santo Sepulcro, tal vez la más venerada de la cristiandad, fue quemada. Los egipcios aprovecharon para asolar el sur de Palestina, y los cristianos fueron derrotados el 17 de octubre de 1244 en la batalla de La Forbie, al noreste de Gaza. Las tropas musulmanas las dirigía un general aguerrido que sería el azote de los cristianos; se llamaba Baibars, y algunos lo consideraron un segundo Saladino. En la batalla murieron cinco mil cristianos. En ella participaron trescientos caballeros templarios, de los que sólo se salvaron treinta y tres, y entre ellos no estaban ni el mariscal ni el maestre Armand de Périgord, que cayeron en el combate. La cabeza del maestre fue cortada y exhibida como trofeo de guerra en las puertas de El Cairo. El final de la presencia cristiana en Tierra Santa parecía ahora más próximo que nunca.

Comentarios

  1. Para los interesados en la asombrosa cruzada de Federico II Hohenstaufen, en esta novela se hace una rigurosa reconstrucción histórica:
    https://www.ultimalinea.es/munoz-chapuli-ramon/114-el-sueno-del-anticristo-9788416159918.html

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